|| Críticas | Locarno 2023 | ★★★★☆ ½
No esperes demasiado del fin del mundo
Radu Jude
40 años no son nada (si lo sabremos nosotros)
Miguel Martín Maestro
ficha técnica:
Rumanía, Luxemburgo, Francia, Croacia. 2023. Título original: Nu aștepta prea mult de la sfârșitul lumii. Dirección y guión: Radu Jude. Intérpretes: Ilinca Manolache, Ovidiu Pirsan, Nina Hoss, Dorina Lazar, Laszlo Miske, Katia Pascariu. Fotografía: Marius Panduru. Montaje: Catalin Cristutiu. Productores: Ada Solomon, Adrian Sitaru. Compañías productoras: 4 Proof Film, Paul Thiltges Distributions, Les films d,ici, Kinorama, microfilm. Duración: 163 minutos.
Rumanía, Luxemburgo, Francia, Croacia. 2023. Título original: Nu aștepta prea mult de la sfârșitul lumii. Dirección y guión: Radu Jude. Intérpretes: Ilinca Manolache, Ovidiu Pirsan, Nina Hoss, Dorina Lazar, Laszlo Miske, Katia Pascariu. Fotografía: Marius Panduru. Montaje: Catalin Cristutiu. Productores: Ada Solomon, Adrian Sitaru. Compañías productoras: 4 Proof Film, Paul Thiltges Distributions, Les films d,ici, Kinorama, microfilm. Duración: 163 minutos.
No hay que esperar demasiado del fin del mundo reparte a diestro y siniestro. No hay país, época, régimen, institución o ideología que quede en pie. Sus más de dos horas y media permiten desarrollar sus ideas con toda la profundidad necesaria para demostrar el absoluto vacío moral que sirve de guía a nuestras acciones; ese «more nothing» final, un equivalente a un «nada más» donde se juega con la icónica imagen de Bob Dylan en la película Don’t look back de D.A. Pennebaker, transmitiendo sus ideas mediante carteles manuscritos, en las manos de Jude nos remite a la más absoluta manipulación, a la imagen del cine como un reino de mentira donde nada es verdad y donde un propósito en apariencia loable termina transformándose en un mero montaje publicitario donde las víctimas pasan a ser engullidas y terminadas de destruir por un capitalismo absolutamente deshumanizado. Las primeras imágenes de la película hablan de un propósito que, poco a poco, va abandonándose porque el presente termina siendo más destructor que la comparación con el pasado y porque la película evoluciona diluyendo al personaje principal para incorporarlo a la maquinaria perversa que rige nuestras acciones.
Jude propone su película «como una conversación sobre una película de 1981», en concreto el juego de espejos en el que quiere mirarse No esperes demasiado del fin del mundo es con Angela merge mai departe (1981) de Lucian Bratu, retrato de las duras condiciones de trabajo de una taxista por la ciudad de Bucarest en plena dictadura de Ceaucescu y su no menos sencilla vida personal y familiar; personaje interpretado por Dorina Lazar, que cuenta con cameo propio en la película de Jude haciendo de sí misma, y que se proyecta como un doble separado por 40 años en el personaje también de Angela, interpretado ahora por Ilinca Manolache, actriz que gracias a la I.A. se desdobla a su vez, creando un tercer reflejo, en este caso un malencarado, maleducado, racista, sexista, machista personaje masculino, «Bobita», con el que la Angela del presente se desahoga de toda la inmundicia que le rodea. Sentida o no, la rabia que la creación de inteligencia artificial utiliza nuestro personaje no hace sino ofrecer voz a todas aquellas ideologías ultras y negacionistas que van adueñándose del espacio liberal europeo y occidental; desde el odio al diferente, el racismo, la ultraderecha, la defensa de Putin… Cualquier comentario minoritario, pero con gran apoyo, es lanzado al aire por Angela en un grito desesperado por hacerse oír, por demostrar que ante jornadas de trabajo de 16 o 18 horas continuas, salarios a comisión y miserables o cooperar en la falsa campaña publicitaria teñida de humanitarismo de una multinacional, sólo cabe el pataleo.
Jude utiliza una estética de falso documental, en el que es un maestro hasta cuando filma ficciones como ésta, donde seguimos a Angela en su agotador esfuerzo por encontrar a la familia y víctima modelo de un accidente laboral. Angela conduce, busca, entrevista, graba y envía las grabaciones al equipo de producción para que decidan quién puede ser el elegido. Este ir y venir por Bucarest y localidades cercanas se va alternando con actividades similares llevadas a cabo por la Angela de Bratu cuarenta años antes, una diferencia temporal que va de la dictadura a la democracia pero que parece que a las mujeres trabajadoras no les ha supuesto mejora alguna, ni en lo laboral, ni en lo social ni en lo personal. El machismo no se ha superado, el sexismo se mantiene, la procacidad ante una mujer conductora sigue presente, el paternalismo de la policía se repite cuatro décadas después; lo que cambia es que Angela es consciente ahora de colaborar en un mal proyecto para el que la multinacional necesita utilizar el engaño. Siguiendo esa máxima periodística de «que la realidad no te estropee un buen titular» Angela convence a sus entrevistados para que cuenten la forma en que sufrieron lesiones medulares, amputaciones, fallecimientos cercanos haciéndoles ver que se trata de un documental para denunciar las malas condiciones laborales, la realidad que no aparece en el titular es que quien encarga el trabajo quiere usar las imágenes y el testimonio para justificar su buena labor como empresa de prevención de riesgos laborales.
La película va mutando progresivamente, su hilo conductor va cambiando de personas sin olvidarse de las dos Angelas, desapareciendo primero la de 1981 y mimetizándose con la producción y todo el equipo la segunda que pasa a convertirse en alguien sin importancia pese a que durante casi dos horas monopoliza la escena. Esto supone también un cambio de estilo en la filmación. Del itinerario sin fin y el papel catalizador de Ilinca Manolache cumpliendo con su trabajo, aunque sea durmiendo en el coche o aprovechando un momento mínimo de relax para mantener relaciones sexuales fugaces, el tramo final, el largo plano secuencia estático en el que la familia elegida para protagonizar el spot implica un cambio absoluto en la dinámica de la película. Esa familia, bajo la lluvia (una metáfora sobre seguir aguantando el chaparrón) comprueba cómo, a cambio de una miserable compensación económica, no pueden contar lo realmente sucedido sino lo que el equipo de producción considera cinematográfica, o económicamente más rentable. Su discurso se va acortando, su experiencia pierde valor, la realidad no interesa, en este mundo de ficciones consentidas no hay que dejar libertad para expresarse y basta con filmar la imagen, el contenido puede añadirse después sin colaboración de los implicados. Vivimos en mundos de mentira y la imagen y su industria colabora activamente en su triunfo. Todo para asistir a una de las mejores experiencias cinematográficas de 2023.