|| Críticas | Estrenos| ★★☆☆☆
Rivales
Luca Guadagnino
El síndrome Surf Dracula
Borja Hernández Máñez
ficha técnica:
Estados Unidos, 2024. Título original: Challengers. Duración: 131 min. Dirección: Luca Guadagnino. Guion: Justin Kuritzkes. Fotografía: Sayombhu Mukdeeprom. Reparto: Zendaya, Josh O’Connor, Mike Faist, Heidi Garza, Faith Fay. Compañías: Metro-Goldwyn-Mayer (MGM), Pascal Pictures. Música: Trent Reznor, Atticus Ross
Estados Unidos, 2024. Título original: Challengers. Duración: 131 min. Dirección: Luca Guadagnino. Guion: Justin Kuritzkes. Fotografía: Sayombhu Mukdeeprom. Reparto: Zendaya, Josh O’Connor, Mike Faist, Heidi Garza, Faith Fay. Compañías: Metro-Goldwyn-Mayer (MGM), Pascal Pictures. Música: Trent Reznor, Atticus Ross
La máxima “personajes complejos, trama simple” es una regla que no siempre se cumple, pero que ha demostrado ser efectiva. Al reflexionar sobre esto en el contexto de Rivales, puede que sea necesario considerarlo varias veces, ya que la primera impresión al salir del cine es similar a salir de un casino en Las Vegas: “¿Qué ha pasado?”. Con la metáfora del tenis de fondo, casi como un pretexto de comparación inevitable por la relación amorosa y competitiva de los protagonistas, Rivales narra la historia de Tashi Duncan (Zendaya), una joven promesa del tenis que se ve obligada a retirarse tras una lesión en la rodilla, y Art Donaldson (Mike Faist) y Patrick Zweig (Josh O'Connor), un dúo de tenistas que se conocen desde la infancia y que compiten por convertirse en leyendas del tenis y conquistar el corazón de Tashi. Con el paso del tiempo, casi proporcional al tiempo de pantalla, Art se erige como el tenista exitoso, y Patrick como el perdedor olvidado; algo así como una versión de El principe y el mendigo, pero con tenis y una rivalidad tóxica dentro y fuera de la cancha. Así, con una estructura no lineal que resulta difícil de plasmar en esta crítica, comienza la manipulación de este coro que encapsula tanto el protagonismo como el antagonismo de la trama. Por un lado, Tashi siembra la discordia entre los amigos, instigándolos a competir entre sí. Consciente del interés que ambos sienten por ella, no se le ocurre mejor idea que proponerles que el ganador del próximo partido se quedará con ella. Aquí es donde la trama se complica, ya que el choque de egos entre los dos “amigos” se intensifica en un crescendo de idas y venidas en el tiempo. Después de elegir a Patrick, Tashi, en una especie de acto pseudo-psicópata, decide quedarse con aquel que tenga más posibilidades de convertirse en una leyenda del tenis, para vivir su sueño de manera vicaria. Así, decide quedarse con Art, ser su entrenadora, casarse y tener hijos con él, mientras practica sexo ocasional con Patrick. Tras este mareo, Art se convierte en uno de los mejores tenistas del mundo, pero se siente frustrado por no haber ganado aún un U.S. Open. Patrick, por otro lado, es un perdedor con encanto, mientras que Tashi se convierte en un parásito emocional de su esposo, con quien seguramente romperá cuando él deje de cumplir sus expectativas (algo que, por cierto, le dice explícitamente). Ahora, con Art al borde del retiro, Tashi decide elevar un poco su ego inscribiéndolo en un torneo para tenistas en horas bajas, donde se verá obligado a enfrentarse a Patrick, una situación que traerá de vuelta todos los dramas del pasado.
