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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Los indeseables

    || Críticas | ★★★★☆
    Los indeseables
    Ladj Ly
    Fuera de palacio


    Rubén Téllez Brotons
    Madrid |

    ficha técnica:
    Francia, 2023. Título original: Batiment 5. Duración: 105 min. Dirección: Ladj Ly. Guion: Ladj Ly, Giordano Gederlini. Música: Pink Noise. Fotografía: Julien Poupard. Compañías: Srab Films, Lyly Films, France 2 Cinema, Panache Productions, La Compagnie Cinématographique. Distribuidora: Le Pacte. Reparto: Anta Diaw, Alexis Manenti, Jeanne Balibar, Steve Tientcheu, Valentin Pradier, Aristote Luyindula.

    De entrada, sorprende que Los indeseables no esté marcada desde el inicio por el nervio en llamas que recorría la columna vertebral de Los miserables, la anterior película de Ladj Ly: ese frenesí que punteaba tanto la puesta en escena como los propios hechos que se narraban desaparece durante casi todo el metraje y es sustituido por unas decisiones formales sobrias y una historia más pausada que está sostenida en todo momento sobre dos tipos de conversaciones, unas que son susurradas con rabia y los dientes apretados, y otras que se producen en la parte trasera y oscura de los coches, de los restaurantes, del ayuntamiento, y en las que los participantes despliegan un catálogo de soberbias, excesos de poder e interés sucios; en las primeras, los oprimidos comparten su desesperación en su intento por calmarlo levemente, en las segundas, los opresores buscan nuevas formas de mantenerse en el poder, de enriquecerse y de humillar al pueblo, de hundirlo aún más en las costillas de la miseria.

    En su nueva propuesta, Ladj Ly se propone convertir en imágenes aquel concepto que Pasolini definió en uno de los artículos de sus Cartas Luteranas como “dentro de palacio, fuera de palacio”; o, dicho de otra forma, el cineasta francés busca hacer una lectura de la actualidad desde una suerte de paradoja que le permite alejarse lo suficiente de un hecho concreto para mostrar la totalidad de la realidad que lo engloba sin por ello mantener una frialdad escénica con respecto a los protagonistas. Para ello, muestra la forma en que los políticos y los ciudadanos se encuentran en dos compartimentos completamente aislados: los primeros, habitan una burbuja insonorizada que les evita mantener cualquier contacto con el exterior y sus problemas; los segundos, viven en el mundo real, sufren problemas reales y sus preocupaciones están indisociablemente ligadas a los mismos. A través de esta estrategia de diferenciación, Ly coloca el foco de debate en las cuestiones que realmente le importa a la gente, y no en problemas artificiales creados desde dentro de palacio, puesto que, en palabras de Pasolini, “sólo lo que pasa dentro de Palacio parece digno de interés y de atención: lo demás es minucia, hormigueo de gente, cosas informes, de segunda categoría…”, pero no por ello evita mostrar la forma en que esos debates artificiales son creados. Los indeseables, por tanto, se presenta delante de la mirada como cine social que renuncia a la narración en primera persona —caso del cine de los Dardenne o de Ken Loach— para convertirse en un mirador elevado desde el que se puede observar con claridad las dinámicas que suceden tanto dentro como fuera de palacio.

    Sólo con las dos primeras secuencias de la película, el director consigue condensar esta idea y transmitirla con una potencia que únicamente puede entenderse desde la transparente —y compleja— sencillez con la que están filmadas. En la primera, la protagonista y su familia bajan por las infinitas escaleras del viejo edificio en el que viven –y cuyo ascensor se rompió hace tanto que ya nadie se acuerda— el ataúd de su abuela; Ly estira la duración hasta conseguir que el tiempo fílmico proyecte la ilusión de ser tiempo real, cierra los planos y los esquina con escorzos bruscos para que la sensación de encierro y opresión se salga de la pantalla e inunde al público. En la segunda secuencia, el alcalde de la ciudad detona durante un acto público uno de los edificios del barrio después de haber desahuciado con estrategias espurias a sus habitantes, buscando seguir con el plan de gentrificación que tantos beneficios individuales le están reportando tanto a él como a su teniente de alcalde y a unos cuantos constructores. Durante la explosión, sufre un infarto y, pese a la rapidez con la que una ambulancia acude en su ayuda, y al gran trabajo de los sanitarios, fallece. La muerte, dice Ly en un arranque arrebatador, no iguala a nadie, por mucho que el dicho rece lo contrario. Fuera de palacio, morir cuesta dinero y le genera muchos problemas a la familia de clase trabajadora de la protagonista; dentro de palacio, los cuidados sanitarios están garantizados, y los oropeles no faltarán en el caso de que haya funeral.

    Ly construye la película siguiendo esta dinámica de opuestos que apenas se cruzan. Así, por un lado, sigue a Haby (Anta Diaw), una joven francesa de origen maliense que trabaja en el ayuntamiento de la ciudad; por otro, retrata los chanchullos del nuevo alcalde (Alexis Manenti), puesto a dedo por la cúpula del partido. La protagonista vive en un barrio alejado del centro de la ciudad, que está habitado mayoritariamente por una población racializada, que el resto de la sociedad excluye a fuerza de hacinarla en edificios viejos que se caen a pedazos, cuyas paredes están llenas de desconchones y humedad. El barrio carece de transporte público, los servicios de sanidad y educación destacan por su ausencia y los políticos criminalizan a los jóvenes por rebelarse contra la enorme injusticia a la que son condenaos. Abundan en la película planos aéreos rodados con dron en los que se aprecia una vista general de la zona, aunque, paradójicamente, el horizonte y el cielo siempre quedan excluidos del encuadre: el futuro, los sueños y las ilusiones de la clase trabajadora son sólo una fractura que sangra y les hace sangrar, son una posibilidad inexistente. Esa es la realidad fuera de palacio: pobreza extrema, falta de recursos públicos, racismo estructural, abusos policiales y desesperación por la situación de estancamiento. Mientras, dentro de palacio, la especulación urbanística, la difusión de bulos contra los migrantes, y el reparto de comisiones mantiene ocupados a los políticos.

    A lo largo de la primera hora de metraje, Ly va capturando con meticulosidad esa impotencia que sienten los habitantes del barrio ante la imposibilidad tanto de tener una vida digna como de cambiar un sistema diseñado para someterles. Por debajo de la alternancia de secuencias desde dentro y fuera del palacio, el fuego de la rabia fluye con una fuerza intempestiva que termina explotando en el tercer acto. Es en ese momento, cuando el frenesí que recorría de principio a fin Los miserables se apodera de la puesta en escena de Los indeseables, cuando la desesperación cristaliza en un clímax en el que es imposible no estar del lado del personaje interpretado por Aristote Luyindula, puesto que la cámara de Ly ha convertido su desesperación, su sufrimiento, su impotencia, en la de todos. ♦


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