|| Críticas | ★★★★☆
Dream Scenario
Kristoffer Borgli
Un tipo (realmente) serio
Raúl Álvarez
ficha técnica:
EE.UU. 2023. Título original: Dream Scenario. Director: Kristoffer Borgli. Guion: Kristoffer Borgli. Productores: Ari Aster, Nicolas Cage, Tyler Campellone, Jacob Jaffke, Lars Knudsen. Productoras: A24, Square Peg. Fotografía: Benjamin Loeb. Música: Owen Pallett. Montaje: Kristoffer Borgli. Reparto: Nicolas Cage, Michael Cera, Julianne Nicholson, Dylan Baker, Tim Meadows, Lily Bird, Jessica Clement.
EE.UU. 2023. Título original: Dream Scenario. Director: Kristoffer Borgli. Guion: Kristoffer Borgli. Productores: Ari Aster, Nicolas Cage, Tyler Campellone, Jacob Jaffke, Lars Knudsen. Productoras: A24, Square Peg. Fotografía: Benjamin Loeb. Música: Owen Pallett. Montaje: Kristoffer Borgli. Reparto: Nicolas Cage, Michael Cera, Julianne Nicholson, Dylan Baker, Tim Meadows, Lily Bird, Jessica Clement.
A menudo se nos olvida una cuestión que tenían muy clara los clásicos, y es que el cine lo hacen, fundamentalmente, sus intérpretes. Otto Preminger, por ejemplo, solía repetir que un buen actor podía salvar un mal guion, pero lo contrario nunca sucedía. Resulta evidente que el de Dream Scenario es un guion sólido, incisivo, con ideas y que mantiene una posición ideológica con respecto al estado de las cosas. En una palabra: ambicioso. Aunque quien lo eleva no es Borgli, o no solo, sino Cage. En una exhibición comparable a la de la reciente Pig (Michael Sarnoski, 2021) o, ya más lejos, El hombre de tiempo (The Weather Man, Gore Verbinski, 2005) o Arizona Baby (Raising Arizona, Joel y Ethan Coen, 1987), el bicho raro del clan Coppola hace suyo con encomiable naturalidad a Paul Matthews, un profesor universitario instalado en la intrascendencia por su propia mediocridad antes que por puro desencanto vital. Un perfil este, el del perdedor convencido de su genialidad oculta, habitual en el cine independiente norteamericano, que Cage nunca ha abandonado del todo; de hecho, fue su refugio natural cuando era una estrella y lo es ahora, cuando sube y baja en el ascensor de la serie b.
La tentación, por obvia, es mencionar los lazos que unen a Paul con los felices desgraciados que habitan el mejor cine de Spike Jonze, Charlie Kaufman, Michel Gondry y los hermanos Coen. También hay similitudes en otros aspectos, como la invocación a los laberintos de Kafka y Borges, la crítica a las mecanismos sociales de alienación y la reivindicación del fantástico como vector subversivo que irrumpe en una realidad desteñida por la cultura del éxito. Sería injusto, no obstante, calificar Dream Scenario de mera obra gregaria de aquellos cineastas, porque acaso los referentes más relevantes de Bergli sean la literatura de Don DeLillo y Philip K. Dick. Paul guarda no pocos parecidos con Jack Gladney, el protagonista de Ruido de fondo. Otro profesor universitario que se siente atrapado en una espiral de pesimismo existencial, y a quien ni su familia ni amigos sirven de bálsamo. Tampoco, y no es un detalle menor, su supuesta superioridad intelectual con respecto a otros individuos de su entorno. Al contrario, la cultura académica es sinónimo de condena en la narrativa de DeLillo. Paul se mueve en esas mismas coordenadas de pesimismo e insatisfacción, apenas disimulados por una aparente, pacífica existencia burguesa.
Lo fantástico, decía antes, viene a violentar esa realidad con una premisa en esencia pulp, más propia de las viejas revistas de ciencia ficción norteamericanas –tipo Astounding Science-Fiction o Galaxy Science Fiction– que de un cineasta que desee seguir los pasos de un Gondry o un Kaufman. En el momento que Paul se percata de que miles de personas en todo el mundo han empezado a soñar con él, sueños, además, en los que él, de manera simbólica, no hace absolutamente nada, tal y como sucede en su vida real, de la que es un testigo mudo y autocomplaciente, Dream Scenario toma el camino alucinado de K. Dick y no lo abandona hasta el final. Para bien, porque cada escena es una sorpresa que propone una grata mezcla de humor negro, gazmoñería, ridiculez y hasta escatología clownesca a cuenta del absurdo de vivir. Y para mal, porque el tercio final se hace cuesta arriba a causa de la incapacidad de Borgli –también le pasaba a K. Dick– para imaginar un cierre a la altura de sus primeras intenciones. El director llega incluso al extremo de echar mano de la sátira publicitaria, que es el principal recurso narrativo de DRIB (2017), su primer largo, para tratar de salvar los muebles.
Estos titubeos no afean una cinta eminentemente amena y divertida que sabe reírse de todo y de todos, aquí y ahora, en pleno 2024: la afectación convertida en trauma que escupen las nuevas generaciones, la imbecilidad del pensamiento corporativo, las redes sociales como cubo de la basura ético y moral, el divismo de las mentes pagadas de sí mismas, el egoísmo recalcitrante de los mediocres, el individualismo travestido de ideología ‘progre’, y así un largo etcétera de cuestiones que, en última instancia, pintan un mundo que pide a gritos una revolución (o su destrucción total). A quien le aburran o no quiera entrar en estos asuntos, siempre puede quedarse con la historia de un superviviente, Paul, que solo quería un poco de afecto auténtico en su puñetera vida. Como Nicolas Cage. Como cualquiera de nosotros. ♦