Con todo esto, es posible que piensen que les he destripado la película, pero esta breve sinopsis solo rasca la superficie: es solo el punto de partida que permanece prácticamente inalterado hasta el final. Tashi sigue siendo un parásito emocional, Patrick un perdedor con encanto y Art un talentoso tenista frustrado y algo ingenuo. En otras palabras, nos encontramos con un elenco de personajes complejos pero pasivos, que no experimentan ninguna evolución a lo largo de las dos horas de metraje. La ausencia de una resolución decisiva que comprometa a los protagonistas —es decir, una síntesis climática— tiñe todo este crescendo de frustración, ya que la premisa incumple su promesa: cuando Drácula finalmente agarra la tabla de surf, es demasiado tarde. Y cuando finalmente lo hace, utiliza la metáfora simplista de los valores deportivos presentes en tantas películas de Disney Channel o fábulas con moraleja: el compañerismo y la camaradería por encima de la victoria. Se trata de una síntesis, sí, pero torpe e ingenua, que desinfla todo lo que se ha establecido hasta ese momento, revelando que lo que parecía un misterio a punto de ser resuelto no es más que ambigüedad inconclusa. Precisamente por eso, resulta tan complicado advertir en la motivación de Tashi una razón que debería ser sólida y visible para espolear tanta manipulación maquiavélica. ¿Es ambición, frustración, deseo o todas las anteriores? La verdad es que no importa, pues sea lo que sea, no tiene consecuencias. Por tanto, independientemente de la aparente complejidad interna de los personajes, si no existe un reflejo visible en forma de redención, evolución, o motivación, la pretensión dramática termina en una metáfora deportiva fallida y un resultado telenovelesco con una estructura que lo reafirma. Diez años al pasado, después cinco, después trece y casi cuarenta minutos para ver al trío protagónico por primera vez en la misma habitación.
Aunque el guion de Justin Kuritzkes —esposo de Celine Song e inspiración de la aclamada Vidas pasadas: numerosos análisis comparan ambas películas—, no es perfecto, la dirección del maestro Guadagnino logra superar sus debilidades narrativas con una magnífica dirección de actores, de la mano de la videoclipera dirección de fotografía de Sayombhu Mukdeeprom. Lo que comúnmente se denomina “química” entre actores es en realidad la simbiosis entre su talento y la acción del director. En este caso, destaca, como siempre, la versatilidad de Josh O'Connor y la renovada interpretación de Zendaya, quien, contra todo pronóstico, encarna perfectamente el papel de una madre treintañera, enriqueciendo así el duelo interpretativo coral con la sensibilidad de Guadagnino. Este último logra infundir un poso dramático incluso en las conversaciones más triviales. Un ejemplo memorable es una escena en el club de tenis, donde Art y Patrick, en los albores de sus carreras, muestran celos desatados por Tashi. Magistralmente, el director italiano posiciona a los dos actores compartiendo un churro, con planos muy cerrados e incómodamente próximos. Más allá de cualquier connotación homoerótica, la dinámica revela la clásica, vulgar y no por ello menos cierta sentencia “a ver quién la tiene más larga”. Art y Patrick devoran el churro rápidamente, se acercan uno al otro, Art limpia el azúcar de la cara de Patrick, este le ofrece un posavasos, y así sucesivamente, manifestando la omnipresente competitividad incluso en los detalles más insignificantes. Sin embargo, esta sutileza interpretativa contrasta con la abrumadora dirección de fotografía, que despliega todos los recursos imaginables para convertir el tedio de un partido de tenis en una experiencia sensorial: planos desde el punto de vista de la pelota, planos holandeses, nadir, cenitales... Es un despliegue de medios diseñado para deleitar y abrumar, especialmente cuando se combina con la saturada banda sonora techno de Trent Reznor y Atticus Ross. Quizá ahora se entienda por qué salir de esta película se asemeja a salir de un casino en Las Vegas.
No obstante, como bien dice Tashi en la película: “El tenis es como una relación”. Este tema es el hilo conductor de toda la progresión dramática y ofrece el potencial punto climático. Sin embargo, si el tenis es comparado con una relación, es decir, un juego, es necesario que haya un ganador. En Rivales, sin embargo, no existe ningún ganador, pero tampoco ningún perdedor. Por eso, el punto climático es solamente potencial y no real, porque a pesar del espectáculo de fuegos artificiales, Drácula no se sube a la tabla de surf.