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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Memory

    || Críticas | ★★★☆☆ ½ |
    Memory
    Michel Franco
    La familia neurótica


    Yago Paris
    Madrid |

    ficha técnica:
    México. 2023. Título original: Memory. Director: Michel Franco. Guion: Michel Franco. Productores: Bobby Allen, Lauran Bromley, Marie Bromley, Efe Cakarel, Moises Chiver, Tatiana Emden, Michel Franco, Victoria Franco, Artur Galstian, Ralph Haiek, Grégoire Lassalle, Paula P. Manzanedo, Duncan Montgomery, Mineko Mori, Eréndira Núñez Larios, Alex Orlovsky, Maria Pawlikowska, Kyle Porter, Patricio Rabuffetti, Olivia Rodriguez, Jason Ropell, Matthew Salloway, Olmo Schnabel, Jack Selby, John Shepherd, Lorenzo Vigas, Michael Weber, Gareth West, Vahan Yepremyan, Joyce Zylberberg. Productoras: Teorema, High Frequency Entertainment, Screen Capital, MUBI, Case Study Films. Fotografía: Yves Cape. Música: -. Montaje: Óscar Figueroa, Michel Franco. Reparto: Jessica Chastain, Peter Sarsgaard, Jessica Harper, Brooke Timber, Merritt Wever, Jackson Dorfmann, Josh Charles, Tom Hammond.

    Para hablar principalmente de trastornos alimenticios severos, Salvador Minuchin creó el concepto de la familia neurótica o somatizadora. Posteriormente, el también psicólogo José Luis Marín extrapoló sus descubrimientos, que hacían referencia a casos más graves de sistemas familiares, a otros que desde fuera se pueden ver como de familias normales, incluso modélicas. Marín define brevemente este sistema como caracterizado por relaciones familiares sin definición explícita de límites, una tendencia a la sobreprotección –que da lugar, paradójicamente, a desprotección en otros aspectos de la existencia– y una notable rigidez que impide la aceptación del cambio dentro del modelo; en otras palabras, se resiste a crear nuevas narrativas, o a modificar las existentes, que expliquen cómo es la familia en cuestión. Esta rigidez lleva a una evitación del conflicto, o, más bien, a la expresión del mismo. La conjunción de estas circunstancias provoca la necesidad de crear una oveja negra o chivo expiatorio que justifique la estabilidad de este sistema completamente desequilibrado, figura que Marín denomina como “el paciente designado”, aquel que, supuestamente, está creando los problemas en la familia. La conjunción de las características que el psicólogo define a la hora de describir a la familia neurótica dan lugar –y esto ya es una reflexión mía, y por tanto puede ser completamente errónea– a un sistema que, incapaz de aceptar sus propios defectos o lagunas emocionales, vive en un constante estado de disonancia cognitiva, de negación de la realidad, que provoca una enorme presión sobre el eslabón débil de la cadena, el del paciente asignado, que habitualmente es quien sufre, y no quien crea, los problemas relacionales que caracterizan a la familia en cuestión.

    Sylvia (Jessica Chastain) es el paciente asignado de la familia neurótica a la que pertenece en Memory (Michel Franco, 2023). La mujer cuenta con un pasado de abusos sexuales por el que es constantemente criminalizada. El nivel de negación de la realidad por parte de la familia neurótica puede ser tan delirante que habitualmente se producen casos donde una persona abusada –en este caso, sexualmente– puede ser culpada por haber sufrido tal destino, casi como si lo hubiera estado pidiendo, como si en realidad lo hubiera disfrutado. En el caso de Memory, Sylvia es acusada de mentir compulsivamente, de inventarse sus historias como una estratagema para recibir mayor atención por parte del resto de miembros de la familia, con especial mención a su progenitora, Samantha (Jessica Harper). La madre es la principal instigadora de la narrativa neurótica de su familia, pues prefiere ver a su hija como una mentirosa manipuladora que aceptar la pederastia en el seno de su construcción familiar idealizada. Las consecuencias de estas circunstancias son más abusos sexuales a Sylvia, esta vez fuera del ámbito familiar y durante la preadolescencia, lo que provoca una caída en el alcoholismo.

    Sylvia no solo tiene que afrontar las incapacidades de su familia y su machaque constante como culpable de algo que no ha provocado, sino que, además, en edad adulta debe lidiar con las consecuencias sobre su psique. Alcohólica en estado de control –asiste regularmente a las reuniones de Alcohólicos Anónimos y lleva trece años sin beber– y traumatizada por un pasado terrorífico, la mujer trata de salir adelante y criar a su propia hija adolescente, Anna (Brooke Timber), quien no ha conocido a su abuela, pues Sylvia ha cortado contacto con el pasado familiar, a excepción de su hermana, Olivia (Merritt Wever). Este contexto la sume en un estado de turbulencia emocional constante y miedo feroz a cualquier circunstancia mínimanente amenazadora, lo que la lleva a ser excesivamente controladora con su hija, ante el temor atroz de que le suceda lo que a ella –no parece darse cuenta de que, al no vivir su hija en un entorno familiar neurótico, las posibilidades se reducen considerablemente–. También, a vivir en un estado de paranoia, y es ahí donde entra en juego Saul (Peter Sarsgaard). La mujer lo confunde con uno de los adolescentes que abusaron sexualmente de ella. Él no recuerda nada, ya que sufre de demencia y su enfermedad le ha licuado la memoria. Cuando Sylvia descubre que había sido un malentendido, se posibilita un acercamiento al personaje, pues algo en él parece cautivarla. Se inicia así una atípica historia de amor entre dos personas cuya vida está condicionada por la memoria: ella desearía olvidar; él no logra recordar.

