|| Críticas | ★★★☆☆
Vincent debe morir
Stéphan Castang
Una epidemia llamada violencia
José Martín León
ficha técnica:
Francia, 2023. Título original: Vincent doit mourir. Dirección: Stéphan Castang. Guion: Mathieu Naert. Producción: Claire Bonnefoy, Thierry Lounas. Productoras: Coproducción Francia-Bélgica; Capricci Films, Bobi Lux, arte France Cinéma, Ciné+, Gapbusters, Canal+, RTBF (Télévision Belge). Fotografía: Manuel Dacosse. Montaje: Méloé Poillevé. Reparto: Karim Leklou, Vimala Pons, François Chattot, Emmanuel Vérité.
Francia, 2023. Título original: Vincent doit mourir. Dirección: Stéphan Castang. Guion: Mathieu Naert. Producción: Claire Bonnefoy, Thierry Lounas. Productoras: Coproducción Francia-Bélgica; Capricci Films, Bobi Lux, arte France Cinéma, Ciné+, Gapbusters, Canal+, RTBF (Télévision Belge). Fotografía: Manuel Dacosse. Montaje: Méloé Poillevé. Reparto: Karim Leklou, Vimala Pons, François Chattot, Emmanuel Vérité.
Vincent debe morir viene a ser, a partir de ese momento, la historia de la constante huida del pobre hombre a algún lugar (si es que existiera) donde estar seguro de que nadie le mate. Porque los ataques se seguirán repitiendo sobre su persona y, cada vez, con más brutalidad, viniendo estos de gente tan insospechada como los encantadores pequeños hijos de su vecina, con quienes hasta ese momento mantenía una relación muy amigable, o cualquier desconocido con quien se cruzara en la gasolinera. La película de Castang juega a varias cartas sin decidirse definitivamente por ninguna de ellas. Por un lado, está el tono de la misma, que oscila entre la comedia (la interpretación del estupendo Karim Leklou, otorgando una divertida resignación ante su maldición al bueno de Vincent no puede ser tomada muy en serio) y el cine de terror, en su vertiente de pandemias zombies bastante sui géneris, que no escatima en escenas sangrientas y de una brutalidad que llegan a chocar por no parecer casar con ese registro humorístico antes apuntado. Podría decirse que estamos ante una especie de Zombies Party (Edgard Wright, 2004) menos gamberra, con la que comparte esa sensación de amenaza silenciosa –memorable aquella escena del primer infectado en quien los protagonistas no reparaban, por confundirle con un borracho más del pueblo– y similares comportamientos de sus respectivos héroes ante un inminente apocalipsis. Tampoco se explica el origen de esta epidemia repentina de ciudadanos ejemplares transmutados en asesinos sin escrúpulos, algo que, en realidad, tampoco se necesita, porque la violencia, en la mayoría de los casos, no tiene explicación. Estamos rodeados de ella. Ya sea en campos de fútbol, entre hinchas de equipos distintos, en los centros comerciales, entre compradores que se pegan por conseguir la última unidad de un artículo de oferta, la agresividad puede llegar a aflorar en cualquier persona, por muy inofensiva que pueda parecer, para hacerle cometer las acciones más violentas, de manera irracional. Tal vez de eso quiera hablarnos Naert en su guion y lo hace con bastante tino, logrando que el mensaje sea captado con fuerza por un espectador que se puede ver reflejado en más de una situación.
No es esta una película que se detenga a contar una historia profunda ni desarrolle demasiado sus personajes. Vincent es presentado, a grandes rasgos, como un tipo bastante solitario, separado de su esposa y con una relación desapegada con su padre (genial François Chattot). Un ser absolutamente gris convertido en alguien excepcional, muy a su pesar, cuando se convierte en blanco de todo tipo de atacantes. Para mayor terror, descubre que hay más personas en su misma situación y que la ola de ataques comienza a intensificarse por todo el país, por lo que deberá seguir una serie de reglas para continuar con vida, entre las que está adoptar un perro, ya que estos detectan cuándo el extraño que tiene delante es una amenaza. Pero, incluso cuando solo se busca sobrevivir y se trata de esquivar cualquier contacto con el prójimo, puede surgir el amor. En Vincent debe morir hay espacio para un peligroso romance, el que vivirá el protagonista con una camarera que se cruzará en su camino, tan necesitada de cariño como él, interpretada con mucho acierto por Vimala Pons. Esta historia de amor cobra gran importancia en la segunda mitad de una cinta que nunca abandona su condición de obra de género, con la mirada puesta en maestros del terror como George A. Romero o John Carpenter, aquellos que tan bien introdujeron sendas críticas sociales a sus no menos paranoicas La noche de los muertos vivientes (1968) y la brillante sátira sobre el capitalismo, en clave de invasión alienígena, de Están vivos (1988), respectivamente. No está, ni de lejos, al nivel de ellas, pero la cinta de Castang resulta cuanto menos curiosa y atractiva. Más allá de sus irregularidades tonales y de algunos tiempos muertos que ralentizan la acción, cabe destacar que las escenas de ataques están muy bien resueltas y van creciendo en aparatosidad conforme va avanzando la película, destacando una cruda pelea cuerpo a cuerpo del prota con su agresor en el barro o la masiva matanza final, con multitud de implicados dando rienda suelta a la violencia más irracional en una autopista. En definitiva, Vincent debe morir es una buena carta de presentación para su director, en la que ha dejado impreso un sello bastante personal y alejado de las modas imperantes, algo que, de alguna forma, también es de agradecer. ♦