|| Críticas | ★☆☆☆☆
Stella: Víctima y culpable
Killian Riedhof
Tedio y desvergüenza
Rubén Téllez Brotons
ficha técnica:
Alemania, Austria, Suiza, 2023. Título original: Stella. A Life. Dirección: Killian Riedhof. Guion: Marc Blöbaum, Jan Braren, Kilian Riedhof. Producción: Letterbox Filmproduktion, Seven Pictures, Real Film Berlin, Amalia Film, Dor Film Wien. Música: Peter Hinderthür Fotografía: Benedict Neuenfels. Reparto: Paula Beer, Jannis Niewöhner, Katja Riemann, Bekim Latifi, Cioma Schönhaus, Damian Hardung, Julia Anna Grob. Duración: 120 minutos.
Alemania, Austria, Suiza, 2023. Título original: Stella. A Life. Dirección: Killian Riedhof. Guion: Marc Blöbaum, Jan Braren, Kilian Riedhof. Producción: Letterbox Filmproduktion, Seven Pictures, Real Film Berlin, Amalia Film, Dor Film Wien. Música: Peter Hinderthür Fotografía: Benedict Neuenfels. Reparto: Paula Beer, Jannis Niewöhner, Katja Riemann, Bekim Latifi, Cioma Schönhaus, Damian Hardung, Julia Anna Grob. Duración: 120 minutos.
Stella. Víctima y culpable se podría considerar como la rotunda antítesis de la cinta de Glazer, puesto que su aproximación al mayor genocidio de la Historia de la humanidad es tan plana como vacua y su puesta en escena, por instantes, es sonrojante. La primera escena adelanta de forma clarividente el estilo visual y narrativo de la obra; en ella, Stella (Paula Beer), la protagonista, se prueba un vestido de su madre, se pone pintalabios y besa su reflejo en el espejo de la habitación. La secuencia tiene una duración de poco más de un minuto y está conformada por dieciocho planos diferentes; algunos más abiertos, otros más cerrados, y la gran mayoría, dado que no aportan nada al desarrollo de la historia y lo único que hacen es marear la mirada, prescindibles.
La cinta cuenta la historia de real de Stella Goldschlag, una joven judía que ejerció de informante para la Gestapo delatando a los judíos que se escondían para salvar la vida. El director, Killian Riedhof, inicia el relato mostrando a la protagonista llena de ilusión y felicidad mientras intenta convertirse en cantante de jazz y, a partir de ahí, precipita toda la propuesta fílmica por el barranco del sinsentido a través de una toma de decisiones tan discutible como, por momentos, insultante en su grotesca representación del horror. Toda la puesta en escena está articulada alrededor de la intención, un tanto difusa, por parte del realizador de imprimirle un ritmo frenético a las imágenes sin comprometer en ningún momento el apartado emocional y, además, manteniendo un lenguaje visual barroco que cargue de tensión y drama cada fotograma. Uno de los problemas más grandes es que Stella. Víctima y culpable presenta una serie de recursos visuales al azar sin detenerse un sólo instante en construir unos cimientos sólidos sobre los que levantar el cuerpo del relato y, por tanto, sus escenas no dejan en evidencia sino el carácter exhibicionista de un Killian Riedhof que tampoco demuestra un hábil manejo de la cámara, la iluminación y el montaje.
Y es que la película está plagada de saltos bruscos del eje que no tienen una finalidad narrativa, de cortes de plano que se producen a mitad de un movimiento de cámara, de zooms rápidos más propios de The office que de una obra que pretende reflexionar sobre el fascismo, de escenas rodadas empleando de forma bastante pobre la técnica de la noche americana —rodar de día con la obturación de la cámara baja y unas luces concretas con el objetivo de simular que es de noche—, de angulaciones aberrantes y encuadres cenitales que no aportan nada al desarrollo de dramático, de elipsis violentas a mitad de secuencia y fundidos a negros desperdigados sin ningún tipo de sentido. El caos de la puesta en escena y la languidez de un guion sin estructura que hace avanzar la acción a trompicones anulan cualquier tipo de conexión emocional que se pueda establecer con los personajes, haciéndonos sentir, como consecuencia, un profundo tedio a lo largo de sus excesivas dos horas de metraje. A nivel temático, la película resulta bastante exigua y el amarillismo de su tratamiento del Holocausto es verdaderamente impúdico, en tanto que intenta convertir el dolor de las víctimas en un espectáculo melodramático y no tiene ningún reparo en regodearse en la violencia que sufrieron ni de utilizarla como elemento impactante. Si a esto se le suman las sobreactuaciones del reparto y un momento ciertamente ruborizante en el que la protagonista baila con dos amigos en una casa abandonada a ritmo de La cabalgata de las valquirias mientras la ciudad en la que se encuentran es bombardeada, se obtiene la perfecta antítesis de la obra maestra de Glazer. ♦