|| Críticas | Cannes 2024 | ★★★★☆
The Apprentice
Ali Abbasi
De aquellos Charles, estos Donalds
Rubén Téllez Brotons
ficha técnica:
Canadá, 2024. Título original: The apprentice. Duración: 120 min. Dirección: Ali Abbasi. Guion: Gabriel Sherman. Fotografía: Kasper Tuxen. Compañías: Coproducción Canadá-Dinamarca-Irlanda; Scythia Films, Profile Pictures, Tailored Films, Gidden Media, LB Entertainment. Reparto: Sebastian Stan, Jeremy Strong, María Bakalova, Katie Garyfalakis, Martin Donovan.
Canadá, 2024. Título original: The apprentice. Duración: 120 min. Dirección: Ali Abbasi. Guion: Gabriel Sherman. Fotografía: Kasper Tuxen. Compañías: Coproducción Canadá-Dinamarca-Irlanda; Scythia Films, Profile Pictures, Tailored Films, Gidden Media, LB Entertainment. Reparto: Sebastian Stan, Jeremy Strong, María Bakalova, Katie Garyfalakis, Martin Donovan.
Ali Abbasi no ha perdido la oportunidad de mostrar en su nueva película el completo desdén que Trump siente hacia el arte, o hacia cualquier cosa que requiera un mínimo de inteligencia: en una secuencia situada en el ecuador del metraje, Sebastian Stan, dando vida al infame expresidente, mantiene una conversación con Andy Warhol, posiblemente una de las figuras más conocidas y fotografiadas de la escena contracultural de la Nueva York setentera, sin saber quién es. No ha oído hablar de él y desconoce por completo tanto su corpus artístico como su figura. A él sólo le importan el poder y el dinero; y todo lo que se salga de esos límites le resulta completamente ajeno. Precisamente por eso, el director de Border decide construir su nueva propuesta desde el prisma de la subjetividad del esperpéntico magnate, para mostrar, a través de su mirada egoísta y ensimismada, la arquitectura de avaricia y ambición desenfrenada que sostiene el pensamiento de los poderosos que dirigen el país de las oportunidades. Abbasi convierte a Trump en el guía de su particular descenso a los infiernos del capitalismo; coloca la cámara a un palmo de su rostro y le sigue de forma obsesiva por los entornos oscuros y ocultos en los que se toman las grandes decisiones, buscando no tanto desmentir su relato de hombre hecho a sí mismo (que también), como el gran mito de la meritocracia.
“Hay que tener un don innato para triunfar, algo que se tiene de nacimiento y que no se puede conseguir de otra forma”, dice el joven Donnie (apodo familiar) en la escena inicial de la película. Pese a que él está hablando de una especie de talento especial que marca la diferencia entre alcanzar tus objetivos y no hacerlo, la realidad es que, inconscientemente, se está refiriendo al capital, tanto económico como social, que se hereda de generación en generación. Su padre es un empresario con buena posición social y muchos contactos, y eso es lo que le permite a Trump entrar en los círculos de poder y empezar a crear alianzas. Él niega que su éxito se deba a la cuna, y defiende a capa y espada que su fortuna la ha levantado de la nada, sin ayuda de nadie. El contraste entre la realidad y la versión que Trump da de la misma cristaliza en un tono irónico que marca la propuesta de principio a fin y que crea una gran distancia entre personaje y espectador para que no se establezca, en ningún momento, un vínculo emocional entre ellos. El director detesta tanto a su protagonista que prefiere humanizar a Roy Cohn, mano derecha de McCarthy durante la caza de brujas, para subrayar, a través de la humillación a la que es sometido al final de la cinta, tanto el canibalismo asesino que permite abrazar el éxito en una sociedad egoísta, como la mala baba de un Trump que vendería a su padre con tal de salirse con la suya; y que, de hecho, no duda en apartarse de su hermano mayor porque considera que es un fracasado, sencillamente porque no está poseído por una ambición ebria de sí misma y ha decidido ser piloto de avión y llevar una existencia normal. De nuevo, la realidad contradiciendo la versión que Trump da de la misma: la libertad que tanto pregona no tolera un estilo de vida que se aleje del estereotipo capitalista y pone todo el aparato mediático a su servicio para asociar los conceptos de sencillez y fracaso.
De la misma forma que en Holy spider hacía un retrato traslúcido del machismo en las sociedades teocráticas, Abbasi realiza en The apprentice una radiografía eminentemente transparente del pensamiento neoliberal promovido con fuerza desde Estados Unidos. La pantalla se convierte en una gran pecera llena de tiburones hambrientos que lo mismo trazan acuerdos empresariales y se hacen favores personales, que se chantajean y se devoran con la dentadura cargada de venganza. Es individualismo descarnado y es el mercado, amigo: los derechos humanos son papel mojado al lado de los intereses económicos de esas élites que pregonan su preocupación por el país, cuando, en realidad, no hay nada que le quite el sueño, más allá de buscar nuevas formas de pagar menos impuestos y de bajarle el salario a sus trabajadores. Abbasi recurre a las formas del cine del Nuevo Hollywood para demostrar, a través de unas imágenes cargadas de grano, zooms rápidos y un montaje frenético, que el famoso “make America great again” de Trump en realidad significa “make my wealth even greater”. Aunque, posiblemente, lo mejor de la cinta sean las pinceladas impresionistas con las que el realizador muestra la conversión de las relaciones humanas en un mero intercambio de favores sostenido por los intereses económicos de los implicados: ahí está, como paradigma, el montaje paralelo en el que Abbasi convierte en imágenes sostenidas por un breve estallido metafórico la visión que el protagonista tiene de su mujer. Una visión misógina, que la reduce a ser un objeto estético subordinado a su mirada, a través de cuya contemplación y posesión alcanza la felicidad, entendiendo dicho concepto como la formación de una familia tradicional que tenga muy marcados sus rasgos patriarcales. ♦