|| Críticas | ★★★★☆
Sangre en los labios
Rose Glass
Pain is weakness leaving the body
Raúl Álvarez
ficha técnica:
EE.UU. 2024. Título original: Love Lies Bleeding. Directora: Rose Glass. Guion: Rose Glass, Weronika Tofilska. Productores: Daniel Battsek, Andrea Cornwell, Oliver Kassman, David Kimbangi, Susan Kirr, Ollie Madden. Productoras: A24, Film4, Escape Plan Productions, Lobo Films. Fotografía: Ben Fordesman. Música: Clint Mansell. Montaje: Mark Towns. Reparto: Kirsten Stewart, Anna Baryshnikov, Ed Harris, Jena Malone, Dave Franco, Katy O’Brian, Orion Carrington.
EE.UU. 2024. Título original: Love Lies Bleeding. Directora: Rose Glass. Guion: Rose Glass, Weronika Tofilska. Productores: Daniel Battsek, Andrea Cornwell, Oliver Kassman, David Kimbangi, Susan Kirr, Ollie Madden. Productoras: A24, Film4, Escape Plan Productions, Lobo Films. Fotografía: Ben Fordesman. Música: Clint Mansell. Montaje: Mark Towns. Reparto: Kirsten Stewart, Anna Baryshnikov, Ed Harris, Jena Malone, Dave Franco, Katy O’Brian, Orion Carrington.
Unos años ochenta –en concreto, 1988, en las elecciones bisagra entre Reagan y Bush– que se muestran al público en un segundo plano altamente corrosivo. El culto al cuerpo, la negación de la violencia de género (o al revés, la aceptación de la violencia por el género), el odio disfrazado de sarcasmo a las lesbianas, las armas como vínculo de la vida en comunidad, la corrupción de la policía, el tráfico de estupefacientes, la precariedad laboral, el patriarcado instalado en la sumisión sexual, la desatención a la infancia. El ácido cultural del reaganismo rocía de principio a fin una propuesta que deja mal cuerpo porque nos habían acostumbrado a ver ese paisaje con otros ojos. Con los ojos del violento, de quien imponía su ley porque el mundo estaba lleno de gente cobarde, débil y degenerada.
Para darle la vuelta a la pintura y ver el reverso del lienzo, Rose Glass ha hecho una elección incontestable: el cine negro, cuyos códigos siempre han funcionado como un espejo incómodo de la realidad. Tenía más mérito en su origen –los años cuarenta– escupir a la cara del sistema, porque era una crítica en directo. Sin embargo, no es menos valioso lanzar salivazos retroactivos hoy, cuando tantos y desde tantas partes se empeñan en glorificar el pasado mediante las más refinadas técnicas de lo que los americanos llaman con acierto Nostalgia Marketing. Digo pasado, en general, porque esta máquina de hacer dinero no se limita ni al cine ni a los años ochenta. Una camiseta en la que ponga Bazin obedece a esta misma estrategia. La autora de Saint Maud (2019) articula, pues, Sangre en los labios con los moldes dramáticos de un Chandler o un Hammett, tirando de estereotipos, en personajes y situaciones, que funcionan porque el espectador sabe que está viendo una versión envilecida y hasta cierto punto cómica, o sea, auténtica, de su entorno próximo.
Lou (Kirsten Stewart) y Daisy (Anna Baryshnikov) –hasta los nombres tienen un aire «retro-noir»– hacen las veces del (aquí la) detective y la femme fatale; JJ (Dave Franco) es el marido estúpido y violento; Beth (Jena Malone), su esposa maltratada; Lou Senior (Ed Harris), el gran patriarca de la comunidad, con negocios ocultos y una familia podrida; Jackie (Katy O’Brian), la «tonta», víctima propiciatoria para unos y otros; O’Riley (Orion Carrington) y Mike (David DeLao), las caras honrada y corrupta de la policía. Alrededor de estos clichés, poco o nada actualizados pero que, insisto, siguen vigentes por su efecto esclarecedor, Glass y su coguionista, Weronika Tofilska, desarrollan una trama de afectos y odios familiares en la que el deseo (desinteresado pero salvaje) y el sexo (buscado pero imprevisto) representan la única tabla de salvación posible para una sociedad enferma. Por eso las escenas de sexo entre Lou y Daisy resultan tan necesarias como significativas, y por eso mismo también son las únicas iluminadas con fuentes directas de luz cálida.
Que lo natural choque contra lo extraño, y la vida sea el delirio de un poeta sin manos es, por lo tanto, el principal valor de Sangre en los labios. Una obra que además puede y debe presumir de sus raptos de audacia creativa. Cada vez que Daisy sufre un acceso paranoico a causa de los esteroides que se inyecta, Glass arroja la narrativa a las fauces del fantástico, trasladando al espectador a un mundo de pesadillas habitado por culturistas hijas de Satán, fetos vomitados, abismos lovecraftianos y hasta una Hulka devenida en ángel vengador. En estos tiempos de corrección política y riesgos calculados, se agradece que una directora solo piense en dos cosas: lo que necesita ver ella y lo que necesitan ver sus personajes; en ese orden. A lo mejor este es el verdadero sello de las producciones A24, una casa que empieza a recordarme a la vieja RKO porque todas sus películas parten de la idea de mezclar y transmutar imaginarios.
En esta película cabría hablar de algo así como un «western-fantástico-noir» en tanto en cuanto el tercer acto se plantea en dos escenarios típicos del Oeste (un desierto y el rancho-mansión de Lou Senior) que habitan fantasmas en busca de redención por los crímenes que cometieron las personas que amaban. Amor o morir, de eso trata en definitiva una cinta cuya última escena es un testimonio brutal de la naturaleza humana. Retos de este calibre son los que desafían y seducen nuestra mirada, ya harta y cansada de imágenes predecibles y adocenadas. El cine no puede convertirse en el feed de Instagram. Es posible que dentro de dos semanas nadie se acuerde de esta película, tal es el ritmo al que se despachan los estrenos, pero quiero pensar que a algunos espectadores se/nos quedará, precisamente, el inconfundible sabor de la sangre en los labios. ♦