|| Críticas | ★★★☆☆
Querida desconocida
Guillaume Bureau
Memoria fotográfica
Ignacio Navarro Mejía
ficha técnica:
Francia y Bélgica, 2022. Título original: C’est mon homme. Dirección: Guillaume Bureau. Guion: Guillaume Bureau, Robin Campillo, Pierre Chosson. Producción: Avenue B Productions / Frakas Productions / RTBF / Proximus / VOO / BE TV. Fotografía: Colin Lévêque. Montaje: Nicolas Desmaison. Música: Romain Trouillet. Diseño de producción: Catherine Jarrier-Prieur. Vestuario: Nathalie Raoul. Reparto: Leïla Bekhti, Karim Leklou, Louise Bourgoin, Jean-Charles Clichet, Ghislain de Fonclare. Duración: 87 minutos.
Francia y Bélgica, 2022. Título original: C’est mon homme. Dirección: Guillaume Bureau. Guion: Guillaume Bureau, Robin Campillo, Pierre Chosson. Producción: Avenue B Productions / Frakas Productions / RTBF / Proximus / VOO / BE TV. Fotografía: Colin Lévêque. Montaje: Nicolas Desmaison. Música: Romain Trouillet. Diseño de producción: Catherine Jarrier-Prieur. Vestuario: Nathalie Raoul. Reparto: Leïla Bekhti, Karim Leklou, Louise Bourgoin, Jean-Charles Clichet, Ghislain de Fonclare. Duración: 87 minutos.
A esta categoría pertenecería la ópera prima de Guillaume Bureau, originalmente titulada C’est mon homme (es mi hombre), pero que ha sido traducida para su estreno en nuestras salas como Querida desconocida. El título original alude al protagonista masculino, el que padece la amnesia, en este caso como trastorno derivado de su participación en la Primera Guerra Mundial, mientras que el título traducido afecta a la protagonista femenina, la esposa de ese veterano de guerra que creía muerto, que le ha sustituido en su estudio fotográfico, hasta que la noticia de un periódico se hace eco de que han internado a un hombre con sus características en un centro psiquiátrico y a él acude la mujer para dar fe de que es su marido. Lo cierto es que el foco está bastante repartido entre ambos personajes principales, pero el título original, menos melódico y típico del género, es también más ilustrativo del conflicto que sobreviene, inesperado porque suma al dilema ya inicial un elemento más de turbación que, desde fuera, resulta difícil de creer. Y es que el problema de reconocimiento propio y ajeno no es exclusivo del hombre en cuestión, sino también, en parte, de la mujer y de otras personas, lo que extiende el meollo narrativo más allá del padecimiento de una persona en singular, alguien que presenta una de las causas comunes de la amnesia, para revelar una carencia más colectiva, precisamente por culpa de esa posguerra. Dicho de otra manera, es solo un personaje el que está diagnosticado con amnesia y no recuerda a nadie de su entorno, pero son también otras personas de su entorno las que no recuerdan bien ciertas cosas o dudan de lo que deberían recordar, lo que atestigua que todo el mundo ha sufrido, en cierta manera, el horror de la guerra, y es toda una sociedad la que desea pasar página.
Este subtexto se puede derivar del desarrollo de la trama, pero no se explicita porque la misma queda circunscrita a la intimidad del drama. Estamos casi ante una pieza de cámara (cuyo riesgo de teatralidad, por cierto, se contrarresta por una cámara en frecuente movimiento aunque a menudo de forma gratuita y poco expresiva) cuya recreación de época se advierte sobre todo en interiores y en el vestuario de los personajes, reducidos en número, y la acción apenas se desplaza de contadas localizaciones, ni se desborda para incluir referencias más amplias del contexto. El efecto es que, aun intuyendo esa otra interpretación general de la historia que Bureau y su equipo nos cuentan, el marco personal que adopta es limitado y, por sí solo, no acaba de justificar una progresión forzada, si bien intrigante, del libreto, amenazando la suspensión de la incredulidad. Esto también se debe a que las motivaciones de los personajes son en ocasiones algo opacas, sobre todo en la segunda parte, lo que, de nuevo, puede explicarse por la dolencia y la incertidumbre que los perturba, que los deja sin asidero, pero que se podría haber resuelto mejor si algunas secuencias fueran más desarrolladas, ya que la planificación y el montaje son quizá demasiado elípticos y episódicos. Con todo, el carisma de los intérpretes suple en buena medida estas omisiones, en especial el de Leïla Bekthti, actriz en alza (por no decir ya consagrada), en el papel de la esposa que no acepta convertirse en viuda. Al fin y al cabo, los giros narrativos y alardes técnicos quedan relegados ante una historia que adquiere su pleno sentido y se crece en la simple atención a los personajes, en sus gestos conmovidos, en sus miradas desoladas o en sus escasos momentos de alivio y felicidad, todos ellos sentimientos que sortean cualquier tipo de amnesia para compartirse de inmediato por quienquiera que los presencie. ♦