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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | The palace

    || Críticas | ★★☆☆☆ ½
    The palace
    Roman Polanski
    Esta es mi tumba


    David Tejero Nogales
    Badajoz |

    ficha técnica:
    Italia, 2023. Título original: The Palace. Director: Roman Polanski. Guion: Ewa Piakowska, Jerzy Skolimowski, Roman Polanski. Productores: Luca Barbareschi, Jean Louis Porchet, Wojciech Gostomczyk, Piotr Bogusz, Claudio Gaeta, Etienne Dontaine, Jaroslaw Fabianski. Productoras: Eliseo Cinema, RAI Cinema, CAB Productions, Lucky Bob, R.P. Productions. Distribuida por: Vertigo Films. Fotografía: Pawel Edelman. Música: Alexandre Desplat. Montaje: Hervé de Luze. Diseño de producción: Tonino Zera. Diseño de Vestuario: Carlo Poggioli. Reparto: Oliver Masucci, Mickey Rourke, Fanny Ardant, John Cleese, Bronwyn James, Joaquim de Almeida, Luca Barbareschi, Milan Peschel, Fortunato Cerlino, Alexander Petrov, Danny Exnar, Irina Kastrinidis.

    Roman Polanski dirige el cortometraje Interrumpiendo la fiesta (1957) siendo todavía alumno de la escuela de cine de Lodz. Se cuenta que fue el propio Polanski quien organizó la fiesta entre compañeros de universidad y contrató a unos gamberros para que se infiltraran en la misma y se liaran a puñetazos con los invitados. Cabe ir un poco más allá, y señalar, que varios de sus compañeros resultaron heridos en los altercados, e incluso se cuestionó la continuidad del propio Polanski en dicha escuela. El corto, en su origen, manifestaba ya las embrionarias inclinaciones del director polaco acerca de la violencia estructural y la separación de clases. También su gusto por la rebeldía y el desorden. Casi setenta años después el autor de obras tan importantes como Chinatown o Repulsión parece asomarse al precipicio con su última película, lo hace sin paracaídas, como esperando recibir el empujón definitivo que lo descabalgue para siempre. The palace (2023) podría interpretarse como la broma de mal gusto de un director cansado, o quizás el desaire de un personaje agotado dada su avanzada edad, pero con ganas de ajustar cuentas pendientes. Cuesta y mucho tomarse en serio un filme tan chabacano, de naturaleza muerta, y estilo trasnochado, con chistes propios de una película de Mariano Ozores, por eso The Palace nos devuelve a ese Polanski adolescente interrumpiendo la fiesta, un gamberro boicoteando ya no solo su set de rodaje, sino toda su herencia cinematográfica.

    La acción se sitúa en la nochevieja de 1999, justo antes del cambio de milenio; concretamente en el hotel Palace, un lujoso castillo situado cerca de los Alpes suizos. La cinta arranca con una escena sin cortes, el gerente del hotel (Oliver Masucci) se dirige con mano firme a todos sus empleados, quiere que la noche de fin de año sea absolutamente perfecta. Cada detalle cuenta. Un paneo de cámara circular nos sitúa en la órbita de ese personaje, el epicentro, testigo ocular de todas las excentricidades y locuras perpetradas por los famosos y millonarios huéspedes del Palace. Lo que en primera instancia resulta una comedia coral, en un contexto apropiado para sacar lecturas heterogéneas paralelas al presente – la Rusia de Putin – se convierte en un gazpacho indigesto de idas y venidas donde incluso la autoría de Polanski queda en entredicho. Sería absurdo, a estas alturas, pensar que se le ha olvidado filmar, o ha perdido todo contacto con la realidad inmediata de su entorno, por eso tendría mucho más sentido interpretar The palace como una parodia de sí mismo. Una cinta encapsulada en una máquina del tiempo. Un sarcófago o tumba egipcia enterrada hace miles de años, que surge a flote para recorrer los peores tics de la comedia universal de los últimos treinta años. A medio camino entre una película de los Farrelly, otra de los Monty Python -la presencia de John Cleese- y Este muerto está muy vivo (1989), el desfile de astracanadas emerge como parte de una celebración vampírica, obsoleta, muerta desde el principio. Un cadáver a los postres con una dimensión desfigurada de los resortes narrativos actuales. La fealdad de su puesta en escena o esos fondos digitales tan horrendos no pueden sino ser ejemplos de un discurso maligno, diseñado con una clara intención sarcástica y vengativa. La carta final de Polanski evita rubricas para elaborarse como el testamento final de un escritor anónimo.

    Por supuesto uno se plantea preguntas. En retrospectiva el constructo de su obra podría traducirse de maneras muy distintas, sujeto a la grafología del contexto ¿Qué ocurriría ahora mismo si una cinta como ¿Qué? (1972), tuviera que someterse al juicio del espectador contemporáneo? Cómo afrontar o asumir sus impulsos desenfrenados, su pleitesía alrededor de una masculinidad caduca a lo jaimito, sus personajes excéntricos, su deseo de enfocar una y otra vez al cuerpo desnudo de Sydne Rome. No pecaremos de ilusos, una obra así no pasaría los filtros de la autocensura de nuestro tiempo. Sin embargo ¿Qué? se disfruta en los límites del surrealismo felliniano, hallando una sonrisa en su gesto asimétrico, y mandíbula desencajada. Tampoco es que The palace borre de un plumazo las obsesiones e intereses de Polanski, haciendo un ejercicio de contrición podemos intuir algunas de sus torsiones artísticas más representativas. De igual forma no es la primera vez que filma una fiesta de fin de año en un entorno cerrado, recordemos Lunas de hiel (1992), en donde se celebraba un cotillón dentro del barco. El espacio acotado, ayuda a entablar diálogos con la posición y dominio de Polanski viéndose como el demiurgo de un grandísimo escenario macabro. En el fondo, el cineasta mordaz sabe entenderse desde las alturas, jugando con el reflejo de su propia mitología. Una pena que las imágenes de The palace se postren caducadas antes de fijarse en nuestras retinas. Los delirios y paranoias del efecto 2000 y las profecías acerca del fin del mundo, articulan sobre ellas el verdadero sentido del filme: una tumba fílmica de signos marchitos, una pieza museística, una antología de viñetas del TBO, añejo, gastado, amarillento y antediluviano. ♦


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