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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Rebel Moon – Parte 2: La guerrera que deja marcas

    || Críticas | Streaming | ★★★★☆
    Rebel Moon – Parte 2
    La guerrera que deja marcas
    Zack Snyder
    ¿Cómo me encontrarás? Siguiendo adelante


    Raúl Álvarez
    Madrid |

    ficha técnica:
    EE.UU. 2024. Título original: Rebel Moon – Part Two: The Scargiver. Director: Zack Snyder. Guion: Zack Snyder, Kurt Johnstad y Shay Hatten. Productores: Sarah Bowen, Misha Bukowski, Wesley Coller, Shay Hatten, Kurt Johnstad, Teresa Kelly, Eric Newman, Deborah Snyder, Zack Snyder, Bergen Swanson. Productoras: Grand Electric, The Stone Quarry. Fotografía: Zack Snyder. Música: Tom Holkenborg. Montaje: Dody Dorn. Reparto: Sofía Boutella, Ed Skrein, Djimon Hounsou, Michiel Huisman, Bae Doona, Ray Fisher, Staz Nair, Fra Fee, Anthony Hopkins (voz).

    Si en la primera Rebel Moon Zack Snyder trataba de maquillar de manera un tanto naif la fuente de su nueva franquicia –nada menos que Los siete samuráis de Akira Kurosawa (Sichinin no samurai, 1954)–, en esta segunda entrega no caben disimulos posibles. Gracias a los dioses. Con pasión y devoción enfermizas, el director de Sucker Punch (2011) se aplica en la tarea de mimetizar y a la vez actualizar sin coartadas un relato que, seamos sinceros, tampoco era una idea original de Kurosawa y sus coguionistas, sino una traslación al Japón feudal de dos mitos griegos: los siete contra Tebas y los argonautas. Estamos pues ante una historia seminal, un cuento de cuentos, una suerte de Pentamerón cuya eficacia narrativa se apoya en un motivo argumental siempre sugerente –unos pocos deben luchar contra muchos– por el que Snyder siente una debilidad evidente desde 300 (2007).

    También antes y después, porque podría afirmarse sin rubor alguno que el sustrato dramático de su filmografía es justamente esta premisa básica, la idea de que el mundo cambia solo cuando un individuo decide enfrentarse contra todo un ejército, de vivos o de muertos. Así debería entenderse y hasta celebrarse Rebel Moon 2, como la reivindicación de una filosofía y una actitud ante la vida antes que el remake de un clásico que ya era el remake de otros clásicos. Para Snyder el escenario es lo de menos, lo fundamental es la fuerza y la significación del mito; su eco en el tiempo y su ejemplo para las nuevas generaciones. Esa es la esencia de su cine hasta en sus derivadas más inocuas y simplistas, la obra de un mitólogo que delinea sus imágenes con fervor de miniaturista porque sus historias –y él es el primero que lo sabe– ya han sido contadas antes. ¿Mejor? No necesariamente, tan solo de otro modo.

    Convendría recordar en este sentido, planteando de paso un diálogo pertinente con Kurosawa, que éste fue otro mitólogo especializado en cultivar historias viejas en campos nuevos. En particular, disfrutaba entreverando a Shakespeare con el kabuki. Pero a Akira nadie le discutía en voz alta, al menos en sus primeros años. Al final de su carrera, en cambio, en un momento en que la nueva crítica no sabía reconocer un mito porque había dejado de leer literatura –o de leer–, algunas voces afirmaron que Kagemusha, la sombra del guerrero (Kagemusha, 1980) y Ran (1985) eran meros ejercicios estéticos, vaciados de contenido. Curioso, de Snyder se nos dice machaconamente lo mismo desde hace década y media; que carga y recarga las formas porque su discurso como autor es plano y poco original, cuando no fascista, xenófobo y machista. Por supuesto, estas mismas impresiones se obvian si el director es otro, por lo común alguien en apariencia más grave y trascendente que nos explica por qué debemos ver sus películas.

    El díptico Rebel Moon certifica dos intuiciones al respecto. Primera, que cierta crítica, hoy, sigue sin reconocer el cine de temas salvo cuando estos se escupen masticados y convenientemente orientados hacia la agenda de turno; de ahí su recelo ante cualquier imagen expresiva que carezca de diálogos. Como el de Kurosawa, el de Snyder es un cine de principios –morales, políticos, humanistas– que no emplea la palabra sino la imagen multireferencial. Y segunda, que cierta crítica, hoy, sigue atascándose, en la ciencia-ficción, ante las estéticas que esquivan los universos de Blade Runner (Ridley Scott, 1982) y la primera trilogía de Star Wars (1977-1983). La propuesta de Snyder es un cine cuya caligrafía visual es exigente porque mezcla lo culto con lo popular. Si aquél, por ejemplo en sus primeros noir, sabía combinar la iconografía barroca con los clichés del cine negro estadounidense de serie b, éste sabe armonizar en un mismo plano la ciencia-ficción pulp con la New Age, el diseño industrial con el Art Decó, las fantasías de la era Campbell con las ilusiones de Hugo Gernsback. La intención de ambos cineastas es idéntica: dejar espacio a la imagen para que esta hable.

    Es innegable, como decía al principio de estas líneas, que en el retrovisor de Rebel Moon 2 aparece una y otra vez el fantasma de los samuráis de Kurosawa, y no sólo los de su película más conocida. Sin embargo, la invocación de estos espíritus no implica tanto volver a recorrer un camino conocido –el mito de la resistencia en inferioridad numérica– como reubicar este tema en un tiempo nuevo, el nuestro, caracterizado por un sentimiento crónico de derrota. ¿Quién alza los brazos contra las injusticias? ¿Quién mira a los demás? ¿Quién no está dispuesto a resignarse? La cruzada de Kora (Sofía Boutella) y sus siete magníficos del espacio –porque Snyder también se acuerda con cariño del film de Jimmy T. Murakami– se desarrolla y adquiere sentido en estos términos de nuestro presente.

    Mejor planificada y montada que la primera entrega, La guerrera que deja marcas nos devuelve al Snyder que sabe ir de lo íntimo a lo colosal en un solo plano, al cineasta que se le caen las ideas del bolsillo cuando rueda acción con travellings, y también, todo hay que decirlo, al cursi que se pasea por campos de trigo para fotografiar mujeres y niños de anuncio mientras se escucha una canción de sonoridades celtas. En la riqueza y en la pobreza, en salud y en la enfermedad, respetemos a un autor que, por insobornable, ha sido marginado por una industria que ha vendido su alma al diablo. De eso, sobre todo de eso iba Los siete samuráis. ♦


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