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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Sasquatch Sunset

    || Críticas | Berlinale 2024 | ★★☆☆☆
    Sasquatch Sunset
    David Zellner, Nathan Zellner
    El disfraz de la lucha por la vida


    Luis Enrique Forero Varela
    74ª Berlinale |

    ficha técnica:
    Estados Unidos, 2024. Título original: «Sasquatch Sunset». Dirección: David Zellner, Nathan Zellner. Guion: David Zellner. Compañías productoras: Square Peg, The Space Program, ZBI. Fotografía: Mike Gioulakis. Música: The Octopus Project. Intérpretes: Riley Keough, Jesse Eisenberg, Christophe Zajac-Denek, Nathan Zellner. Duración: 88 minutos.


    anexo| Cobertura de la Berlinale 2024


    Los hermanos David y Nathan Zellner retoman el concepto ideado en su cortometraje Sasquatch birth journal 2 (2011) y lo transforman en largometraje con un planteamiento y unos objetivos muy claros, que llevan hasta el extremo de su moderada ambición, dentro de la modestia de su propuesta; Sasquatch Sunset es una obra, cuando menos, curiosa. Antes de cualquier consideración previa, vale la pena dejar claro que lo más destacable de Sasquatch sunset es su compromiso consigo misma. Este ejercicio, que podría haber sido un proyecto emitido en franjas nocturnas de la cultura televisiva estadounidense “underground” de los 90 y principios de los 2000, es llevado aquí con mano firme por sus directores, de los cuales David firma el guion, durante su casi hora y media minutos de metraje, sin renunciar a la premisa ni a las intenciones planeadas. En este sentido, es una obra casi de serie B de vanguardia. ¿A qué me refiero con esto? Fuera de contexto, podría parecer un acto de estupidez filmar una película acerca de una manada de bestias antropomórficas sobreviviendo a los embates de la naturaleza en el corazón del bosque californiano.

    Esto es Sasquatch sunset; pero quiero creer que también hay más capas debajo de su premisa. Quizás sea aquí un tanto complicado valorar, por ejemplo, la calidad de las actuaciones. No porque se trate de una composición abstracta en la que estos criterios no tengan aquí una relevancia, digamos, tradicional. Sabemos por los créditos que en el filme están presentes Jesse Eisenberg y Riley Keough, entre otros. Sin embargo, esto casi carece de importancia, pues los cuatro personajes en pantalla están forrados en unos disfraces —bastante resultones en lo técnico, para ser honesto— del monstruo homónimo de la mitología folklórica estadounidense, y la complejidad de su interpretación no verbal tampoco destaca especialmente. Los efectos en el campo de lo emocional se obtienen aquí gracias a una conjunción de la música y el montaje (algo conseguido con cierta solvencia). Todo lo que tiene que ver con el trabajo actoral se ve relegado a lo anecdótico, prácticamente. Desde luego que los personajes manifiestan emociones identificables; sí. Pero también bastante básicas, debido no solo a su carácter primitivo, sino a las limitaciones evidentes. Esto no quiere decir que estos elementos sean del todo insuficientes para narrar una historia lógica, con su arco narrativo y además un deseo de resonancia temática en el plano de lo universal —el mantenimiento de la especie en un entorno progresivamente más hostil—. O tal vez no, y quizás únicamente se trate de un irrelevante ejercicio de estilo.

    Sea como sea, el aparato narrativo se despliega con una claridad comprensible, debido, además, a una modestia argumental que no oculta. Estructurada en cuatro capítulos, cada uno una estación, la película observa a un grupo de cuatro “sasquatchs” o “bigfoots” durante un año. La aproximación de la cámara, de la mano del director de fotografía Michael Gioulakis, eleva el conjunto, pues, por un lado, se prodiga en la exaltación de la belleza de los paisajes, sus árboles, sus llanuras y montañas, y, por otro, aplica una perspectiva de documental de vida salvaje, impostando el uso de teleobjetivos y la atención constante a las acciones que realizan sus protagonistas. Así, se produce un efecto cómico (de corta duración) al encontrarse con un planteamiento formal empleado de esta manera. Y con el humor se produce la ligereza, y pronto se entra con timidez en el pacto ficcional, y por momentos se olvida uno de que está asistiendo al milagro de la vida cotidiana de estos animales, viéndolos buscar comida, aparearse entre ruidos guturales o imitar hablar por teléfono con el caparazón de una tortuga.

    Al contrario de lo esperable con esta perspectiva de programa de Animal Planet, en Sasquatch sunset no hay ningún tipo de voz en off ni narración. No hay diálogo; lo cual, como decía un poco más arriba, no significa que el lenguaje no verbal de los personajes brille, ni mucho menos. No se encuentran trazas del cine mudo en esta cinta, ya que los gestos y movimientos que realizan los cuatro “animales” son de una simpleza aplastante, lo necesario para darle lógica a su trama lineal y ejecutar unos pocos gags visuales, los cuales me resultaron en su mayoría insustanciales —con alguna simpática excepción—.

    Durante el avance del metraje, con la transformación del territorio según el cambio de las estaciones, vamos observando también la transformación de sus bípedos protagonistas. La morfología de uno de ellos, la ¿hembra?, cambia, debido a su estado de embarazo, y a su vez trastorna la dinámica previa entre los miembros de la manada. La nueva situación dispara elementos de tensión que podemos identificar en sus primitivas mentes como de celos o de envidia, deseosos de controlar el acceso al alimento o a la carnalidad durante sus deambulares nómadas. Asimismo, asistimos a la interacción de los bigfoots con la demás fauna de la región, en unos encuentros en los que hace acto de presencia la cadena alimenticia y las jerarquías de los depredadores y las presas endémicas, entre las cuales se hallan también, por supuesto, las bestias folklóricas.

    Establecida la dinámica de este planteamiento argumental así como su forma de documental televisivo, no nos sorprende en absoluto la llegada del peligro, de la muerte y la lucha por la supervivencia no solo de sí mismos sino de los miembros más débiles del grupo. Y cuando llega la violencia, mentiría si dijese que no he establecido una ligera conexión emocional. La supervivencia de los bigfoots se torna ardua al presenciar cómo, a pesar de una morfología similar a la humana, carecen de los más mínimos recursos evolutivos, la capacidad de usar herramientas adaptables al contexto. La fórmula, sin embargo, se agota con alarmante velocidad, si los espectadores no han conseguido entrar en el juego visual.

    Como artefacto cinematográfico, Sasquatch sunset es una obra que despierta cierto interés, sin duda alguna, y resulta además original. En esta concepción que los hermanos Zellner han llevado adelante con su particular visión demuestra un compromiso sólido hacia el proyecto y la forma de enfocarlo. Esto es, quizás, lo más destacable de una cinta que, muy a pesar de su aspiración hacia lo universal en su temática observable, no llega más allá de lo anecdótico y se queda en un gag de 88 minutos. No dudo de que habrá quien conecte con la propuesta y con sus evidentes virtudes, que las tiene. Temo no ser uno de ellos. ♦

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