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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Calladita

    || Críticas | ★★★★☆
    Calladita
    Miguel Faus
    De la buena escritura


    Aarón Rodríguez Serrano
    Castellón |

    ficha técnica:
    España, 2023. Dirección y guion: Miguel Faus. Música: Paula Olaz. Dirección de fotografía: Antonio Galisteo. Montaje: Iacopo Calabrese. Casting: Victor Antolí. Diseño de Producción: Ana García Rico. Dirección de arte: Lucasta Emley. Reparto: Paula Grimaldo, Ariadna Gil, Luis Bermejo, Pol Hermoso, Violeta Rodríguez, Nany Tovar.

    Una piscina. Un flamenco. Una escultura. Un tránsito entre una playa que siempre se antoja lejana y ajena, y en contraposición, una extraña sensación de asfixia en el interior de una casa de lujo. Extrañas las distancias, también: las de una cámara que casi siempre vaga por una localización principal que subraya inmisericordemente su carácter artificial: una piscina, un flamenco, una escultura. Césped dulcísimo etalonado en un verde impecable. Paredes lisas, ropa planchada, platos perfectos. La cámara lo observa todo, digo, y a veces escapa fugazmente a otras localizaciones (un barco, una fiesta), y a veces ralentiza el tiempo y a veces simplemente se queda anonada en el plano general. Una cámara que, también a veces, parece buscar la asepsia documental y otras, indisciplinadamente, se arroja contra la acción y participa de los acontecimientos.

    Los que habíamos visto los cortometrajes anteriores de Miguel Faus ya sabíamos de su exquisito planteamiento estético y de su capacidad para afinar la mirada a las situaciones. Su salto al largometraje parece un tránsito casi natural, optando por una duración controlada, un cuidado milimétrico de los escenarios y el apoyo explícito en dos de sus puntos fuertes: la dirección de fotografía de Antonio Galisteo y la dirección de arte de Lucasta Emley. El espacio y la mirada, el objeto y su captación, el cuerpo humano, su ropa y su movimiento parecen anudarse así de manera natural e integrada en el despliegue paulatino de las escenas. Faus le saca partido a cada elemento del encuadre, trabajando con economía y ligereza, componiendo de manera sucinta pero armónica plano tras plano. Hay en su escritura un dominio especialmente notable del plano frontal y del reencuadre, de las líneas horizontales y de la relación entre horizonte y encuadre que sigue sorprendiendo por su precisión y su belleza. Por momentos, parece que su cámara hubiera sido capaz de recuperar algo de esa visualidad deliciosa de la modernidad que el cine contemporáneo no siempre respeta, y dispone con armonía y fuerza las líneas compositivas: traza, despliega, ordena con intención matemática los volúmenes y los planos de profundidad, como demuestra ya el arranque de la cinta en ese exuberante plano inicial donde fondo, forma, trampantojo, proletariado, espejismo y realidad parecen chocar en toda una declaración de principios.

    Aquí podemos trazar algunas líneas de debate que la película propone. La primera es la propia reflexión entre la mostración de una riqueza que se plantea como obscena e incómoda frente a los peligros de la estetización gratuita. Hubiera sido muy fácil quedarse atrapado simplemente en el gesto de mostrar el objeto bello y no cortocircuitar, precisamente por la fuerza del control formal, lo que hubiera podido desembocar en una telepromoción expandida. Antes bien —y el trabajo de las actrices tiene mucho que decir en todo esto—, intuyo que el mérito de Faus es precisamente que sus cuerpos parezcan reales y vivos en una serie de interiores siniestramente artificiales. Artificiales precisamente en tanto reflejan con una precisión pasmosa esas vidas enlatadas, gélidas, muertas, vidas de cara a la galería y platito de sushi, de polo de marca y verano con parné para quedar bien moreno bajo el sol del capital. Por una parte, la buscada tosquedad ausente de Violeta Rodríguez, capaz de ofrecerse a la cámara en un relato emborronado que hiela la sangre. Por otra parte, la presencia siempre portentosa y afilada de Ariadna Gil, que recupera aquí el arquetipo sucio de la altoburguesía catalana y lo traduce en una mujer a la que se le transparenta la maldad y la guardarropía. Las dos figuras giran sinuosamente alrededor de una Paula Grimaldo titánica que encarna las líneas de fuerza de la película tensando y destensando, respirando y conteniendo, marcando el ritmo, la palabra, la fuerza y la energía de cada escena. Estas tres presencias femeninas trenzan, a mi juicio, los chispazos más precisos de todo el metraje y entablan un diálogo amable y bien temperado —me permitirán que me ahorre la horterada habitual del «duelo interpretativo»— para permitir que la historia vaya desplegándose paulatinamente.

    Más allá (o más acá) del campo visual, me permitirán también que tenga algunas objeciones sobre ciertas resoluciones del guion. Es cierto que los procesos de alienación, colonialismo y violencia contra la protagonista se van desplegando con paciencia y cuidado en las dos primeras partes del guion, si bien el desenlace parece por momentos ligeramente precipitado. Faus maneja mejor el símbolo y la sugerencia que los saltos directos a la agresión descarnada, donde su delicado talento visual no hace justicia a unos personajes que, de puro aberrados, devienen casi irreconocibles. Así, por ejemplo, todo el juego con los gatos que merodean por los alrededores de la casa y su relación íntima con la protagonista son de una delicadeza totalmente meritoria. Lo mismo puede decirse del tratamiento visual de Violeta Rodríguez en el encuadre, arrojado en múltiples ocasiones contra Paula Grimaldo como si fuera una posición física y política a la vez. Sin embargo, en el momento en el que la película pretende ascender a una suerte de realismo extremo, sucio y agresivo, el relato se resiente levemente. El final de la cinta es totalmente coherente con los planteamientos del relato cinematográfico clásico (siempre he sospechado, y creo que lo comenté en su momento, que Faus era un heredero directo de la tradición norteamericana), pero queda la duda sobre la inevitable fricción temática entre lo que se plantea como una obra de marcado contenido social y un modo de representación que beneficia la lógica pretérita de la clausura de Hollywood. Será, no obstante, uno de los múltiples debates que el público puede recoger tras la proyección.

    Calladita, queda dicho, triunfa precisamente en el apartado visual y en su capacidad para disponer una mirada absolutamente impecable. Nuestro único deseo es que el indiscutible talento de Miguel Faus para la dirección encuentre sus públicos y nuevos proyectos en los que seguir desplegando una escritura que, afortunadamente anómala, puede traer tremendas alegrías al cine español que ha de venir. ♦


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