|| Críticas | ★★★★☆
Negu hurbilak
Colectivo Negu
Fronteras y abandonos
Miguel Martín Maestro
ficha técnica:
España, 2023. Título original: Negu Hurbilak. Dirección: Ekain Albite, Adrià Roca, Nicolau Mallofré, Mikel Ibarguren. Guion: Ekain Albite, Adrià Roca y Nicolau Mallofré. Casting: Mikel Ibarguren. Producción: Guillermo Ortuño y Roos van den Heuvel. Fotografía: Javier Seva y Víctor Rodríguez. Arte y vestuario: Justina Montserrat. Sonido: Iosu Martínez. Montaje: Edu V. Romero y Sara Salinas. Música: Xalba Ramírez. Diseño gráfico y foto fija: Ângela Ramos. Intérpretes: Jone Laspiur, Beñardo Mutuberria y Anita Hualde. Compañías productoras: Cornelius Films, Maluta Films. Duración: 91 minutos.
España, 2023. Título original: Negu Hurbilak. Dirección: Ekain Albite, Adrià Roca, Nicolau Mallofré, Mikel Ibarguren. Guion: Ekain Albite, Adrià Roca y Nicolau Mallofré. Casting: Mikel Ibarguren. Producción: Guillermo Ortuño y Roos van den Heuvel. Fotografía: Javier Seva y Víctor Rodríguez. Arte y vestuario: Justina Montserrat. Sonido: Iosu Martínez. Montaje: Edu V. Romero y Sara Salinas. Música: Xalba Ramírez. Diseño gráfico y foto fija: Ângela Ramos. Intérpretes: Jone Laspiur, Beñardo Mutuberria y Anita Hualde. Compañías productoras: Cornelius Films, Maluta Films. Duración: 91 minutos.
Así presentan su película los creadores, una obra que para el panorama cinematográfico español supone un soplo de aire, si no fresco, al menos novedoso; desacostumbrado, insospechadamente complejo y denso, acumulando múltiples horizontes y relatos para contextualizar la presencia de una joven mujer que huye. Así han sabido reconocerlo festivales como Locarno y, más recientemente, Márgenes, porque si este cine es un ejemplar casi único de nuestra cinematografía, hay lugares donde pueden apreciarlo y por delante de otros en los que ha participado, de mucho mayor presupuesto, donde el contexto histórico social del evento es incompatible con su aceptación porque su lenguaje sabe apartarse de lo comúnmente aceptado, proponiendo mecanismos narrativos muy poco asumibles para los festivales generalistas, y sus públicos. Ejemplos mucho más inocuos han sido acogidos con una saña desmedida al mezclar arte y política, o habría que decir arte y prejuicio. Los ejemplos más notables fueron Días contados, donde se cuestionó el simple hecho de presentar a terroristas etarras actuando como personas normales en su día a día sin obviar su componente asesino, o La pelota vasca donde el escándalo se magnificó porque a un director se le ocurrió pretender escuchar las razones, o sinrazones, de unos y otros, sobre todo las de los otros. En este contexto, que no ha variado, incluso ha empeorado, no podrá esperarse que cineastas de fuera del País Vasco se atrevan a abordar el fenómeno terrorista en España si no es para remar a favor de la corriente monolítica, por eso todas las películas que pretenden analizar la realidad desde otro punto de vista tienen su origen en el territorio que más sufrió la lacra y donde más víctimas fueron asesinadas.
Nada emparenta Negu hurbilak con las antes mencionadas, ni en estilo, ni en propósito, ni en resultado. Hay los suficientes vacíos narrativos como para que tenga que ser el espectador quien rellene los huecos y se deje llevar por la eficacia de sus imágenes. Eficacia que comienza con un magnético inicio y concluye con un aquelarre socialmente aceptado pero que permite conectar lo que subyace por debajo de las imágenes con la brutalidad festiva de lo que vemos, porque lo fundamental es el traslado del punto de vista, sin justificación alguna ni pretensión de explicación; el dolor no es exclusivo ni patrimonial. El dolor de la incertidumbre o de la renuncia es tan predicable de unos como de otros y Colectivo Negu explora, y explota, esa realidad desde la concepción de un relato de densidad corpórea, de ambiente oprimido y opresor donde una caricia en el pelo se transforma en un acto de reivindicación solidaria en medio de la soledad, donde el juego de pelota de unas niñas se convierte en filmación política por lo de esperanzador que supone. La frontera, la «muga», no sólo existe físicamente sino que también se instala en el interior de unos cuerpos asolados por la derrota de la pérdida y la renuncia.