    El contexto psicológico permite comprender mejor el calado dramático del nuevo filme de Michel Franco, quien también firma el guion. Los protagonistas de la historia son dos personas profundamente dañadas psicológicamente, que encuentran una enorme complicidad en la exploración de la existencia en un presente radical, que aspira a despojarse del pasado. A Sylvia parece cautivarle la ausencia de memoria de Saul. Su incapacidad para recordar a corto plazo, sumado a la difuminación de su pasado, permiten que la protagonista encuentre un espacio libre de recuerdos, donde solo importa lo que sucede a cada momento. Saul, por su parte, encuentra en su acompañante una mirada limpia de preocupación excesiva y patologización incapacitante. En este sentido, Franco no construye un discurso idealizado sobre la enfermedad mental como una mera divergencia frente a lo normativo: la enfermedad mental existe, debe nombrarse como tal y es terriblemente dañina, pero no por ello uno va a dejar de vivir. Así, mientras Saul revitaliza su anodina vida de encierro, aunque esto ponga en riesgo su vida –hay momentos de demencia donde pone su vida en serio peligro–, Sylvia aprende a confiar y a abrirse a ese pasado con el que no ha sabido lidiar, aunque esto la exponga a una bajada a los infiernos, necesario proceso para la sanación del trauma.

    El mayor acierto de Michel Franco es, por tanto, la mirada con que se aproxima a estos personajes. La narración es calmada pero implacable, sin evitar entrar en terrenos donde un pudor excesivo amenazaría con convertir el filme en un lugar común que apenas cuenta nada sobre sus personajes, a quienes en realidad trata con un apabullante cariño. A esto se suma un inteligente suministro de información, que provoca que el público tarde bastante en entender cuáles son las circunstancias de ambos protagonistas, cuáles son sus intenciones y voluntades, y qué es exactamente lo que la obra pretende contar. Este sosiego narrativo sin tapujos sabe medir bien los momentos de mayor impacto emocional. La narración se compone de conatos de conflicto, que, sumados a la calma tensa que se respira en todo momento, van construyendo un in crescendo que explota con visceralidad en el clímax dramático que enfrenta a la protagonista con su madre. Previa a dicha escena, Sylvia ha aparecido varias veces en el contexto familiar –el de la familia de su hermana–, donde se respira un ambiente de tensión latente en el momento en que ella entra. Esta tensión, nuevamente, no la provoca ella, sino el resto de integrantes –principalmente su hermana y el marido de esta, Robert (Tom Hammond)–, que repiten el patrón del chivo expiatorio, a lo que se suma la incomodidad habitual de la sociedad de las apariencias y las formalidades ante la presencia de una persona con problemas psicológicos. Así se entiende que cause semejante conmoción algo tan poco dañino como que ella responda a las preguntas de los hijos del matrimonio cuando estos desean saber por qué su tía no puede probar ni una gota de cerveza. Estas escenas se filman como tableaux vivants donde se enfatiza la idea de sistema, en el que cada miembro de la familia ocupa un lugar concreto y se relaciona de una forma determinada con los demás.

    En su crítica de la película, Manu Yáñez establece una comparación entre esta obra y el cine de Michael Haneke. Parece innegable que la influencia del austriaco sobre el cine del mexicano es evidente, y se extiende más allá de Memory. En este caso, la comparación es concretamente con Amor (Amour, 2012), un filme con el que comparte esa idea de la calma tensa y el tratamiento sin tapujos de la enfermedad mental. Sin embargo, disiento con las reflexiones de mi compañero crítico en lo que se refiere a lo que este define como «espectáculo de la crueldad» cuando aborda el citado clímax dramático. Si atendemos a lo expresado en la introducción de esta crítica y tomamos por ciertas las investigaciones de José Luis Marín, el clímax final se podría leer como la representación fidedigna e inevitable de cómo funciona una familia neurótica. Así, es comprensible que la inmensa rigidez mental de la madre –con posibles rasgos, o al menos defensas, narcisistas– provoque un ataque a su hija mediante una actitud condescendiente. Del mismo modo es comprensible que su hija ni siquiera sea capaz de poder mirar a la cara a la que quizás sea la persona que más daño le ha hecho en su vida –duele más la traición de quienes más nos importan que el daño infligido–, apenas pueda articular palabra y acabe derrumbándose emocionalmente, al experimentar una vez más el evento traumático que ha determinado su vida y su identidad: la invalidación por parte de la principal figura de apego, y la consecuente criminalización. De esta manera, Michel Franco compone una película que no solo es tremendamente lúcida a nivel de disección psicológica de ciertas realidades familiares, sino que muestra un notable entendimiento de la forma cinematográfica y el manejo del tono, lo que da lugar a un drama romántico tan atípico como estimulante, capaz al mismo tiempo de sentirse real y pocas veces antes visto. ♦


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