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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Mutt

    || Críticas | ★★☆☆☆
    Mutt
    Vuk Lungulov-Klotz
    Sigo siendo yo


    Borja Hernández Máñez
    Los Ángeles |

    ficha técnica:
    Estados Unidos, 2023. Título original: Mutt. Dirección: Vuk Lungulov-Klotz. Guion: Vuk Lungulov-Klotz. Producción: Strange Animal Entertainment, Mongoose Picture House, Lucky 13 Productions. Fotografía: Matthew Pothier. Montaje: Adam Dicterow. Música: James William Blades. Diseño de producción: Alana Murray. Reparto: Lio Mehiel, Cole Doman, MiMi Ryder, Alejandro Goic, Jore Jones, Ben Groh, Sarah Herrman. Duración: 87 min.

    Toda historia parte de una premisa simple: “Alguien quiere algo y otro alguien trata de impedirlo”. Como muchos otros, este dogma es reduccionista, impreciso, y con mil excepciones. Por supuesto que existen películas corales con más de un “alguien”, y claro que hay otras sin un antagonismo claro. Sin embargo, de todos estos supuestos ingredientes, hay uno que rara vez falta: el deseo. Es imposible narrar sin que un personaje se proponga algo y decida de manera acorde. En esa acción personal es donde nace el drama; y, disculpen este preámbulo demasiado didáctico para mi gusto, pero justamente ese “deseo” constituye la mayor virtud y el mayor defecto de Mutt .

    Desgraciadamente, por muy pertinaz, ingenioso, y esperanzador que sea, no todos los objetivos caben en un largometraje. Sé que suena a otro dogma impreciso, pero déjenme explicarme. Pongamos el ejemplo de La red social de Fincher. Si observamos a su protagonista, es fácil ver su deseo: cambiar la forma en que las personas conectan. A todas luces, un objetivo que rebasa la hora y media de metraje. Sin embargo, este “mega-objetivo” se materializa en algo visible, que interpela a la emoción y a lo que Mark necesita: establecer una relación personal verdadera. Lo mismo ocurre con blockbusters como Los Vengadores, donde el objetivo es salvar el universo entero, pero luego la hazaña se concreta en lidiar con la autoestima o preservar la paz familiar. Esta materialización del deseo no es más que un asidero emocional para que el espectador no se pregunte: “¿Por qué me tendría que importar esta historia?” En otras palabras: sin esto, lo universal no se personaliza, lo cerebral opaca la emoción, y la exposición destruye a la narración. Aunque en su debut como director Vuk Lungulov-Klotz pone sobre la mesa un tema necesario, personalísimo y con un enorme potencial emocional, se olvida de bajar a tierra el “mega-objetivo” del protagonista. El resultado es un drama indie con vocación intimista, que logra algunos momentos de humanismo sobrecogedor, pero que acaba siendo un mosaico expositivo más que un tejido narrativo. Mutt parece estar construida para dar una lección y no para contar una historia.

    El polivalente Lio Mehiel interpreta a Feña, un joven latino transexual en plena transición, que está a punto de vivir las 24 horas más difíciles de su vida. Con una trama comprimida al estilo Haz lo que debas, pero con una cadencia reflexiva más cercana a Tangerine, nos encontramos con un protagonista atrapado entre el presente y el pasado. Algo que no solo viene metaforizado por esa transición que se lo recuerda constantemente, sino por los tres fantasmas que lo persiguen: una hermana que huye de su madre abusiva, un exnovio que desentierra sentimientos olvidados, y un padre retrógrado que viene de Chile a cantarle las cuarenta. De la misma manera que las cicatrices de su cuerpo, estos encuentros abruptos le hacen toparse con su antiguo “yo”, una perenne dualidad que lo somete a un examen interno mientras cumple con el cometido que vertebra la historia: conseguir un coche para recoger a su padre del aeropuerto. Como se advierte en esta breve descripción, Feña es un personaje con un enorme potencial, que promete un arco climático, y que sin embargo carece de evolución. Aunque sus circunstancias externas cambian en mayor o en menor medida, sigue siendo el mismo al final del filme. Quizá esto tenga que ver con ese “mega-objetivo”, universal e intelectualizado que comentaba al comienzo: ser aceptado. En otras palabras, parece ser un envite directo de un hombre trans contra el mundo. No contra su padre, su exnovio o su hermana, ni siquiera contra él mismo; se trata de una lucha contra un antagonista tan grande que no se logra identificar.

