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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | The Shrouds, David Cronenberg [Cannes 2024]

    || Críticas | Cannes 2024 | ★★★☆☆
    The Shrouds
    David Cronenberg
    El cementerio de la verdad


    Rubén Téllez Brotons
    Cannes |

    ficha técnica:
    Canadá, Francia, 2024. Título original: The shrouds. Duración: 116 min. Dirección: David Cronenberg. Guion: David Cronenberg. Música: Howard Shore. Fotografía: Douglas Koch. Compañías: Coproducción Canadá-Francia; Prospero Pictures, SBS Productions. Distribuidora: SBS Distribution. Reparto: Vincent Cassel, Diane Kruger, Guy Pearce, Sandrine Holt, Elizabeth Sanders.

    Las cintas de Cronenberg no se caracterizan por ser autobiográficas, pero resulta difícil no ver en el protagonista de The Shrouds un trasunto del director; más aún si se tiene en cuenta que el germen de la cinta no fue otro que el impulso que sintió el director de reflexionar sobre la reciente muerte de su mujer. Vincent Cassel da vida a un empresario que, obsesionado con el cadáver de su esposa (que falleció tras una larga agonía provocada por un cáncer que fue convirtiendo sus huesos en finas láminas de cristal quebradizo), con la imposibilidad de seguir junto al cuerpo sin vida de la persona a la que más ha querido, decide crear un cementerio compuesto por lápidas ultramodernas, que permiten observar los restos de los difuntos gracias a una cámara de alta resolución instalada dentro del ataúd. Complementa su invento construyendo un restaurante de lujo justo al lado de la necrópolis. El problema es que su obsesión, lejos de desaparecer, se va haciendo cada vez más grande, más intensa, más incompatible con la vida; y le termina aislando del mundo. Es incapaz de socializar con nadie que no sea su cuñada y su asistente personal, una IA que lo mismo conduce su coche, que le programa una cita con el médico, que se disfraza de koala para sacarle una sonrisa; y, como forma desesperada de paliar los pensamientos impulsivos que asaltan constantemente su tranquilidad, diseña un traje que le permite proyectar un holograma de su cadáver sobre la pantalla de su ordenador.

    Es enfermizo, es radical y es puro Cronenberg. El autor de Crash no se distingue, precisamente, por su uso de las metáforas y los eufemismos a la hora de explorar los límites del cuerpo humano, de establecer un diálogo entre la fisicidad caliente de la carne y el frío metálico de una prótesis, de un coche o, en este caso, de la misma muerte; sino que convierte la pantalla en su particular laboratorio de científico loco y materializa en unas imágenes viscerales y violentas esas ideas extremas, capaces de producir fascinación y repulsión al mismo tiempo. Las primeras secuencias de The Shrouds dan a entender que el viaje va a ser truculento y doloroso, pero, nada más lejos de la realidad, la cinta pronto condena la exploración del diálogo con los muertos al fuera de campo de las palabras. Así, el grito en el que se exprime Cassel en la primera secuencia y la explicitud con la que Cronenberg muestra el cadáver en pleno proceso de descomposición del personaje de Diane Kruger, no son sino una muestra de los caminos por los que no va a transitar una cinta. Acto seguido, el director despliega sobre la pantalla una telaraña de conversaciones silenciosas en su aplastado tono monocorde que, lejos de servir para desarrollar a los personajes, niegan sus identidades de forma sistemática hasta llegar a tocar, en muchos momentos, la fibra membranosa de la paranoia.

    The Shrouds resulta verdaderamente interesante en el mismo instante en que sus imágenes adquieren el tono ambiguo del neo-noir —al más puro estilo de La noche se mueve y El largo adiós— y su narrativa pierde la consistencia de la estructura clásica en tres actos para desplegar sobre la pantalla un laberinto de conspiraciones, mentiras, cuerpos que se sustituyen, personas que desaparecen y palabras que pierden cualquier tipo de credibilidad. Cronenberg diseña una película en la que la reflexión sobre la verdad y la mentira cristaliza en la desconfianza que el espectador llega a generar, por momentos, con el protagonista y narrador —toda la cinta está contada desde su perspectiva—, cuya descripción de la idílica relación que tenía con su mujer se ve tambaleada por unos flashbacks que muestran cómo, en vez de acompañarla al hospital en los momentos más duros de su enfermedad, la esperaba en casa con una tranquilidad inquietante. En ese momento surge la duda: ¿Y si su obsesión por reunirse físicamente con ella no estuviese causada por la imposibilidad de asumir la pérdida (como él mismo afirma), sino, más bien, por el sentimiento de culpa que le aflige por no haber estado presente en vida? A partir de aquí, la película se lanza de cabeza por un archipiélago de incertidumbres que Cronenberg no tiene intención de despejar. En un momento en el que las fake news, los bulos y las teorías de la conspiración más loca ensucian el debate público y le dan alas a la extrema derecha, el autor de Promesas del Este se adentra en la cueva oceánica de la posverdad para transmitir de forma visceral la duda constante que esta provoca. ♦


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