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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Three Sparks

    || Críticas | Mostra de Valencia 2023 | ★★★★☆ |
    Three Sparks
    Naomi Uman
    Tres sendas del cine


    Aarón Rodríguez Serrano
    Valencia |

    ficha técnica:
    Albania, México. Dirección, guion, fotografía, montaje, música y producción: Naomi Uman. Distribución: Kino Rebelde. Duración: 95 minutos.

    En lo más profundo de la Europa adormilada que enterró a los fantasmas de los Balcanes con un ticket regalo y aquí o allá espejea, resplandece, se pliega sobre sí misma, allí, en el filo de un acantilado que no se sabe muy bien si da al futuro o al pasado, una mujer blande dos cámaras.

    Una mujer sola que se hace a los caminos de Albania a la sombra de Mary Edith Durham, pero en lugar de llevar la pluma de aquella lleva una GoPro y una cámara de 16 milímetros con las que puede construir lo que ella quiera: un diario filmado, un cuento de hadas gótico, un documental antropológico, una pieza de rutilante experimentación. Basta con no tener miedo y con confiar absolutamente en el público, lo que no es poco.

    La última película de Naomi Uman emerge con una naturalidad desarmante de toda su obra anterior. Quizá recuerden Removed (1999), aquel experimento delicioso en el que se dedicó a seccionar con un bisturí el cuerpo de la actriz de una vieja película porno sobre el celuloide, dejando que su cuerpo fuera el vacío significante total, excesivo, luminoso. La luz se filtraba por esa silueta gigante y todo lo que quedaba era la huella de un placer hurtado. Quizá recuerden también Unnamed Film (2008), en la que el lugar del viaje era, precisamente, una Ucrania en la que se hibridaban las relaciones históricas y las familiares. De ahí que Three Sparks recupere con una naturalidad y una coherencia absoluta toda esa genial pregunta por el cuerpo, por la mujer, por la producción y el trabajo, por la tierra, por la comunidad, por el relato, por todas esas cosas que, sin duda, son las más dignas de ser pensadas. Los fotogramas rodados comparecen de nuevo, pero nunca por acumulación, sino como una pregunta abierta (¿cómo se filma a una mujer que cocina un pan?, ¿cómo se filma a una mujer que ara el suelo descomunal y desagradecido del terruño europeo, ¿cómo se filma a una mujer que todavía no es mujer pero que tendrá la obligación de serlo?). Uman va respondiendo como puede, pero no lo hace nunca sola. Salta aquí y allá: de la leyenda al realismo de una cámara (casi) oculta. De la secuencia de escenas musical al plano fijo, estático, casi rabioso, sobreexpuesto, quemado, deslumbrante. De la cámara que se cae de entre las manos (pero sigue filmando, hay que seguir filmando) hasta la cámara que hubiera podido ser la primera cámara de la Historia del Cine, o cosa similar.

    Y es que hay algo en la película de Uman —especialmente en su segundo segmento— que parece remitir tercamente al cine de los primeros tiempos. No me refiero únicamente al uso de intertítulos (bellísimamente redactados, por cierto), sino más bien a la mirada, a una cierta manera de deslumbramiento primigenio por la tierra, el gesto, el paisaje, el mundo mismo. A ratos pareciera que Uman no deja de sorprenderse ante el mundo y por eso va arrancando fragmentos aquí y allá, en ocasiones con humor, en ocasiones con poética ironía, siempre con respeto. El reto de irse al otro lado del mundo a captar imágenes es, como bien sabemos, la de domesticar, caricaturizar o humillar a aquellos cuya existencia es siempre un incómodo misterio. Uman no cae en la trampa, y mantiene sin embargo intacta su propia subjetividad: su incomprensión, su fuerza, su enamoramiento ante ciertas ideas y personajes. Es extraño pero fascinante el que, a estas alturas del audiovisual, uno pueda encontrarse a la vez imágenes impregnadas de la fuerza casi telúrica y deslumbrante de los primeros tiempos y, a la vez, de la textura despreocupada del instante con el que ahora se intercambian miradas y fragmentos.

    Así, Three Sparks no busca ningún tipo de pureza sino que reivindica más bien una feliz maternidad compartida. Es imposible ceñirla de ninguna manera, y eso hace que tengamos siempre la impresión de encontrarnos ante una película libre y que, a la vez, nos sentamos tentados a pedirle cada vez más y más. Uman nombra el tercer fragmento de su obra como XIXA, siguiendo los ejercicios de caligrafía de un niño albanés al que captura en su salón haciendo los deberes. Me pregunto si para ella ese tercer fragmento sería también una especie de feliz ejercicio de caligrafía manual, de trazo, de hacer un poco lo que le viniera en gana consigo misma y con el mundo. Frente a los lugares comunes que hablan de la escritura como prisión o del cine como un «embalsamar» el tiempo, lo de Uman parece ir en otra dirección y es casi como si se pudiera abrir con tremenda alegría un espacio en el futuro de las imágenes. Llego a pensar, incluso, en lo raro que es encontrar una película que no pague ningún tipo de peaje a la nostalgia.

    Por lo demás, decía antes, Three Sparks confía en el espectador, pero no lo hace ni con prepotencia ni con adulación. Se limita a trazar las líneas de tres posibles caminos que son, a su vez, un caleidoscopio de todas las posibles historias del cine. Lo hermoso es, sin duda, ver que no conducen a ningún lugar ni exigen teleología alguna: son sinuosos, exploran con placer y divertimento, se entrecruzan, se niegan entre sí, se pierden. Al final de la cinta, un anónimo ciudadano le espetará entre la chanza y el gesto controlador a la directora: «El trabajo ha terminado, ya puede apagar la cámara». Ella, sin embargo, sigue rodando unos minutos más, deleitada, encantada, sabiéndose capaz de hacer con el plano lo que le venga en gana. Es un buen resumen de la película entera: el trabajo, en realidad, no termina nunca. Siempre hay una imagen que espera en el envés del futuro.


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