|| Críticas | Cannes 2024 | ★★☆☆☆ ½
Anora
Sean Baker
Fingir bien
Rubén Téllez Brotons
ficha técnica:
Estados Unidos, 2024. Título original: Anora. Duración: 138 min. Dirección: Sean Baker. Guion: Sean Baker. Música: Matthew Hearon-Smith. Fotografía: Drew Daniels. Compañías: Cre Film, Filmnation Entertainment. Distribuidora: Neon. Reparto: Mikey Madison, Mark Eydelshteyn, Yuriy Borisov, Karren Karagulian, Vache Tovmasyan.
Estados Unidos, 2024. Título original: Anora. Duración: 138 min. Dirección: Sean Baker. Guion: Sean Baker. Música: Matthew Hearon-Smith. Fotografía: Drew Daniels. Compañías: Cre Film, Filmnation Entertainment. Distribuidora: Neon. Reparto: Mikey Madison, Mark Eydelshteyn, Yuriy Borisov, Karren Karagulian, Vache Tovmasyan.
Resulta difícil analizar Anora como un cuerpo cohesionado y coherente, porque las costuras que unen sus tres actos están tan marcadas y el funcionamiento de cada pieza que la compone es tan independiente con respecto a las demás, que, más que un largometraje, Baker parece haber realizado tres mediometrajes protagonizados por el mismo personaje. Agarrando los bordes de cada parte del relato para cerrarlo sobre sí mismo, el director configura un entramado de cajas narrativas que, pese a estar situadas unas al lado de las otras, carecen de vías que las conecten, de fugas que permitan que las sombras y las luces del relato entablen un diálogo que no esté oprimido por el corsé de una estructura rígida: los cambios de tono no se producen de una forma natural, y, en consecuencia, entre una broma y otra, entre una escena de sexo y la siguiente, entre un derrape emocional y el que le sucede, surgen distintos escalones tonales que desconciertan por su brusquedad, por la pasividad que muestra el propio cineasta al negarse a limarlos mínimamente. No hay una organicidad dentro del propio esquema narrativo que permita que las ideas y los personajes fluctúen entre los distintos segmentos de la cinta; sino, más bien, un aprisionamiento de las semillas dramáticas y de sus ramificaciones cómicas dentro de unos moldes asfixiantes que impiden que la protagonista pueda desarrollarse y expresarse como un ser vivo que interactúa con un mundo real. Baker abraza en la primera parte de la cinta los tropos de las comedias románticas de Hollywood —Pretty woman—, no tanto para deconstruirlos, como para utilizarlos como cimientos sobre los que levantar una screwball comedy cuyos gags, ya de por sí repetitivos —todos consisten en que alguien llama “puta” a Ani y ella responde con un “puta tu madre”--, estira excesivamente, hasta conseguir que incluso la ligereza que desprendían las imágenes termine sustituida por el tedio.
Es esa necesidad que siente el director de marcar en todo momento el carácter humorístico de la película, la que impide que Ani y compañía tengan vida propia, la que le hace subrayar los rasgos cómicos de sus criaturas con tanta fuerza que termina emborronando el resto del dibujo. Y es ahí precisamente donde reside el principal problema de obra: en que Baker antepone la comedia al retrato de personajes, cosa que no es negativa, a menos que, como es el caso, se pretenda bucear no sólo en el volcán emocional que arde bajo la mirada de la protagonista, sino también en la realidad social que enciende dicho volcán. Con tan sólo una pregunta, se pueden dejar al descubierto todas las carencias de Anora. La película dura dos horas y media, pero, una vez que los créditos finales han inundado la pantalla, uno se pregunta ¿quién es verdaderamente Ani? No se sabe, porque Baker está más interesado en convertirla en el núcleo cómico de cada secuencia, antes que en relatar su día a día en el club de striptease o en profundizar en su relación con su joven marido. El personaje de Mikey Madison, pese a ser el centro de todas y cada una de las secuencias, se caracteriza por su hermética opacidad, rasgo que el director intenta maquillar barnizándola con múltiples capas de histeria que no denotan sino la crueldad con la que la observa. A todo esto, hay que sumarle lo verdaderamente difícil que resulta concretar los temas sobre los que pivota la película, puesto que la aséptica puesta en escena —en exceso influenciada por el estilo videoclipero— dificulta la pervivencia de matices dentro de unas imágenes exageradas y chillonas. En su acercamiento al mundo de la prostitución, Baker no arroja ni una sola pregunta ni coloca la cámara en un lugar inesperado que le permita cuestionar las estructuras que sostienen dicha realidad; su visión del sexo tampoco expresa mucho, puesto que no existe una mirada concreta sobre la sexualidad tras las incontables escenas de cama que puntean la primera parte de la obra, como sí la hay, por ejemplo, en las cintas de Cronenberg (acto de comunicación directo y visceral entre dos cuerpos), Ducournau (explosión de violencia revolucionaria), Noé (medio a través del que sobrepasar los límites de la fisicidad), o Molly Manning Walker (método de dominación masculina). En Anora, en fin, todo está hueco y nada tiene verdadera gracia. ♦