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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | La memoria infinita

    || Críticas | ★★★★☆
    La memoria infinita
    Maite Alberdi
    Realismo frente a realidad


    Rubén Téllez Brotons
    Madrid |

    ficha técnica:
    Chile, 2023. Título original: La memoria infinita. Dirección: Maite Alberdi. Guion: Maite Alberdi. Compañías: Fabula, Micromundo Producciones, Chicken And Egg Pictures, Inmaat Productions, UTA Independent Film Group. Reparto: Augusto Góngora, Paulina Urrutia. Duración: 85 min.

    A lo largo de la historia del cine, muchos cineastas han tensionado los límites de la ficción en sus películas con el objetivo de abrir una fisura de realidad tan veraz como por momentos dolorosa que obligase al espectador a reflexionar sobre la forma en que se enfrenta a una narración que él mismo sabe que es puro artificio, pero que, pese a todo, no deja de provocarle, por la dureza de sus imágenes, un desasosiego difícil de masticar. Ahí está Rossellini retratando en Alemania, año cero el insoportable horror al que se enfrenta Edmund, el niño protagonista que recorre el verdadero Berlín de posguerra con la mirada agujereada de dolor en busca de una hogaza de luz; o Gaspar Noé, estirando en Irreversible la duración de los planos hasta la frontera de lo soportable en su búsqueda de un realismo extremo y visceral que sea capaz de transmitir la violencia que sufren sus personajes. Ambas cintas están cargadas de imágenes espinosas capaces de convertir la pantalla en un desierto árido y brutal con facilidad para repeler la mirada; ambas, por tanto, enfrentan al público a unas situaciones pocas veces representadas con tanta verosimilitud, arriesgándose, sin embargo, a resultar demasiado duras para muchas personas. Así, pese a que ninguna tiene un carácter explícitamente metaficcional, subyace debajo de sus escenas una reflexión sobre la forma en que las personas se enfrentan a unas imágenes ficticias que las introducen en pesadillas muy realistas. En La memoria infinita, Maite Alberdi va un paso más allá, eliminando cualquier atisbo de ficción en el relato, y filmando el día a día de Augusto Góngora, un periodista enfermo de alzhéimer, y de su mujer, Paulina Urrutia, actriz y ex ministra de cultura de Chile, durante los meses más duros de confinamiento del Covid.

    Documental construido, en su gran mayoría, con material rodado de forma casera por los propios protagonistas, viaje hacia el fondo de una mente que se descompone frente a los ojos de sus seres queridos, radiografía de una enfermedad que quiebra unos rostros que caminan sobre el vacío de un futuro sin horizonte aparente, la nueva película de la directora de El agente topo funciona como una fotografía traslúcida en la que se encuentran retratados tanto los pozos de angustia más profundos de los protagonistas como los oasis de luz que calman, muy de vez en cuando, el océano de dolor que ruge bajo sus pechos. La idea es acercar al espectador lo máximo posible a unas personas que intentan convivir con la incertidumbre de la enfermedad, con la proximidad de la muerte, para que las acompañe durante su trayecto. La claridad del lenguaje se presenta como la herramienta fundamental a través de la cual Alberdi construye una propuesta que encuentra su acierto en la desnudez formal, en su no intervención como directora, en su forma, limpia de artefactos retóricos, de exponer la sucesión de los días que los protagonistas pasan encerrados en su casa lidiando con la decadencia y el miedo.

    Además, bajo la piel de unas imágenes que arden de dolor y polvo, subyace una reflexión sobre la memoria, tanto histórica como individual: resulta profundamente desgarrador observar cómo se desvanece la memoria particular de una persona que ha contribuido tanto a mantener viva la de un país entero; pero también es emocionante comprobar que su recuerdo va a permanecer vivo gracias a su trabajo en favor de la libertad y la cultura. La memoria infinita condensa en cada uno de sus fotogramas los rayos crepusculares de una historia de amor que funciona como eje vertebrador de la cinta y que no tarda en desvelarse como el verdadero imán que mantiene las miradas fijas en la pantalla durante la totalidad del metraje. Un imán más que necesario, puesto que las escenas que componen la película son de una dureza, de una ferocidad goteada de nihilismo, difícilmente digerible, que la convierten en una obra árida, en un verdadero ejercicio de resistencia. Y es que Maite Alberdi, proyectando en la pantalla unas imágenes desoladoras que carecen de cualquier tipo de fuga que alivien la densidad dramática de la cinta, le propone un reto descomunal a la audiencia. No hay en La memoria infinita ejercicios estilísticos —como la pantalla partida de Vórtex— que rompan la cuarta pared, aunque, en el caso de que los hubiese, serían completamente inútiles, puesto que el carácter documental de la cinta desactiva, obviamente, la posibilidad de que el espectador se esconda tras el muro de la ficción en su intento por soportar el horror de unas imágenes a veces hermosas, pero siempre inclementes. No hay actores, ni guion, ni una iluminación diseñada; sólo unas personas intentando aguantar los envites de la enfermedad. El Edmund de Alemania, año cero nunca existió, y los personajes de Irreversible son una creación de Gaspar Noé, pero Augusto Góngora y Paulina Urrutia son reales; el dolor que expresan frente a la cámara es su verdadero dolor, sus lágrimas no están planificadas, ni su realidad es producto de ningún tipo de ficción. La memoria infinita es, por tanto, una de las mejores películas de la temporada, pero, también, una de las más difíciles de ver. ♦


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