|| Críticas | ★★★★☆
Normandie
Vadim Kostrov
Vivir tranquilamente
Miguel Martín Maestro
Valladolid |
ficha técnica:
Rusia, Francia, 2024. Duración: 87 minutos. Dirección: Vadim Kostrov. Guion: Vadim Kostrov. Productor: Gleb Piryatinskiy. Compañias: Mal de Mer Films. Fotografía: Vadim Kostrov. Montaje: Vadim Kostrov. Sonido: Vadim Kostrov, Matthieu Fratichelli. Reparto: Anton Lukin , Ekaterina Andreeva, Natasha Goncharova, Vadim Kostrov.
Rusia, Francia, 2024. Duración: 87 minutos. Dirección: Vadim Kostrov. Guion: Vadim Kostrov. Productor: Gleb Piryatinskiy. Compañias: Mal de Mer Films. Fotografía: Vadim Kostrov. Montaje: Vadim Kostrov. Sonido: Vadim Kostrov, Matthieu Fratichelli. Reparto: Anton Lukin , Ekaterina Andreeva, Natasha Goncharova, Vadim Kostrov.
El cine de Kostrov se ha visto obligado a cambiar, si no de estética (que también) sí de espacio. Kostrov ha abandonado Rusia para afincarse en París. Un cambio tan radical, cualquiera que sea su causa, ha de afectar a cualquier artista. Y si la razón ha sido, indirectamente, abandonar un territorio donde se arriesgaba a ser reclutado, censurado o hasta perseguido, la carga anímica que ello ha de suponer tiene que ser aún mayor. Sus dos primeras piezas «occidentales» juegan al experimento, Trois jours avant le printemps y Sacre coeur reivindican el papel de filmar por la simple pulsión de recoger lo que se ve, sin planificación perceptible, con una cámara caminando o mirando por una ventana; o desde el interior del templo dejando que la luz sobreexponga las texturas, deforme los contornos y difumine los rostros. Son trasposiciones del nuevo cine neoyorquino de los 60-70 a lugares tan cotidianos como lo turístico de París; Normandie sin embargo, es mucho más, es otro largometraje observacional del joven cineasta ruso que, como todo su cine precedente, comienza con su cita bíblica acostumbrada: «ruge el mar y cuanto contiene, se alegra el campo y todo lo que en él hay». Queda claro así que el leitmotiv de la película va a ser la naturaleza con la dimensión trascendental que cada espectador quiera darle. Cualquiera podrá pensar que hay un misticismo cristianizante tras el prólogo de cada una de sus películas, pero nadie podrá negar la enorme influencia de ese pensamiento a lo largo de los siglos de creación artística rusa.
Las películas de Kostrov se articulan bajo la idea del «paisaje con figuras»; si sus obras sobre las estaciones o sus dos últimos cortometrajes sobre todo, se acercaban, cada vez más, a las personas que filmaba, con Normandie vuelve a tomar distancia, casi tanta como en Winter donde aquel grafitero al que seguíamos quedaba mucho más lejos del simple plano general. Dos parejas de jóvenes rusos acompañan las imágenes del director. Apenas podremos ser capaces de diferenciar una de la otra salvo por el pequeño detalle de que uno de los dos hombres utiliza una muleta. Lo que Kostrov filma no es tanto los cuerpos sino la insignificancia de los cuerpos sobre el paisaje. Largas escenas, minutos de observación con o sin figuras humanas, donde lo fundamental es sentir, sentir la luz, sentir el sonido, sentir el cambio de las horas. El plano se mantiene normalmente estático, cambia la posición de la cámara pero no es movida durante la escena, contemplamos como quien se asoma a un acantilado y deja pasar las horas esperando el último rayo del sol o queda adormecido por el rugido del mar, al tiempo amenazante y tranquilizador. Apenas cinco o seis situaciones durante 90 minutos, inicio y final casi se dan la mano con diez minutos de mar y cielo, el sonido y la furia, la intensidad y el color cambiando conforme la luz brilla más o menos y las figuras humanas se dejan interactuar por el paisaje.
No sabremos las motivaciones de esos jóvenes que deambulan por el paisaje, residentes, exiliados, turistas, fin de semana; nos da un tanto lo mismo, sentimos un fuerte nexo entre mujer y hombre de cada escena, la complicidad de parejas que, aún en sus primeros años en común, necesitan pocas palabras para comprenderse. Tan es así que cuando Kostrov decide subtitular alguno de los parciales diálogos que mantienen su contenido apenas cambia nada de lo que hemos estado viendo, sólo les escuchamos hablar cuando comparten espacio urbano, momento en que la cámara más cerca está de ellos, pero cuando caminan por los acantilados, o se asoman a la larga escena de la playa que ocupa la mitad de la duración del experimento, sus cuerpos se funden con el paisaje y su palabra es irrelevante. Si inicialmente el juego o la cercanía física entre ambos les hace obviar el espacio que les rodea, rápidamente el calor humano sirve para confortar el espíritu y tranquilizar las incertidumbres de su futuro gracias al rítmico sonido de las olas subiendo con la marea y el progresivo oscurecimiento del horizonte conforme el sol se acerca cada vez más hasta el límite de su desaparición. Hasta ahora el cine de Kostrov reivindica las imágenes del no hacer nada, del filmar la vida como es día a día; huyendo de guiones donde constantemente tiene que suceder episodios adrenalínicos o constantes tramas y subtramas. Cuantos más años va cumpliendo uno más agradece que un cineasta joven sea capaz de parar el ritmo, bajar las pulsaciones y dedicarse a reivindicar el derecho a perder una tarde con la gente a la que amas, a contemplar una puesta de sol o a caminar sin rumbo por los acantilados de Étretat, y además saber filmarlo. Vivir también es reivindicar la quietud y el cine de Kostrov proporciona mucha paz, mucha tranquilidad, mucho reposo. Bienvenido sea y que a través de su colaboración con la productora Mal de mer resulte más fácil su acceso. ♦