|| Críticas | 68 SEMINCI | ★★★★☆
Teresa
Paula Ortiz
Delirios místicos
Rubén Téllez Brotons
ficha técnica:
España, 2023. Título original: Teresa. Dirección: Paula Ortiz. Guion: Paula Ortiz, Javier García Arredondo. Obra: Juan Mayorga. Música: Juanma Latorre. Fotografía: Rafael García. Reparto: Blanca Portillo, Asier Etxeandia, Greta Fernández, Claudia Traisac, Luis Bermejo, Julia de Castro.
España, 2023. Título original: Teresa. Dirección: Paula Ortiz. Guion: Paula Ortiz, Javier García Arredondo. Obra: Juan Mayorga. Música: Juanma Latorre. Fotografía: Rafael García. Reparto: Blanca Portillo, Asier Etxeandia, Greta Fernández, Claudia Traisac, Luis Bermejo, Julia de Castro.
En la España del siglo XVI, un inquisidor (Asier Etxeandia) llega al convento en el que vive Santa Teresa de Jesús (Blanca Portillo) para juzgarla por haber promovido una visión del cristianismo menos apegada a los puntiagudos dogmas impuestos desde las altas esferas, por haber abogado por una religión que se acerque a las clases populares, que tenga un lenguaje que sea comprensible para todo el mundo, y en cuyo imaginario la mujer no sea vista como la materialización del pecado, la corrupción y la culpa. Se inicia entre ambos un duelo dialéctico en el que la monja hace un repaso de su vida —desde su infancia consumida entre libros de caballería y juegos con sus padres, pasando por su adolescencia, en la que tuvo que lidiar con el acoso constante de un sacerdote que desconocía el significado de la palabra celibato, y su primera juventud, iluminada por los cuerpos felices de sus amigas, hasta llegar a la aparición de sus brotes psicóticos, su lucha contra una enfermedad prácticamente mortal y su decisión definitiva de tomar hábitos y dedicar su vida a Dios—, describe sus visiones del Santo padre, argumenta en favor de su catolicismo en apariencia utópico y se defiende ante las acusaciones —de bruja, de satánica, de ególatra— que le profiere su inclemente juez.
Fue Rafael Sánchez Ferlosio quien, en su artículo Cuando patriotismo rima con religión, publicado en El País en 2008, afirmaba que: «Por mi parte, siempre he comentado cómo se equivocaba aquel personaje de Dostoievski que decía: "Si Dios no existe, todo está permitido". Es cuando hay Dios cuando todo está permitido. Así que nadie tan ferozmente peligroso como el justo, cargado de razón». La Iglesia, durante el periodo de oscurantismo que se inició en España con el reinado de los Reyes Católicos, era esa institución ferozmente peligrosa por creerse en posesión de la verdad absoluta a la que hace referencia el autor de El Jarama. Todo aquel que cuestionase o se opusiese mínimamente a sus leyes rígidas como lanzas, a su código moral cerrado y lacerante, a su poder autoritario e irracional, era señalado automáticamente como aliado del «maligno» y, por tanto, cualquier humillación, cualquier tortura, cualquier forma de asesinato era poca cosa teniendo en cuanta que quien lo recibía era un enemigo del benevolente «creador». Santa Teresa de Jesús fue declarada como adversaria de Dios pese a llevar más de veinte años dedicando su vida a la oración, precisamente por haber intentado abrir las ventanas del convento para que entrase algo de aire fresco, por haber intentado traer el progreso a una religión que, precisamente, nació para oponerse a él.
La idea en Teresa es enfrentar a un personaje que, víctima de una enfermedad clínica, sufre alucinaciones místicas con otro que es la clara representación de un delirio religioso impuesto a la fuerza sobre la sociedad, la divagación esquizofrénica de un grupo de pillos arribistas hecha carne, para que la fuerza del contraste deje en paños menores a la Iglesia católica en particular y a cualquier credo en general. La fuerza expansiva que surge del choque verbal entre monja e inquisidor destroza —metafóricamente— las paredes del convento y deja a la vista de todos las vergüenzas de una religión que ve a la mujer como un ser humano de segunda, pecaminoso y dependiente cuyo único propósito vital debe de ser el de tener hijos; que promueve el desapego material mientras acapara tierras y le cobra un diezmo a un pueblo cuya conciencia anula a través de la sugestión y el miedo; que, en su lucha proselitista, promueve el antisemitismo de forma descarnada. Blanca Portillo y Asier Etxeandia sostienen sobre su mirada toda la carga dramática de una película que se mueve entre la contención y el llanto, entre el primer plano y el tableau vivant. Paula Ortiz, por su parte, esquiva el tono teatral mencionado al principio, poniendo en imágenes las pesadillas de su protagonista, recurriendo a un montaje dinámico que evita, en gran medida, que la tensión narrativa decaiga en las casi dos horas de metraje. A pesar de eso, resulta paradójico que los diálogos, líricos y barrocos, sean más sugerentes que el apartado visual que propone la directora. Ferlosio cerraba su artículo así: «Hay un peligro particular en una guerra en la que es Dios el que tiene el mando. ¿Y si Dios llegase a perder? Esto es impensable para los evangélicos». El tiempo, encumbrando a Santa Teresa de Jesús, ha demostrado lo que sucede cuando Dios pierde.