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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Riverbed (El estanque de la doncella)

    || Críticas | Mostra de Valencia 2023 | ★★★★☆ |
    Riverbed
    Bassem Breche
    Paradojas y binarismos


    Aarón Rodríguez Serrano
    Valencia |

    ficha técnica:
    Líbano, 2022. Título original: «Birket El Arous». Dirección: Bassem Breche. Guion: Bassem Breche, Ghassan Salhab. Fotografía: Nadim Saoma, en color. Música: Sharif Sehnaoui. Reparto: Carole Abboud, Omaya Malaeb. Producción: The Attic, Metafora Production. Distribución: Illmatic Film Group. Duración: 80 minutos.

    Hay en el interior de Riverbed una especie de misterio denso, arcano, una suerte de rigor pegajoso que se va extendiendo por las paredes y va filtrándose por los huecos del relato. Se intuye desde la sequedad de los planos de arranque, herméticos, indescifrables, apoyados en su mayoría por reencuadres en interiores oscurecidos. Es una película que no quiere hacer amigos, una película que no busca la complicidad o la empatía, una película que avanza en línea recta dominada entre la tensión de decir lo que hay que decir o, peor aún, guardar silencio y pasar a otra cosa.

    Vienen, de pronto, algunos nombres a la cabeza. Ulrich Seidl, por ejemplo, en algunas decisiones de cámara como la frontalidad y el uso del encuadre como una excusa compositiva para «enjaular» a las protagonistas. El uso de la ruina, la naturaleza o los arabescos en las carreteras tiene algo de Kiarostami, pero a la inversa: donde el iraní intentaba con toda precisión levantar un cierto proyecto humanista, Baseem Breche no está para bromas y no evita su desprecio por el mundo o por sus habitantes. La conclusión a la que conduce la cinta (un aborto) no es simplemente una decisión de guion al uso: es todo un puntal narrativo y existencial que va salpicando la película en los pequeños detalles: ¿para qué traer un niño a este mundo en el que servirá como carne para la picadora militar, cuerpo agónico que salude ante los himnos nacionales, anecdotilla pobre para las comadres del pueblo que se van pudriendo en espacios insalubres, mal encalados? Higienismo tristísimo, o higiene de la tristeza, según se prefiera, las dos mujeres protagonistas de la cinta son poco menos que un montón de escombros, una escombrera de sexo y carmín, de mucho silencio y mucha agonía, de mucha incomunicación y mucha oscuridad.

    Breche, sin embargo, no puede contener su escritura. Ahí está la muy interesante paradoja de Riverbed, la tensión entre un mundo que genera náuseas y un mundo en absoluta expansión celebrativa que la cámara no puede dejar de retratar. Hay un conjunto de planos exteriores, planos de lago y montaña, y horizonte y reflejo, extraordinarios, abiertos, planos de mujer asomada al coche con canción y melena al viento, planos llenos de vida, que sirven como elementos tensionales frente a la opacidad misma del relato. Breche filma una montaña y filma mucho más, o filma un amanecer y filma mucho más, y así le va creciendo una maraña de masturbaciones, lágrimas y músicas que conmueve y dicta que no hay sitio alguno para las cosas. Las cosas, qué vamos a hacerle, pasan. En ese pasar, el director ya hace mucho disponiendo la cámara y no buscando respuestas ni dejando que los afectos o las emociones tomen el control: un niño que nace, un niño que muere, una tormenta, un abandono, no queda otra. Como mucho, tender una frágil estructura entre los dos cuerpos (madre/hija) y ver qué es lo que queda tras el desastre.

    Pero esa misma paradoja, ese juego de binarismos que van levantando la cinta (esperanza/fatalidad, cuerpo/contención, maternidad/feminidad) también se encarna en la manera concreta en la que Breche mueve la cámara. Se pueden aprender tres o cuatro cosas sobre realización simplemente mirando con atención Riverbed y aprehendiendo la precisión con la que cada uno de los planos está compuesto. Es cierto que por lo general domina el estatismo y una composición voluntariosa, casi pictórica. Sin embargo, cada vez que la película desliza un travelling de aproximación o un reencuadre, uno tiene la impresión de que la escena entera se juega a partir de la disposición de los cuerpos en escena. Puede ser un cuchillo que se detiene un segundo mientras pica sobre una tabla de madera, y que la cámara parece casi atravesar por arte de magia. Puede ser un segundo en el que la posición cenital desvela un pequeño detalle sobre una sábana. Puede ser, simplemente, en el atravesar una pared entre una mujer que gime de dolor y otra mujer que escucha sus lamentos. Cada movimiento, repito, es una obra de ingeniería cinematográfica que responde con absoluta contundencia al tremebundo silencio que recorre toda la película. No encontrará el espectador diálogos explicativos, ni contexto, ni nada que le permita anclar la historia mucho más allá de lo que muestran las imágenes. No hay nada que decir, y (casi) nada se dice. Como mucho, alguna canción que de pronto se despliega al fondo de una escena y que, en el mejor de los casos, contextualiza su lejanía.

    Es interesante someterse a una obra que se construye a partir del hermetismo, obnubilada por su propia tristeza y con un indudable poderío visual. La pregunta que queda flotando más allá de las imágenes de Baseem Breche tiene que ver con su propia descripción de la imposibilidad de un futuro: ¿qué hacer con los cuerpos, qué queda, qué se escribe una vez que termina la película?


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