|| Críticas | ★★★☆☆
El sueño de la sultana
Isabel Herguera
La moraleja de un cuento ilustrado
Ignacio Navarro Mejía
ficha técnica:
España, 2023. Dirección: Isabel Herguera. Guion: Isabel Herguera y Gianmarco Serra (inspirado en el libro de Begum Rokeya. Producción: Abano Producions / El Gatoverde / Fabian & Fred / Sultana Films / UniKo. Fotografía: Eduardo Elosegi. Montaje: Moushumi Bhowmick y Tajdar Junaid. Música: Gianmarco Serra. Dirección artística: Isabel Herguera. Reparto (voces): Miren Arrieta, Mary Beard, Roberto Bessi, Miren Gabilondo, Nausheen Javeed, Debjani Mukherjee. Duración: 80 minutos.
España, 2023. Dirección: Isabel Herguera. Guion: Isabel Herguera y Gianmarco Serra (inspirado en el libro de Begum Rokeya. Producción: Abano Producions / El Gatoverde / Fabian & Fred / Sultana Films / UniKo. Fotografía: Eduardo Elosegi. Montaje: Moushumi Bhowmick y Tajdar Junaid. Música: Gianmarco Serra. Dirección artística: Isabel Herguera. Reparto (voces): Miren Arrieta, Mary Beard, Roberto Bessi, Miren Gabilondo, Nausheen Javeed, Debjani Mukherjee. Duración: 80 minutos.
Con este precedente se presenta El sueño de la sultana, título homónimo al del escrito de referencia, pero algo engañoso porque el mismo es más bien tangencial en una historia que sigue otros derroteros. Esta película de animación, primer largometraje dirigido por la artista vasca Isabel Herguera, hace residir el protagonismo en otra vasca, la joven Inés, desplazada eso sí a la misma geografía que vio nacer a Rokeya y a todas las mujeres de su entorno, que sufrieron y siguen sufriendo el injusto dominio masculino. Funciona como adaptación elegíaca e idiosincrática, pero también como ensayo didáctico sin sujeción a un espacio o tiempo concretos. Lo cierto es que Inés, como cualquier mujer de cualquier país, padece a su vez el acoso, la discriminación, incluso la simple mirada que desdibuja el machismo, como se observa en una escena inicial en un parque, desdibujada también por los trazos de una animación entre impresionista y cubista, liberada por la técnica de la acuarela. Inés llega así con mochila, esto es, con huellas y traumas, a Ahmedabad, ciudad muy poblada donde una mujer fuera de su hogar rara vez se puede permitir el lujo de estar sola, aunque en la oscuridad algún hombre invisible pueda acechar a la víctima. Aquí la mirada es más visible y acusadora, convirtiendo cualquier situación de vergüenza en linchamiento público. Inés pasa entonces, a veces como espectadora, otras veces más implicada, por varios decorados en esta y otras ciudades donde queda patente la falta de libertad femenina. En cualquier caso, aunque quiera ser partícipe, al final la protagonista observa siempre desde otro punto de vista, propio de una directora occidental en ciernes, por herencia paterna, y que siempre puede regresar a la seguridad de su Donostia natal.
La narración alterna entonces varias localizaciones y encuentros del personaje principal con otros que la marcan en mayor o menor medida, independientemente de su identidad. Un amante distante, una madre inválida, un padre exiliado, una amiga insospechada, un amigo poético… todos son personajes importantes en la vida de Inés, que trata de encontrar su sitio en un paisaje cambiante y difuso. Con todo, la película se crece no tanto cuando recrea esa búsqueda personal, que quiere ser autónoma pero que arrastra décadas, por no decir siglos, de opresión y que por ende tiene una dirección obligada, sino sobre todo cuando plasma imágenes aisladas de toda proyección: las vistas desde el piso en San Sebastián, el perro moribundo en la calle, las mujeres bañándose en el río… Son esas impactantes imágenes, al margen de toda inserción en una historia o recorrido de mayor escala, las dotadas de mayor sugerencia y simbolismo, porque El sueño de la sultana se desliza por un lirismo que funciona mejor en un nivel abstracto, no expositivo. Esto se debe a su estructura episódica, quizá en exceso, sin apenas tiempo para asimilar los cambios de coordenadas, y cuando se detiene en alguna conversación que trata de explicar algo, no resulta orgánico, frena el ímpetu y la imaginación visuales de la cinta. Esto ocurre, por ejemplo, con la charla que mantiene Inés, en presencia de su madre, con el mentado amigo en una galería de San Sebastián, pues las frases del chico suenan falsas, haciendo demasiado evidente su doblaje y su falta de sintonía con las inquietudes que pueda sentir el personaje. Estamos ante un ejemplo claro de dominio de la imagen sobre el sonido o la letra, incluso cuando las restricciones presupuestarias precarizan ese dibujo, que siempre es significativo por sí solo… algo a priori paradójico, pero finalmente lógico para una película que solo parte de un texto literario como subtrama, casi como excusa para desarrollar luego una visión cosmopolita, anacrónica y generalizada. ♦