|| Críticas | ★★★★★
Dune: Parte 2
Denis Villeneuve
Hijas de Dune
Raúl Álvarez
ficha técnica:
EE.UU. 2024. Título original: Dune: Part Two. Director: Denis Villeneuve. Guion: Denis Villeneuve, Jon Spaihts. Productores: Cale Boyter, Herbert W. Gains, Joshua Grode, Joh. Harrison, Brian Herbert, Kim Herbert, Denis Villeneuve, Jon Spaihts, Patrick McCormick, Richard P. Rubinstein. Productoras: Legendary Entertainment, Warner Bros., Villeneuve Films. Fotografía: Greig Fraser. Música: Hans Zimmer. Montaje: Joe Walker. Reparto: Timothée Chalamet, Zendaya, Javier Bardem, Rebecca Ferguson, Austin Butler, Stellan Skargard, Dave Bautista, Josh Brolin, Léa Seydoux, Florence Pugh, Charlotte Ramplin, Christopher Walken.
EE.UU. 2024. Título original: Dune: Part Two. Director: Denis Villeneuve. Guion: Denis Villeneuve, Jon Spaihts. Productores: Cale Boyter, Herbert W. Gains, Joshua Grode, Joh. Harrison, Brian Herbert, Kim Herbert, Denis Villeneuve, Jon Spaihts, Patrick McCormick, Richard P. Rubinstein. Productoras: Legendary Entertainment, Warner Bros., Villeneuve Films. Fotografía: Greig Fraser. Música: Hans Zimmer. Montaje: Joe Walker. Reparto: Timothée Chalamet, Zendaya, Javier Bardem, Rebecca Ferguson, Austin Butler, Stellan Skargard, Dave Bautista, Josh Brolin, Léa Seydoux, Florence Pugh, Charlotte Ramplin, Christopher Walken.
En la lógica de este, de momento, extraordinario díptico de ciencia ficción pesimista, se confirma la sospecha de que la primera Dune debía limitarse al reparto de la baraja y el despliegue del tablero. Con esta segunda parte, en cambio, llega el momento de poner las figuras en movimiento y, en consecuencia, conocer las verdaderas intenciones de sus protagonistas. De saber, en definitiva, a qué juega cada uno de ellos. Muy poco tarda Denis Villeneuve en pulsar este tono. En la primera secuencia, Paul Atreides (Timothée Chalamet) participa en el ataque a una recolectora de especia de los Harkonnen. De forma consecutiva, primero Stilgar (Javier Bardem), luego Chani (Zendaya) y por último la Dama Jessica (Rebecca Ferguson) le dicen a Paul qué se espera de él –qué esperan de él– en la batalla. Pero Paul ya no existe, si es que alguna vez lo hizo. Es el Elegido de los Fremen, y por lo tanto antes mito que persona, así que a esa condición apelan sus compañeros para atraerlo a su lado. Mesías, amante, emperador. Paul les importa como símbolo de una promesa, el medio para lograr un fin, la carta que decidirá la partida.
Las tres veces que Paul está a punto de morir durante ese ataque, las tres responden a esas intenciones ajenas. Solo cuando toma una decisión por sí mismo, al colocarse en el línea de fuego de la cañonera Harkonnen, es capaz de liberarse del yugo de los otros. Como decía, el director de Prisioneros (Prisoners, 2013) emplea esta secuencia para elevar el relato a una dimensión política con evidentes paralelismos con nuestro presente. ¿Qué es un líder? ¿Cómo se construye? ¿Qué lo define? ¿Cuál es su auténtico poder? ¿A quién sirve? Y en último término: ¿puedo manipularlo en mi beneficio? Las casi tres horas de Dune: Parte Dos discurren como un suspiro sobre estas cuestiones, ya presentes, es cierto, en las novelas de Herbert, aunque acaso empequeñecidas por el ecologismo naif de su autor. Villeneuve y Spaihts no solo las sitúan en el primer plano literario de su adaptación; las convierten además en un formidable motivo de inspiración visual cuyo conjunto supera los logros estéticos de la primera parte.
Estamos ante una película que apela sobremanera al goce de los sentidos, arrollándolos con un dispositivo de imágenes y sonidos concebidos al mismo tiempo para sugerir la cercanía y el extrañamiento que causa toda otredad. Cada elemento del diseño de producción, cada ángulo de cámara, cada composición de los elementos en plano, cada detalle de la puesta en escena, cada sonido. Dune: Parte Dos invita a dejarse arrastrar a otros mundos de un modo inmersivo que, a diferencia de lo que ocurre en otras propuestas contemporáneas de ciencia ficción humanista, y pienso fundamentalmente en Avatar, supone un estímulo y un desafío para la mirada del público porque pretende reencuadrarla a partir de sensibilidades enfrentadas. ¿Hacia dónde o desde dónde? Volvemos a Paul, Stilgar, Chani y la Dama Jessica. En cada escena protagonizada por ellos, Villeneuve y su equipo plantean un choque sutil entre la mirada de quien manipula y la de quien es manipulado. De tal modo que a la dialéctica literaria le corresponde otra, de tipo visual, que acompaña el texto y el subtexto de la película. La moneda común de Tarkovski.
Lo mismo cabría decir del emperador (Christopher Walken), la princesa Irulan (Florence Pough), la Dama Fenring (Léa Seydoux), Rabban (Dave Bautista), el barón Harkonnen (Stellan Skargard), Mohiam (Charlotte Rampling) y Feyd-Rautha (Austin Butler) cuando comparten plano entre ellos o con Paul. El esfuerzo por crear una dialéctica visual de la manipulación –sostenida en leves balanceos de cámara, planos-contraplanos asimétricos y angulaciones contrarias– da lugar a un festival de ideas cuyo marco artístico remite a los referentes de la primera parte. Desde la ópera wagneriana, el documental antropológico y el teatro isabelino hasta la arquitectura brutalista, el futurismo gráfico a gran escala de Jim Burns o los desfiles militares de los regímenes autoritarios. Se le podrán discutir muchos asuntos a Villeneuve y Spaihts como intérpretes del universo herbertiano, pero no su talento para devolverle a Dune, novela, su carácter testimonial de una época (1965) en la que Estados Unidos viró definitivamente hacia unas políticas extremas tanto dentro como fuera de sus fronteras. No puede ser casual en este sentido que ambas películas comiencen con las mismas palabras: «Quien controla la especia, lo controla todo». Poder y comercio. La Historia.
También las historias, las de todas ellas, las auténticas protagonistas de Dune, y sin las cuales este relato perdería todo su sentido político y la auténtica magnitud de su alcance en nuestros días. Más queriendo que sin querer tratándose de Villeneuve, a sus responsables les ha salido un alegato feminista que efectúa otro tipo de reencuadre sobre la mirada del espectador, coherente además en una cinta que incide a menudo en la necesidad de «ver»: no busques la verdad detrás del velo, sino a través suyo. ♦