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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Three kilometres to the end of the world

    || Críticas | Cannes 2024 | ★★★★★
    Three kilometres
    to the end of the world
    Emanuel Parvu
    La objetividad del entomólogo


    Rubén Téllez Brotons
    Cannes |

    ficha técnica:
    Rumanía, 2024. Título original: Trei kilometri până la capătul lumii. Dirección: Emanuel Parvu. Compañías: FamArt Production. Reparto: Bogdan Dumitrache, Laura Vasiliu, Andriuta, Adrian Titieni, Richard Bovnoczki, Alina Berzunteanu.

    El lirismo y la desbordante belleza que desprende la secuencia inicial de Three kilometres to the end of the world, tercer largometraje de Emanuel Parvu, supone, paradójicamente, el único destello de tranquilidad de toda la película, un suspiro dulce de calma que precede a la explosión violenta que está a punto de sacudir las imágenes. En un gran plano general, dos personas, cuyas siluetas se ven perfiladas por la luz débil del atardecer, esperan a que el sol se esconda bajo la línea del horizonte mientras el mar, al fondo, suspira por el final del día. El silencio se mece entre los pliegues de las olas y la serenidad se apodera del encuadre. A partir de aquí, el director configura una narrativa que tensa, anuda y comprime de forma verdaderamente admirable, sin renunciar en ningún momento al férreo planteamiento estético —que es, a su vez, ético— que se autoimpone seguir durante todo el metraje. Siguiendo un esquema formal muy parecido al de las películas de Mungiu, Parvu proyecta sobre la pantalla una radiografía descarnada, pese a su marcado ascetismo, de la Rumanía rural, en la que la semilla de silencio implantada en cada secuencia intercambia los papeles del mutismo y la palabra con el objetivo de que la melodía afónica que acompaña a la imagen produzca un estruendo mayor que el de cualquier grito. La idea es hacer del diálogo la excepción y no la regla, otorgarle al cuerpo de los actores, a su colocación en el plano y a la austeridad expresiva que este proyecta, todo el peso de la cinta.

    Así, la primera parte de Three kilometres to the end of the world se sostiene sobre los hombros de una gran elipsis que Parvu utiliza para evitar mostrar la paliza que dos hermanos le dan al joven protagonista por haber besado a otro hombre al salir de la discoteca del pueblo. Pero el tono policial que predomina durante los minutos iniciales pronto se disipa para que el bisturí clínico del director pueda abrir en canal el pecho de un ecosistema opaco que convierte la omertá en la principal muralla con la que protegerse de los aires de cambio del exterior. El director retrata a la perfección los mecanismos atávicos de un pueblo que vive, casi literalmente, en el siglo pasado. Ahí están esas casas de guijarro que parecen capillas desde las que se vigila el comportamiento de todo el mundo; ese hablar en voz baja por miedo a ser pasto del cotilleo; esos rumores siempre malintencionados que vuelan de boca en boca; esa atmósfera cerrada en la que las injusticias se esconden detrás de la pasividad de los testigos que las contemplan; esos pensamientos oscurantistas propios de la edad media; esas puertas cerradas que se abren siempre que el cura, prepotente como él sólo, lo exige. Y, cómo no, esa marcada homofobia alrededor de la que gira la película. El director no se limita a mostrar el horror de una agresión homófoba como si de un hecho de carácter aislado se tratase, sino que se dedica a rastrear los efectos que dicha agresión tienen en el pueblo para encontrar la raíz del problema. Y ese es uno de sus grandes aciertos.

    Parvu diseña una puesta en escena en la que prima la frialdad objetiva de una cámara que se mantiene estática durante gran parte del metraje y que abraza con fuerza el plano secuencia con la intención de capturar en tiempo real la tensión esquizoide que se va apoderando del relato. Así, en el momento preciso en el que los padres del protagonista descubren su homosexualidad, la película se convierte en un vórtice que primero absorbe al público y luego convierte en un personaje más que contempla de forma activa todos los delirios que los habitantes del pueblo llevan a cabo con tal de mantener el status quo. Parvu elimina cualquier ruido que pueda interferir entre su cámara y la realidad para detenerse a filmar el funcionamiento de las cosas: no propone soluciones, ni tampoco emplea triquiñuelas visuales que le permitan ilustrar de forma vistosa su discurso. Sencillamente, contempla a sus personajes con gafas de entomólogo para descifrar cuáles son los mecanismos que mueven sus acciones. Sin efectismos, sin metáforas. Con un lenguaje desnudo que maravillaría a Bresson.

    Hay momentos de una clarividencia absoluta que justifican por sí mismos el visionado de la película, como la secuencia en la que la madre del protagonista acude al sacerdote del pueblo para que (palabras textuales) “cure la enfermedad de su hijo”; y él insinúa que, “a lo mejor, la vacuna del covid es la que le ha vuelto homosexual”. Ahí está el director preguntándose si esa fe ciega en asuntos acientíficos e ilógicos que la religión promueve no predispone a la población a creer en disparatadas teorías de la conspiración. Brillante. Three kilometres to the end of the world es, al mismo tiempo, la consolidación de Parvu como una de las grandes voces del cine rumano, una poderosa denuncia de la homofobia y de su carácter estructural, un fresco deslumbrante que muestra el funcionamiento de los mecanismos del poder, y la candidata más sólida a la Palma de Oro proyectada hasta el momento. ♦


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