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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | A different man

    || Críticas | Competición Berlinale 2024 | ★★☆☆☆ ½
    A different man
    Aaron Schimberg
    La fealdad socrática


    Luis Enrique Forero Varela
    74ª Berlinale |

    ficha técnica:
    Estados Unidos, 2024. Título original: «A different man». Dirección: Aaron Schimberg. Guion: Aaron Schimberg. Compañías productoras: A24, Grand Motel Films, Killer Films. Fotografía: Wyatt Garfield. Música: Umberto Smerilli. Intérpretes: Sebastian Stan, Renate Reinsve, Adam Pearson, Lawrence Arancio. Duración: 112 minutos.


    anexo| Cobertura de la Berlinale 2024


    La tercera película del estadounidense Aaron Schimberg, A different man, es una suerte de comedia cínica en cuyas arterias se encuentran El hombre elefante o La bella y la bestia, y quizás en menor medida el Ensayo sobre la fealdad de Umberto Eco. Schimberg, también autor del guion, fija la atención de esta fábula negra y moderna en Edward, un hombre introvertido y extremadamente solitario, envuelto en un caparazón y atormentado por el yugo de su aspecto físico. Su rostro sufre los efectos de alguna inclemente enfermedad, y lo único que parece despertar en los desconocidos es una fascinación morbosa, no carente de dosis de desprecio y aprehensión; y en sus vecinos de bloque —en una puesta en escena tan deudora de Woody Allen que uno de estos personajes casi anecdóticos menciona directamente al cineasta neoyorkino explícitamente—, algo parecido a la compasión. Solo su nueva vecina, Ava, dramaturga en ciernes, parece mostrar hacia él un afecto honesto y con la que desarrolla una relación de amistad no exenta de ambiguas complicaciones o malentendidos en el apartado de lo afectivo. Edward está tan necesitado del simple tacto de otra piel, que no sabe cómo reaccionar ante cualquier muestra de cercanía, pues parece nunca haber recibido más que desprecio y no conoce otra cosa.

    La solución no demasiado ingeniosa a este sufrimiento constante del pobre protagonista llega como disparador del arco tragicómico del filme: un revolucionario y prometedor tratamiento farmacológico —del que no se vuelve en el resto del metraje— «repara» el aspecto físico del atribulado Edward, regalándole casi de la noche a la mañana un apolíneo rostro nuevo y la posibilidad de ser amado, de recibir todo ese cariño y respeto que tanto parece ansiar. Y es que, a pesar de haber introducido con tosquedad este recurso narrativo, el largometraje de alguna manera se torna más interesante en cuanto se quita de encima tanto las expectativas de lo previsible con tal premisa, como el halo de seriedad que supondría sospechársele. Sin muchas marcas estilísticas reseñables —exceptuando quizás el uso puntual de zooms veloces estilo años 60 y 70—, esta es una comedia muy seca, con una música que juega a engañar al melodrama. Y es que en contrastes de polaridad como este es donde reposa la clave de su humor. Claro está: siendo esto algo tan personal, me atrevo a decir que el uso de esta fórmula apenas obtiene en contadas ocasiones el resultado esperable.

    La trama adquiere una capa de complejidad extra al explorar las consecuencias de este cambio, de cómo puede uno correr el riesgo de continuar siendo infeliz a pesar de obtener lo que desea. Como si su satisfacción supusiese una recaída en el vacío, y la promesa de felicidad que contenía el deseo aún no satisfecho no fuese más que una distracción. A partir de aquí, las desventuras del nuevo Edward —que ahora se llama Guy—, con su nueva cara, empleo y apartamento, giran en torno al modo en que se relaciona consigo mismo, con quien se supone que era antes de su renovador tratamiento. Separado del dolor, la frustración y la vergüenza, supondría esperar que se revelase de su interior un rico y estimulante paisaje emocional. ¿Y si su único rasgo de identidad estaba definido por la enfermedad? Extirpada esta, no habría entonces nada más que un vacío revelado. Y este vacío se va haciendo más patente en cuanto el protagonista observa su rostro, sí, ahora simétrico y atractivo, pero carente de ese matiz de extrañamiento que lo hacía, en cierto sentido, memorable. La película incide sin profundizar demasiado en esta tesis a través de otro recurso narrativo: Edward descubre por casualidad que su ex vecina Ava ha acabado escribiendo una obra de teatro basada en él. Así que se presenta con determinación a la audición para el papel protagonista de Edward (así se llama el proyecto), y resulta ser un actor malísimo; fracasa en dotar de entidad a la representación de su antiguo yo, acentuándose aún más esta situación del desconocimiento puro.

    Schimberg se compromete, eso sí, a continuar este desarrollo, a pesar de haber desatendido su propia estructura en pos de conseguir los efectos cómicos deseados, y tensa más el hilo del ridículo. Entra en escena, como asesor para actores con un físico de no normativo, Oswald —un reseñable Adam Pearson, tal vez lo mejor del film—, un hombre que sufre la misma enfermedad cutánea que aquejaba nuestro protagonista, y, sin embargo, es exactamente lo opuesto: carismático y divertido, buen amante, buen conversador y cantante; y además resulta siendo mejor actor que el propio Edward en el papel de Edward. De nuevo irrumpe el humor por comparación, que ofrece resultados desiguales pero, por qué no decirlo, a veces entretenidos, dotando al conjunto general de la película de una sensación de ligereza, que el espectador puede no alcanzar a identificar como una virtud sino tal vez la consecuencia inesperada de una mediocridad estructural. Los personajes, aparte de Oswald, no tienen mucha entidad, ni el trabajo de dirección del cast no ha estado a la altura, pues las actuaciones (en especial la de Renate Reinsve) resultan, por desgracia, muy estereotipadas.

    A different man no es del todo un filme fallido; ofrece entretenimiento disfrutable, así como alguna secuencia meritoria. Consigue, eso sí, no hundirse en la autoconmiseración hacia su atribulado personaje únicamente por el hecho de su padecimiento; en este sentido, logra alejarse de cualquier paternalismo compasivo o, menos aún, de la burla, lo cual resulta, como mínimo, reivindicable. Al protagonista lo que le faltaba no era una cara nueva sino aprender a definirse por sus acciones más que su apariencia. Y si demuestra ser inculto y banal, un idiota, en fin, una vez superada su enfermedad, no se le trata como un héroe trágico sino más bien como un hombre mediocre. Aunque A different man se alza como una película por debajo de sus propias expectativas tanto éticas como estéticas, comparte con El hombre elefante — lejos, a años luz— un interés por observar las implicaciones de lo diferente en un entorno social que tiende hacia lo homogéneo, lo estandarizado. La obra que nos ocupa se ahoga en un mar de irregularidades y decisiones mal tomadas, carente, como es, de una visión cohesiva que otorgue solidez; a pesar de lo cual, por momentos, el efecto ideado por Schimberg se produce, y entonces se antoja un poco más simpática. ♦

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