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Punto de Vista 2024
III.
¿Dónde está el ingenio del cine?
Javier Acevedo Nieto
Hay algo bonito en aquellas narraciones que se contentan con estirar los límites de su condición. La literatura española dio buena cuenta de ello con el conceptismo. La famosa sentencia de Gracián de «un acto del entendimiento que expresa la correspondencia que se halla entre los objetos». Encontrar la palabra justa para una polisemia admirable e ingeniosa. Usar el laconismo o la parquedad de palabras con el fin de mostrar la artificiosidad del lenguaje (a través de recursos formales que oscilan entre la elipsis y la anfibología) y, ya de paso, poner de relieve que esta artificiosidad del saber decir tiene mucho que ver con la naturalidad del saber sentir.
No sorprende que, si nos ponemos semióticos con el cine y hablamos de eso de textos en lugar de obras, nos topemos con películas divertidísimas como Remembering Franco (Pedro Pinzolas). Poco o nada tiene que ver con aquel loco bajito, puesto que la película de Pinzolas es un juego de lenguaje(s) en el que una narración aparentemente oral sobre la llegada de un hombre del norte esconde todo un precioso cuadro de costumbres: rusos melancólicos, españoles pícaros y citas de Ho Chi Minh entre gaseosa y filetes empanados. La polifonía narrativa del cineasta muestra recortes de vidas que se entrecruzan con recursos del lenguaje cinematográfico: paradojas, ironías, elipsis y falsos testimonios. En consecuencia, Remembering Franco hace gala de un conceptismo manifiesto. En su celebración de la anécdota late una reivindicación del artificio y el disfraz como ejes narrativos con el fin de mostrar que la vida es una fiesta. No es nada que las películas de El Pampero o el éxito de novelas como La señora Potter no es exactamente Santa Claus (Laura Fernández) no hayan revitalizado con anterioridad, pero el logro de Pinzolas estriba en codificar un conceptismo patrio que nuestro cine lleva confundiendo muchos años con un humor soez y tabernario. A través de texturas analógicas, de cintas de vídeo y fragmentos en DVD, la atemporalidad del film extiende una sensación de divertimento constante. Este divertimento configura un cuadro de costumbres satírico donde hay hueco para el trucaje constante y la artificiosidad narrativa, sin descuidar un humanismo un tanto huraño y pesimista reservado para quienes disfruten de bromas con Pasternak.
Con algo menos de ironía, Vasudhaiva Kutumbakam (Anand Patwardhan) propone otra deconstrucción de otras historias nacionales a partir de la celebración de la anécdota. Lo que parece otro documental familiar más esconde una etnografía íntima que conecta con la historia de la India y Pakistán. Unos padres se van y un hijo vivifica sus rostros para convertirlos en cronistas de una historia nacional. A través de material de archivo, reflexiones en off y una retahíla de recursos documentales que buscan enrarecer la narración y deslocalizar la omnisciencia del narrador (incluyendo paréntesis donde Gandhi o Krishnamurti son simples pies de imagen). Ambos filmes se valen del humor como herramienta de narración hipermediática. El humor hipermediático se basa en la intertextualidad, haciendo referencia a una amplia gama de elementos culturales, como películas, programas de televisión, música, memes, tendencias en línea y eventos actuales. El conceptismo de recursos formales de ambas piezas, irradiado en narraciones autoconscientes, irónicas y repletas de paradojas, elipsis y zeugmas, busca pergeñar una cierta imagen compartida de comunidades culturales a partir de una intertextualidad constante. El humor hipermediático a menudo implica la fragmentación y la remixación de contenido cultural y mediático. Esta práctica de remix cultural permite la creación de nuevas formas de humor que son fácilmente reconocibles pero que también pueden tener significados nuevos y subversivos. El uso de la ironía y la sátira para comentar sobre la cultura, la política, los medios de comunicación y otros aspectos de la sociedad contemporánea se convierten aquí en una forma de proponer una conciliación entre la oralidad de los relatos de toda una comunidad nacional y los símbolos de estas comunidades.
Lo interesante de ambas películas es que su ingenio estriba en el modo en el que concilian la oralidad de la narración colectiva y la escritura en imágenes de narraciones individuales e íntimas. Decía Antonio Machado que la literatura tiende a ser cada vez más escrita y menos hablada, lo cual conlleva a una disminución en la calidad de la escritura, volviéndola más fría y carente de gracia. Este fenómeno ha sido una constante a lo largo de la historia, donde la predominancia de lo escrito ha restado importancia a las composiciones orales, a pesar de ser éstas las primeras expresiones literarias en la cultura humana, y haber contribuido significativamente a la conformación de las formas escritas. Además, el estudio de esta literatura oral se ve obstaculizado por la histórica supremacía de la escritura como forma dominante en los ámbitos culturales, políticos y religiosos, relegando lo oral a un segundo plano. Ong identifica la existencia de un canon que ejerce un fuerte control, influenciado por lo nacional y lo histórico, aunque este canon aparente representar la totalidad, en realidad oculta un proceso de selección y fragmentación, tal como señaló Barthes.
A su vez, la dicotomía entre las formas literarias orales populares y las cultas parece más una construcción artificial que una realidad palpable, ya que históricamente ha habido una interacción constante y enriquecedora entre ambas. Bajtin propone una de las teorías más sugestivas para el análisis de los textos literarios al afirmar que existe una interacción entre la cultura culta y la popular, no como una relación de explotación y alienación, sino como una influencia mutua. McLuhan, por su parte, señala que el paso de la oralidad a la escritura marcó un cambio de civilización. En una sociedad predominantemente oral, el tiempo y la historia se perciben como ciclos naturales, mientras que en una sociedad escrita se produce una separación entre el pensamiento y la acción, fomentando el nominalismo, el individualismo y el racionalismo. Si hay una empresa que el cine se ha empeñado en buscar es cómo conciliar un ideal artístico de alcance masivo a través de fórmulas tan populares como la propia imagen desnudad con otro ideal artístico como el de extrañar la realidad a partir su reescritura. Vasudhaiva Kutumbakam y Remembering Franco parecen ser capaces de aunar estas tradiciones con un ingenio conceptista, tanto como lo hacen cortos como Procès-verbal (Matthew Wolkow) y Submarino volador (Lucas Zacarias). El primero acerca la ornitología a la poesía visual y el segundo reflexiona sobre la historia cubana a partir de la fascinación infantil. En el fondo, son también filmes que buscan aunar lo culto y lo popular en un intento por mostrar historias que pueden verse de forma cíclica (ese ruso melancólico de Remembering Franco, por ejemplo) o lineal (la capacidad para saber decir adiós del hijo de Vasudhaiva Kutumbakam). Hay un cine que se escribe de forma oral y culta sin conflictos de ningún tipo, proponiendo ingeniosas escrituras en las que el humor y el ingenio democratizan la imagen para bien y para mal. ♦