|| Críticas | Amazon Prime Video | ★★★★★
Saltburn
Emerald Fennell
La erótica del poder
José Martín León
ficha técnica:
Estados Unidos, 2023. Título original: Saltburn. Dirección: Emerald Fennell. Guion: Emerald Fennell. Producción: Emerald Fennell, Josey McNamara, Margot Robbie. Productoras: LuckyChap Entertainment, Metro-Goldwyn-Mayer (MGM), MRC Film, Media Rights Capital (MRC). Distribuidora: Metro-Goldwyn-Mayer (MGM), Amazon Prime Video. Fotografía: Linus Sandgren. Música: Anthony B. Willis. Montaje: Victoria Boydell. Reparto: Barry Keoghan, Jacob Elordi, Archie Madekwe, Rosamund Pike, Richard E. Grant, Alison Oliver, Carey Mulligan, Sadie Soverall.
Estados Unidos, 2023. Título original: Saltburn. Dirección: Emerald Fennell. Guion: Emerald Fennell. Producción: Emerald Fennell, Josey McNamara, Margot Robbie. Productoras: LuckyChap Entertainment, Metro-Goldwyn-Mayer (MGM), MRC Film, Media Rights Capital (MRC). Distribuidora: Metro-Goldwyn-Mayer (MGM), Amazon Prime Video. Fotografía: Linus Sandgren. Música: Anthony B. Willis. Montaje: Victoria Boydell. Reparto: Barry Keoghan, Jacob Elordi, Archie Madekwe, Rosamund Pike, Richard E. Grant, Alison Oliver, Carey Mulligan, Sadie Soverall.
La primera parte de Saltburn nos muestra la vida en la universidad y cómo Oliver no parece resignarse a ser un marginado más como el chico que primero le ofrece su amistad, por lo que no duda en darle de lado desde el momento en que se gana la atención de Felix, después de que Oliver le saque de un apuro. El millonario empieza a sentir verdadero afecto hacia su nuevo amigo, que se vende como un chico proveniente de una familia absolutamente problemática, tocada por problemas de salud mental y adicciones a sustancias varias, por lo que no duda en integrarle en su selectivo círculo de amistades –en contra de las opiniones de alguna de sus novietas, que se avergüenza de la forma de vestir de Oliver, o de su sarcástico primo estadounidense Farleigh, que ve en el recién llegado una amenaza–, hasta el punto de invitarle a pasar las vacaciones de verano de 2007 en el castillo familiar, ese gótico Saltburn del título. Es aquí cuando el filme eleva definitivamente el vuelo, ofreciendo una mirada nada complaciente de la alta sociedad inglesa, mostrando a una excéntrica familia que nada en la abundancia económica, pero que carece de valores y de la más mínima empatía hacia quienes les rodean. Mientras que Sir James parece un tipo descerebrado, su esposa Lady Elspeth se presenta como una mujer egocéntrica e interesada, una antigua modelo de éxito durante los 90 que ahora lidia con su papel de madre de dos adolescentes, el exitoso Felix y la desdichada Venetia, una joven que vive a la sombra de su hermano, cargada de inseguridades que le han hecho caer en problemas depresivos y trastornos alimenticios. Impagable es el pequeño personaje que interpreta Carey Mulligan, el de Pamela, una “amiga” de la familia que ha sido acogida en la mansión, mientras supera una mala racha personal. Gracias a ella, vemos cómo se las gastan los Catton, las humillaciones veladas, la falsa caridad y los continuos desprecios a los que tiene que hacer frente, ya que, en fondo, solo la ven como un parásito que se ha acomodado en su hogar. Y eso es lo que viene a ser, también, Oliver, con la diferencia de que este ha llegado a Saltburn con una mayor facilidad para ganarse a sus no demasiado inteligentes anfitriones, manipulándoles y llevándoles suavemente hacia su terreno. Como bien le define Venetia en una escena, Oliver es como una polilla que se ha colado en su casa, agujereando, poco a poco, sus paredes hasta terminar destrozándola desde dentro.
Lo primero que llama poderosamente la atención de Saltburn es su maravilloso acabado visual, presente, tanto en la espectacular dirección artística como en la magna labor de Linus Sandgren en la fotografía –en un trabajo que recuerda mucho al realizado en Babylon (Damien Chazelle, 2022)–, otorgando a la majestuosa y, a la vez, decadente mansión un protagonismo casi tan importante como el de sus personajes. Los excesos con los que están rodadas las fiestas en el hogar de los Catton, con enormes animales asándose a la vista de todos en el jardín, lacayos que parecen salidos de otra época, y drogas y libertinaje acampando a sus anchas por cada rincón del recinto, muestran la degradación moral de una clase alta a la que, no obstante, Oliver querría pertenecer a toda costa. Barry Keoghan parece haberse especializado en roles perturbados y, en la línea de su papel en El sacrificio de un ciervo sagrado (Yorgos Lanthimos, 2017), realiza otro tour de force, generoso en situaciones de un atrevimiento poco habitual en el cine comercial –su “sanguinolenta” escena de seducción en el jardín; ese otro momento, que roza lo necrófilo, sobre una tumba; cierto pasaje en el que juega un papel determinante el desagüe de una bañera o un audaz baile final al ritmo del Murder on the Dancefloor, de Sophie Ellis-Bextor, encumbran al personaje de Oliver entre los más icónicos del año–. Su magnífica actuación, tan desbordante de carisma, no opaca la maravillosa labor de Jacob Elordi, perfecto en su encantador rol de Felix, de una Rosamund Pike que vuelve a demostrar, en su papel de Elspeth, que los papeles de víbora se le dan mejor que a nadie, y, sobre todo, de una sorprendente Alison Oliver, capaz de dotar al personaje de Venetia de una fragilidad digna de lástima. Saltburn se las apaña para adornar una historia no demasiado original que, en resumidas cuentas, parece demasiado una nueva versión más desquiciada de El talento de Mr. Ripley, compartiendo Oliver con el personaje salido de la imaginación de Patricia Highsmith, no solo su homosexualidad (más explícita en la visión de Anthony Minguella de 1999 que en la novela), sino, también, esa ambición y esa mezcla entre fascinación y odio hacia su objeto de deseo y, en última instancia, víctima, para que parezca algo mucho más novedoso. El resultado es una película excesiva en sus formas y muy comprometida consigo misma a la hora de provocar con su cóctel de momentos sexualmente bizarros, algo que la convierte en orgiástico espectáculo homoerótico, repleto de humor negro y bilis a raudales, tan hipnótico y adictivo como esa visión del apolíneo Felix contoneándose al son de la música que tan repetidamente nos regala la directora a lo largo de su película. ♦