La película habla de una etarra, o de una colaboradora de la banda, una chica que huye o pretende huir y a la que sorprende el cese de la lucha armada anunciado en el año 2011. Pero también habla de la estrecha relación de los terroristas con el núcleo social y familiar que los sustentó durante casi cinco décadas; de una solidaridad ideológica donde el contrario se convierte en algo más que un adversario político, se convierte en el enemigo de una guerra cuyo fin solo puede dejar un reguero de muertes, destrucción y dolor, mucho dolor, pero también de una solidaridad asistencial necesaria como núcleo humano más allá de lo ideológico. Para contar esto la película no necesita palabras, o no necesita muchas, es el contexto y nuestro conocimiento quienes ponen voz a lo que no se cuenta. Ekain Albite, Mikel Ibarguren, Nicolau Mallofré y Adrià Roca (Colectivo Negu) saben que juegan con material altamente sensible y susceptible de herir, incluso sin ser visto, pero no por ello rehúyen la mirada humana hacia sus personajes, ese aspecto que tanto trata de ocultar nuestro cine cuando lo incómodo del pasado, sea reciente o antiguo, se convierten en su tema discursivo. Las preguntas y las respuestas que estos cineastas proponen no se verbalizan, no hay tesis ideológica en su conjunto de imágenes para convencernos de nada; hay una realidad tozuda que se esfuerzan en presentar, una frontera que se identifica con la libertad y un deseo de traspasarla cuanto antes. Ese es el objeto del relato y la finalidad de la protagonista y la galería de personajes con los que se relaciona durante esa hora y media que les acompañamos.
Para captar nuestra atención la idea visual con la que la película arranca no puede ser más acertada, una sucesión de planos secuencia de duración muy medida; un encadenado de situaciones donde adoptamos la posición de espectadores que seguimos el entorno y las actividades de otras personas, como si guardáramos la espalda de esa persona en fuga o como si la persiguiéramos en la distancia para ir identificando al conjunto de ciudadanos que la auxilian en un peregrinar de vehículo en vehículo, de casa en casa, de refugio en refugio. La propuesta consigue su objetivo magnético. La lluvia, la bruma, la noche, la escasa iluminación juegan un papel protector de la fuga, las personas se convierten en contornos amparados por una luz tamizada y que desdibuja los perfiles, apenas siluetas semiocultas al ojo del espectador. Alcanzado el amparo de un hogar, aunque sea ajeno, el tono de la película muta. La cámara se vuelve más estática, los exteriores son referencias ajenas y no de la protagonista, el miedo de la huida se transforma en el miedo al olvido, a quedar varada en tierra de nadie, a la ingratitud del silencio ajeno, a la incertidumbre del desierto de los tártaros y a la incongruencia de esperando a Godot. Tan cerca y tan lejos del objetivo que las imágenes nos hacen olvidar el origen y nos centran en la espera, eso que para la joven es único y para el dueño de su último refugio es una repetición del pasado en carne propia.
Y en su tramo final la película vuelve a sufrir una mutación, la cuarta. Hemos pasado por los planos secuencia que nos muestran el espacio físico y urbanístico en que se desarrolla la acción, a continuación hemos seguido la primera espera hacia el cruce de la frontera, un episodio puntual donde fugitiva y guardadora asumen los roles de hija y madre suplentes, un trato familiar, cariñoso, dedicado desde el afecto de la mayor y el agradecimiento sin palabras de la joven; a continuación el episodio de la tregua que trastoca toda la estrategia da pie a un tercer segmento, también interior, pero frío, desasosegante, de incomunicación y espera donde la joven es acogida a la fuerza por un antiguo militante de la banda que asume disciplinadamente la obligación sin querer y que, en un breve diálogo final anticipa a la mujer lo que le espera a partir de entonces. Y así llegamos al cuarto episodio, telúrico, fantasmal, quebrando la lógica del relato y fracturando la línea trazada hasta entonces. Punto y final al episodio de la etarra para culminar con un carnaval asilvestrado y salvaje, sexual y violento, real como la vida misma y como documento antropológico que es, pero que conecta con la historia madre porque es dolor y sufrimiento, camuflado en lo festivo y lo tradicional, similar al que va sintiendo esa joven que se ve privada de su mundo, de sus amigos, quizás de su amante, de su familia, una pérdida que atenaza la respiración porque no tiene fecha de caducidad, ¿meses, años, décadas? El maduro abertzale que la acoge siente la punzada de todo aquello que ha perdido por seguir el mismo camino de esa joven décadas atrás, la historia se repite, y el sufrimiento de otro tipo de víctimas y/o victimarios se perpetúa. ♦