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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Splendid Hotel: Rimbaud en África

    || Críticas | Rizoma 2023 | ★★★☆☆
    Splendid Hotel: Rimbaud en África
    Pedro Aguilera
    Una temporada, larga, en el infierno


    Miguel Martín Maestro
    Valladolid |

    ficha técnica:
    Francia, Marruecos, España, 2023. Título original: «Splendid Hotel: Un voyant en enfer». Dirección: Pedro Aguilera. Guion: Pedro Aguilera, Nathan Fischer, Damien Bonnard. Reparto: Damien Bonnard, Patricia Iloki, Prince Higuet Bitsindou Moussounda, Mustapha Rguie. Música: Jimmy Gimferrer, Fernando Vacas. Fotografía: Jimmy Gimferrer.Compañías productoras: Coproducción España-Francia-Marruecos; Barney Production, Stray Dogs. Duración: 70 minutos.

    Hay películas cuya propuesta y factura es más ambiciosa y sugerente que su resultado final. Al cine de Pedro Aguilera no se le pueden poner reparos, al menos en cuanto al riesgo y equilibrismo que todas y cada una de sus películas afrontan; otra cosa puede ser ese resultado, quizás disminuido por cierta aridez expositiva que va provocando un distanciamiento de este espectador conforme pasan los minutos. Pese a ello es capaz de lograr perfectas piezas de insana representación del individuo como fue el caso de Demonios tus ojos, pero esta Splendid Hotel, pese a lo exótico de la ambientación, está más cerca de los cánones de su estilo ya expresados en La influencia o Naufragio, con la soledad de un individuo, su progresivo deterioro físico y mental, la insolidaridad del entorno; la práctica desaparición absoluta del diálogo convertido en un monólogo envolvente y absorbente del protagonista, quien va sumergiéndose en una derrota integral avanzando hacia las personales montañas de la locura.

    La sutil diferencia de este último largometraje se encuentra en que Aguilera utiliza a un personaje histórico, a uno de esos poetas malditos, y también por qué no, maldito poeta, del simbolismo francés. Un personaje mítico influenciado literaria y personalmente por nombres como los de Verlaine, Baudelaire, Hugo... La apuesta, al adoptar esa idea de «cine de época» ya resulta arriesgada; ni se opta por la fidelidad histórica, ni temporal ni espacial. El personaje de Rimbaud se mueve por la representación de un Adén o un Harrad del presente (que no dejan de ser ciudades de Marruecos en la realidad y no de Yemen o Etiopía) con un traje blanco de occidental colonialista como si nos encontráramos en la década de los 80 del siglo XIX cuando todo a su alrededor es contemporáneo. El poeta ya ha sido disparado por Verlaine, ya ha publicado su Una temporada en el infierno y ha decidido abandonar Francia y la escritura; también olvidarse de la metrópoli y vivir la aventura orientalista en propias carnes y no a través de las artes. Ha cambiado el cultivo del espíritu por la versión capitalista del intermediario comercial, su ambición de pasar a la posteridad por su literatura ha sido aparcada por su afán de enriquecerse con el tráfico de armas, y donde mejor puede traficarse es en una zona de conflicto, en ese momento en el cuerno de África.

    La preparación de esa caravana que transportará los fusiles de segunda mano y desechados por el ejército francés se transforma en el desierto de los tártaros del propio Rimbaud. Una interminable espera de un cargamento que no termina de arribar a puerto, y una vez llegado, las largas esperas administrativas para conseguir los permisos, después el embargo que el gobierno francés decreta para la circulación de armas con destino a Abisinia. Escollos que van consumiendo la delicada salud y resistencia del poeta encarnado por Damien Bonnard. La película se va convirtiendo, poco a poco, en un atolladero sin salida, un relato donde parece que Bartleby se encuentra detrás de todas las puertas para no decir que no pero tampoco que sí; transmitiendo muy bien la sensación del personaje pero al mismo tiempo abrumando al espectador con repeticiones de las situaciones con escasas variaciones. Sus 70 minutos terminan pesando y nos transportan al mismo punto muerto en el que se encuentra Rimbaud, la diferencia es que él espera algo que nosotros no buscamos, dinero.

    Ninguna objeción formal a la película, bien contada y bien pensada en sus imágenes, construidas con un sentido artístico que hacen atractivas las calles de la ciudad pese a su deterioro y podredumbre, aprovechando el color de los exteriores y el movimiento cada vez más tortuoso y agotado de su protagonista. Podríamos rememorar imágenes de Oliver Laxe en Mimosas, salvo que el propósito argumental es completamente opuesto, no hay misticismo en Aguilera porque su personaje es un derrotado de antemano, un perdedor podríamos decir que sin la ética que lo acompaña cuando se nos hace atractivo; y en los interiores y su relación con la amante etíope es inevitable recordar las composiciones pictóricas de Dinet, Delacroix, Gérôme, Belly, Bonat, Benjamin Constant, o en España el propio Fortuny. También son muy acertadas las referencias históricas mediante fotografías de la época, de esa Francia que Rimbaud abandonó pero a la que seguía conectado con las cartas que enviaba y recibía, fotos y daguerrotipos de la metrópoli a la que se quiere regresar enriquecido, que nos hablan de lujo en el París del XIX, pero también de miseria, de la Comuna, de la represión homicida, de los poetas que acompañaron a Rimbaud en algún momento. La película tiene muy buenas ideas y muy buenas conexiones entre éstas y las imágenes, aunque el resultado final resulte repetitivo y monótono. ♦


    «Al cine de Pedro Aguilera no se le pueden poner reparos, al menos en cuanto al riesgo y equilibrismo que todas y cada una de sus películas afrontan; otra cosa puede ser ese resultado, quizás disminuido por cierta aridez expositiva».



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