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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | La casa

    || Críticas | ★★★★☆
    La casa
    Álex Montoya
    La memoria como una cinta de Super 8


    Rubén Téllez Brotons
    Las Palmas |

    ficha técnica:
    España, 2024. Título original: La casa. Duración: 83 min. Dirección: Álex Montoya. Guion: Álex Montoya, Joana M. Ortueta. Música: Fernando Velázquez. Fotografía: Guillem Oliver. Compañías: RAW Producciones, Nakamura Films, Haciendo la casa, RTVE. Reparto: David Verdaguer, Óscar de la Fuente, Luis Callejo, Olivia Molina, María Romanillos, Lorena López, Marta Belenguer, Jordi Aguilar, Miguel Rellán.

    Acercamiento intimista a la frontera polvorienta de la memoria; solapamiento de unos recuerdos individuales que están obligados a dialogar entre ellos, a conformar un fresco del pasado verdaderamente grande, si quieren sobrevivir; baile de movimientos silentes que lloran sin lágrimas sobre la alfombra rota de su pasado; así se podría definir La casa, adaptación de la novela gráfica homónima de Paco Roca, que se alzó, más que merecidamente, con un póker de galardones (Mejor Guion, Mejor Banda sonora original, Premio de Público y Premio de la Crítica) en la pasada edición del Festival de Málaga, que, pese a todo, no le hacen justicia a la armoniosa sensibilidad de sus imágenes ni a la sutileza, cerrada y triste, de la mirada de sus protagonistas, porque resulta imposible que el peso de cualquier estatuilla llegue a transmitir, aunque sea mínimamente, la calidad de esta obra inmensa en su apabullante sencillez.

    La cinta cuenta la historia de tres hermanos que se reúnen, tras la muerte de su padre, en la vieja casa familiar en la que pasaron los veranos de su niñez para decidir qué hacer con ella. En un primer momento, la idea es reformarla ellos mismos para ponerla a la venta, pero, a medida que van reconstruyendo la arquitectura en ruinas de su antiguo hogar, hacen lo propio con la de su memoria, reconciliándose, en el proceso, tanto con sus errores del pasado como con todos aquellos familiares con quienes habían discutido tiempo atrás. A partir de esta premisa cotidiana que nada tiene de intrincada, Álex Montoya construye una propuesta fresca y honesta en la que el naturalismo escénico y la escasez de grandes y espectaculares momentos se convierten en algunos de sus múltiples aciertos. Y es que La casa busca en todo momento rastrear la cartografía emocional que sus protagonistas ocultan en las esquinas más oscuras de su memoria y, por tanto, sus pulsos narrativos no se constituyen sobre el barroquismo de la emoción exaltada ni del griterío ensordecedor. Hay muchos casos en la historia del cine en los que un argumento similar a este ha servido para diseñar melodramas —sostenidos sobre la explicitud verbal y la confrontación constante— que convierten el conflicto exacerbado entre sus personajes en su mejor –y única--- baza. Nada de esto sucede en La casa.

    Montoya detiene la cámara en el día a día de los protagonistas para filmar esos momentos en apariencia intrascendentes en los que arreglan cualquier avería, cuidan del jardín, abren cajas llenas de objetos y, en fin, exploran el refugio en el que su padre, debido al cariño que le tenía, pasó los últimos años de su vida. Así, pese a que en un principio parece que ni la casa ni su contenido tienen un gran valor económico y lo único que van a acarrear son problemas, la conversación que los personajes entablan con sus propios recuerdos les devuelven esa carga emocional olvidada y no monetizable que ha sido denostado por el capitalismo salvaje. La película se presenta, por tanto, como una cascada de imágenes limpias de añadidos artificiales, que busca en todo momento restituir el valor de la sencillez: en una época en la que el consumismo masivo está terminando con los recursos del planeta y generando una gran crispación en las personas al incitarlas a comprar sin límites, La casa se planta delante de la mirada como la antítesis de ese modelo de vida y aboga por lo pequeño, por lo sencillo, como forma de estar en el mundo. No se trata tanto de contraponer los conceptos de campo y ciudad para subrayar sus diferencias, como de capturar el olor, el tacto y el sabor mismo de la naturaleza y su parsimonioso día a día para embelesar al espectador, para imbuirle en el lirismo sin aditivos de sus imágenes y dejar que se pasee dentro de ellas. La urbe queda relegada en todo momento a un fuera de campo que evita que el pequeño ecosistema en el que se desarrolla la acción se vea contaminado por factores externos; y que encierra a los protagonistas en un círculo íntimo y verde para que puedan sacar las astillas que se clavan en la columna vertebral de su pasado.

    El metraje está plagado de escenas en las que uno de los personajes se detiene a observar un lugar concreto de la casa que en su memoria está asociado a un momento trascendente con el padre recién fallecido, estableciendo así una conversación con el pasado a través de la cual le restituye al viejo edificio el valor sentimental que había quedado oculto por la costra del paso del tiempo. Esos recuerdos, filmados en super 8, constituyen el núcleo duro de la propuesta; y, a través del diálogo que entablan entre sí, consiguen crear una memoria colectiva de la familia, con sus grietas de dolor, sus briznas de alegría y sus telarañas de silencio. Montoya diseña unas metáforas visuales precisas y hermosas que utiliza para transmitir los estados anímicos de los personajes sin necesidad de emplear palabras: ahí está, como ejemplo paradigmático, esa manguera que llora las lágrimas que el personaje de Óscar de la Fuente se esfuerza por reprimir. Todos estos elementos se complementan a la perfección con las interpretaciones, hondas y contenidas, de los actores, haciendo de La casa una cinta emocionante y bonita —que no ñoña— que abraza al espectador y no le suelta durante sus cortos, cortísimos, ochenta y tres minutos de duración. ♦


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