Alberto Gastesi llevó su ópera prima La quietud en la tormenta a la última edición del Festival de San Sebastián, ocasión que aprovechamos para entrevistarle. Ahora, tras haber pasado por cines, la película puede verse en el catálogo de Filmin.
En la película hay un presente y un pasado imaginado sobre los caminos que podrían haber tomado los personajes. Decías en otra entrevista que esta parte del pasado imaginado no estaba en guion al principio.
Lo que no estaba es que fuese imaginado. Y esto habla de cómo fue el proceso de escritura. Creo que es difícil que se dé en el cine industrial, donde la escritura esté tan entremezclada con el proceso de producción. Nos hemos permitido el lujo de rodar la parte del pasado sin tener escrito el presente, que rodamos mes y medio más tarde. En ese tiempo, estando abiertos a cómo salían las cosas, terminamos de escribir. Hasta dos meses antes de rodar, nuestra idea era hacer una película con la misma estructura, en la que la historia de amor no fuese posible en el presente: que no se pudiese dar aunque compartiesen la misma línea de posibilidades. Lo que cambió es que aquello se convirtiera en una cosa imaginada por la propia película. Nos gustó el concepto y fuimos por él.
En un proceso tan abierto, ¿qué guías has seguido?
Lo primero es intentar estar abiertos a la vida y dejar que el estar en el mundo del equipo nos impregnase, e impregnase el proyecto. Ese estar abiertos a la vida nos planta delante la oportunidad de hacer una película de manera un tanto atípica, con una financiación muy rápida y que podíamos rodar en poco tiempo, juntando un equipo que éramos ya amigos y familia. Podíamos hacer un alto en el camino todos juntos antes de seguir con nuestras vidas. Una brújula era hacer la película que quisiéramos, con todas las consecuencias. Una manera de trabajar que me encanta y que, en cuanto tuve la oportunidad, quise ponerla en práctica. Ir de lo concreto a lo general y no viceversa, guiándome por el propio material. Es decir, parto de un espacio físico, el pasillo del piso en venta, y del encuentro de dos cuerpos. Le doy una textura en blanco y negro, y un formato que me impone ciertos encuadres de rostros. Trato esto como si fuese el material de la escultura, teniendo un respeto muy grande al acontecimiento concreto que es la vida, lo inasible. Pero no hay una guía a nivel discursivo o temático. Al revés, tener el material como luz en la oscuridad, y que eso diese forma a la historia, a la vez que escribíamos influidos por nuestros gustos. Creo que ha terminado reflejando nuestra generación más de lo que pensábamos.
¿Cómo ha sido escribir desde ese espacio, desde eso tan concreto?
Hice un corto que se llama Tempestad (en euskera Ekaitza) que también protagonizaban Loreto Mauleón y Aitor Beltrán, una historia de amor en un día de tormenta. En ese corto y en otros, Miroirs por ejemplo, hay una obsesión por la segunda oportunidad de dos personas que han tomado caminos separados. A la vez que llega ese pasillo del piso en venta, del que tenemos claro que queremos partir, se presenta la historia de dos personas que se reencuentran y que habían tenido una relación antes. Partimos de ahí para tirar del hilo en su historia, que vamos poco a poco moldeando, acompañando de otras gentes y llenando de vida. El proceso de escritura ha sido un constante ir hacia adelante y hacia atrás, reescribir de manera muy abierta, sin demasiado respeto por lo ya escrito.
El trabajo con los actores, ¿cómo ha sido?
Hay muchas dicotomías en la película. Una de las cosas que tenía clara era mezclar dos tonos, casi géneros de cine. Uno, que se acerca más al suspense, tiene que ver con la puesta en escena visual, dónde está la cámara y cómo se mueven los actores. El segundo, un cine que alguno ha dicho más rohmeriano, más distendido, del placer de la vida, las conversaciones con amigos, más improvisado. He querido poner a bailar esos dos cines sin miedo y de una manera despreocupada. Esto ha influido en el trabajo de los actores: había escenas más escritas, y otras que hemos improvisado en rodaje o en los ensayos. Ha sido un trabajo de respeto mutuo, hacia su manera de vivir, de moverse, de entender el personaje. No me gusta nada cuando hay muchos dibujos psicológicos o cuando los creadores hacen juicios de sus propios personajes. He tratado de huir de eso. Insisto: se trata tener un respeto muy grande por la vida. Los actores son amigos, son familia y son gente muy talentosa. Estoy muy contento de que por fin se vea a todos juntos y ese talento esté ahí, amplificado en la pantalla de cine.
