|| Críticas | Mostra de Valencia 2023 | ★★★★☆ |
Animalia
Sofia Alaoui
El freno de mano de Dios
Aarón Rodríguez Serrano
ficha técnica:
Marruecos, 2023. Dirección y guion: Sofia Alaoui. Fotografía: Noé Bach. Música: Amin Bouhafa. Reparto: Oumaïma Barid, Mehdi Dehbi, Souad Khouyi, Fouad Oughaou. Producción: Wrong Films, Srab Films, Jiango Films. Distribución: Filmin.
Marruecos, 2023. Dirección y guion: Sofia Alaoui. Fotografía: Noé Bach. Música: Amin Bouhafa. Reparto: Oumaïma Barid, Mehdi Dehbi, Souad Khouyi, Fouad Oughaou. Producción: Wrong Films, Srab Films, Jiango Films. Distribución: Filmin.
En cierto sentido, Sofia Alaoui ha decidido realizar un equilibrio entre un filme de género y un ejercicio de estilo. Por un lado, como en tantas otras ficciones apocalípticas, no terminaremos de entender muy bien cuál es el diseño concreto de la amenaza que se cierne sobre nosotros. La película tampoco forzará una interpretación en términos socioculturales de moda: no es claramente una obra sobre el «cambio climático», sobre la colonización o sobre algún otro tema sugerido de manera más o menos sutil. Es, más bien, una película sobre la inevitabilidad de la catástrofe, sobre la naturaleza humana, sobre la religión. Durante gran parte de la proyección me pregunté si podía ser leída como una teodicea —su aproximación al islam es sorprendentemente crítica—, y si no fuera por una resbaladiza voz en off final, hubiera podido ser una de las películas más valientes de la década. Alaoui lleva lo más lejos que puede los límites del cine marroquí, y es probable que la Historia acabe por agradecérselo. Uno se imagina, a la luz de lo visto y lo proyectado, a la directora siguiendo los pasos de Nia DaCosta y pasando del fantástico al mainstream yanqui, con sus planos de seguimiento y sus secuencias de escenas a ritmo de videoclip. Podría hacerlo extraordinariamente bien, qué duda cabe.
Por el momento, sin embargo, Animalia funciona muy bien en lo atmosférico, lo evanescente, lo que parece desviarse de las exigencias del guion. Alaoui es mucho mejor cuando sugiere que cuando explica, y así se le nota el pulso para rodar callejones oscuros de luces rojas, hombres silenciosos de amenaza inminente y cigarrillo barato, masas enfurecidas que acuden a la oración o a la agresión con la misma convicción. Trabaja muy bien los planos generales y los íntimos, tirando a menudo de subjetivo para ir captando algún detalle por aquí o por allá, desenfocando o realizando vertiginosos contrapicados que se planteen lo que está en juego al otro lado de la trama: qué viene del cielo, quién viene del cielo, qué desea. Luego, en ese otro lado, tiene que ir construyendo una trama/tramoya que tampoco importa gran cosa y en la que lo mismo aparece un científico en Youtube explicando cosas que un niño profeta con rostro alucinado y promesa mesiánica. Lo mismo uno se sumerge en un agujero espaciotemporal con forma de lágrima y montaña de humo monoteísta que se tropieza con un diálogo a deshoras sobre las desigualdades del capital. Hay que apartar con cuidado todo ese ruido para pasar a la imagen, al detalle: el pájaro que cae brutalmente sobre un hombre arrodillado a la hora del credo es un gesto tan potente que casi asusta que pueda ser filmado. Los interiores de los neopalacios de la altísima burguesía marroquí con sus interminables platos de comida amontonada y sus habitaciones pobladas de pantallas brillantes son mucho más eficaces políticamente que cualquier interpretación sesuda. El despliegue del lujo ya es tan asquerosamente vergonzoso —¡y tan bien filmado por Alaoui!— que la cinta puede ser mucho más política en un simple frame que en cualquier lectura más o menos sesuda que nosotros, guardianes de la cultura, podamos proponer por aquí. Simplemente, hay que dejarse arrastrar.
Por lo demás, interesa encontrarse películas fantásticas contemporáneas que no dejan caer todo su peso en la percha del trauma, del pasado más o menos reprimido o de la explicación psicoanalítica de trazo grueso. Al revés, el misterio que parece desplegarse en el futuro con el que concluye el metraje es lo suficientemente viscoso, dubitativo, ambiguo, como para que no terminemos de saber si la hipotética «maldición» no es, en el fondo, algo así como un freno de mano divino, un derrape cósmico que nos quite los mandos de la nave de una puñetera vez y ponga algo de orden en este cortijo que venimos destrozando los humanos desde tiempos inmemoriales. El sabor es amargo, pero la dirección narrativa es, sin la menor duda, profundamente acertada.