    Existe una frase que siempre sobrevuela las clases de guión: “En el primer acto, subes a tu protagonista a un árbol. En el segundo, le tiras piedras. En el tercero, lo vuelves a bajar”. El problema es que, si se te olvida bajar a tu personaje del árbol, deja de ser una historia y pasa a ser una lapidación. Vuk Lungulov-Klotz deja a Feña en el árbol durante toda la película. Todo su alrededor le es hostil, y esto hace que ni siquiera se advierta una posibilidad de victoria. Sumado a este antagonista invencible, cabe añadir una ausencia flagrante de motivación. Por supuesto que Feña quiere bajar del árbol y ser aceptado, pero la historia apenas le da momentos de tregua. Esto hace que el segundo acto sea interminable, sin un norte aparente, y únicamente dispuesto para que el protagonista reciba el golpe de la incomprensión general para que después, de la sangre resultante, se pueda esgrimir una lección. La narración orgánica queda sustituida por un relato anecdótico, como el que contaría un cura en la homilía para llegar al quid de la cuestión. Esta carencia la acaban pagando algunos diálogos acartonados, a los que les insufla la emoción de la que carece el viaje del protagonista, y algunos obstáculos para aderezar el segundo acto con barreras activas y no solo dialécticas. Es el caso de los malentendidos e irritaciones que provoca un banquero que se dirige a Feña como “ella” y no “él”, o como cuando se tropieza inexplicablemente con el torno del metro y se abre la ceja. En definitiva, pequeños contratiempos que hacen avanzar la historia hacia delante, pero que no opacan la gran ausencia de un objetivo concreto, una motivación y un arco.

    Sin embargo, como apuntaba al comienzo, siempre hay excepciones. Mutt cuenta con varios momentos en donde el tema más intelectualizado se reviste de emoción, se integra en el drama, y camina de la mano con el anhelo del protagonista. Esta extensa lucha por la integración y la comprensión se resume en una frase que Feña le dice a su hermana. En mi opinión, se trata del poco explotado y verdadero núcleo temático de la historia: “Sigo siendo yo”. Esta frase tan preñada de significado no se manifiesta solo de manera retórica, sino que Vuk Lungulov-Klotz la injerta de manera orgánica en varios momentos. Es el caso de cuando Feña se encuentra con su novio al final del primer acto. Al instante, salen a relucir los trapos sucios de la pareja, el resentimiento, y el choque de egos. No obstante, poco a poco, y en compañía de ese catalizador de la emoción que es la lluvia, rebrota una atracción que se había marchitado tras la transición de Feña. La pareja entra en una lavandería para cobijarse del temporal y, con la ropa mojada, deciden cambiarse. Como es lógico, Feña le dice a su ex que se dé la vuelta, pero éste no puede evitar mirar a través del reflejo proyectado en una lavadora. Se trata de una síntesis perfecta de ese “sigo siendo yo”, de ese “sigue habiendo el mismo amor”, aunque mi cuerpo haya cambiado. Independientemente de las secuelas de esa relación, se logra humanizar ese inmenso deseo de Feña en una mirada, en un beso que significa: “Es verdad, sigues siendo tú”.

    Otra de las grandes virtudes del filme es la presentación de Nueva York como parte de ese antagonismo inabarcable, otro personaje más que participa de la lapidación general. La delicada dirección de fotografía, de la mano de Matthew Pothier, presenta la isla de Manhattan sin el glamour de los rascacielos, y se centra en las calles destartaladas, la mugre del metro, y en el característico humor de perros de los neoyorquinos. La presentación de la ciudad va de la mano del tema, y también constriñe a Feña con planos cerrados y claroscuros que manifiestan esa constante dualidad entre presente y pasado, luz y sombra. Un elemento que contribuye al tono intimista y dramático que, desafortunadamente, no termina de comulgar con la dirección que acaba tomando la historia.

    Dicho todo esto, las películas no son máquinas. No se puede decir que funcionan o dejan de funcionar. Lo prescriptivo también resta humanidad, y es difícil que la crítica no resulte dogmática. Quizá la intención de Lungulov-Klotz era precisamente prescindir de un antagonista claro, y presentar la lucha de Feña como una pugna imposible. Quizá Feña está destinada a aguantar los golpes hasta que la gente se canse de lanzarle piedras. Quizá todo esto sea cierto, pero por fortuna o por desgracia, se ha decidido contar una historia, y no una anécdota o un testimonio. En mi opinión, Lungulov-Klotz no consigue contar una historia pero, siguiendo con la dualidad que atrapa a Feña, esta quizá también sea la virtud y el defecto que limita esta película.


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