Esta idea de que nunca vamos a ser lo que nos gustaría ser, pero hay que hacer las paces con ello, ¿es cínica u optimista?
Creo que es optimista. Lo cínico es el resultado de no hacer las paces del todo con eso. Saber llevarse con esos otros yoes que no han podido ser es la actitud de alguien que ha madurado con honestidad y es un requisito para no vivir de manera cínica. Vivimos tiempos de mucho cinismo y es importante que salgamos de ahí.
La imagen de la ballena persiste después de ver la película. ¿Cómo llegó al proyecto?
Es una idea que barajamos Alex [Merino] y yo al comienzo de la escritura, pero que quedó fuera del guion cuando lo presentamos a las ayudas del Gobierno Vasco, como tantas otras. A nivel producción hemos sido pequeños y susceptibles a todas las mareas, cualquier cosa nos hacía tambalearnos. Poco antes del rodaje, una noticia negativa sobre la financiación nos obligó repensar el guion, hacerlo más austero, pensar cuál era la esencia de lo que queríamos contar. Hay cosas de las que no te das cuenta. Escribes tan alegremente algo como «Lara y Daniel vuelven en tren de París a Donosti», que parece sencillo pero en realidad es complicadísimo. Eso se convirtió en la conversación que tienen en la autopista. En esa sustitución de espacios, repensando cuál era la esencia y las señas de identidad que queríamos mantener, reapareció la ballena. Y aunque estábamos pensando cómo abaratar, en ese momento entiendo muy intensamente que tiene que estar, que si lo lográbamos sería una imagen interesante que podía englobar muchas cosas del proyecto. Que ponía en marcha la historia de los cuatro personajes a través de la casualidad, que reflejaba el estado de alguno de ellos o de la propia ciudad, quizás. Eso ya depende de los espectadores.
En otra entrevista hablabas de pensar y hacer como procesos casi simultáneos, y con lo que cuentas de este proyecto, parece una forma de trabajar que choca con la que se está estandarizando: ir pasando por laboratorios, o simplemente las financiaciones, que son muy lentas en general.
El cine es un arte poco inmediato, eso es evidente; es colectivo y está muy unido a cuestiones presupuestarias. Es muy difícil financiar una película hoy en día, y cuando dejas las ideas en remojo demasiado tiempo, tu relación con ellas puede acabar mostrando signos de agotamiento. Es algo con lo que tenemos que lidiar. Más particularmente, veo una creciente importancia del filtro que ejercen los laboratorios de cara a que algo sea realizable. Eso tiene sus riesgos. Me pareció interesante un artículo de Victor Alonso-Berbel que hablaba de una estandarización del cine de autor español. Te decía que el respeto a la vida es entender que es inasible; el talento mismo es algo incontrolable y contra lo incontrolable no hay otra que dejarse llevar, lo contrario es tener ansiedad. Creo que los laboratorios son una manifestación de esta ansiedad, de intentar tener el control desde cierto lugar, y eso puede llevar también a la endogamia; las personas van rotando y hay un cine que se empieza a parecer entre sí. El otro día Alicia Luna decía en Twitter que esta es una película anti-IA y me hizo mucha ilusión, porque la erupción de este fenómeno que no entendemos ha llegado muy rápido y tenemos que plantearnos qué aportamos de diferente nosotros. Yo entiendo que las plataformas o Marvel puedan sacar productos que parecen salidos de una inteligencia artificial. El problema viene cuando encuentro eso en cierto cine de autor, que a veces parece una batidura de conceptos, casi un cine de dosieres. Hay que intentar mantener la personalidad y la valentía a la hora de crear.