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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Los cinco diablos

    || Críticas | | ★★★☆☆
    Los cinco diablos
    Léa Mysius
    Las cosas que perdimos en el fuego


    Júlia Gaitano Mendizábal
    Barcelona |

    ficha técnica:
    Francia. 2022. Título original: Les cinq diables. Dirección: Léa Mysius. Guion: Paul Guilhaume, Léa Mysius. Producción: Jean-Louis Livi, Fanny Yvonnet. Fotografía: Paul Guilhaume. Montaje: Marie Loustalot. Reparto: Adèle Exarchopoulos, Daphne Patakia, Sally Dramé, Swala Emati, Noée Abita, Moustapha Mbengue, Patrick Bouchitey, Hugo Dillon, Charlotte Bon Bornier, Stéphanie Lhorset.

    Tras haber trabajado como guionista para nombres tan destacados en el universo cinematográfico francés como los de Arnaud Desplechin, André Téchiné o Claire Denis, Léa Mysius presentó su último trabajo en la Quincena de Realizadores de Cannes. Más de cinco años después de Ava (2017), su debut en el largometraje, la francesa llega con Los cinco diablos dispuesta a romper moldes. En esta nueva propuesta, Mysius tiene entre manos una película tremendamente sugerente, en la que conviven una historia de fantasmas, un filme sobre viajes en el tiempo, un cuento oscurísimo de brujas con extraños poderes olfativos, pócimas de fuertes aromas y aún más potentes efectos… De haber querido, la cineasta podría haber contado cualquiera de esos relatos de forma magistral, ya que aún en pequeñas dosis resultan enfoques muy poderosos. Sin embargo, queda claro que no es para nada su intención asentar su obra en la vertiente más fantástica. Rápidamente, nos damos cuenta que lo que le interesa más es contar la historia de amores perdidos, familias con secretos e infelicidad asumida que saca a relucir una faceta dramática muy persistente. En momentos, ésta puede arrasar con los demás aspectos de este curioso mashup que articula Mysius, aplanando un relato por otra parte muy poliédrico.

    Aprovechando el léxico de un cine más bien naturalista, Los cinco diablos se vertebra a través de la mirada de Vicky, la solitaria niña protagonista a quién da vida una encantadora Sally Dramé. Será gracias a su perspectiva que llegaremos al núcleo narrativo fuerte de la película, que es, efectivamente, la historia de amor y desamor entre sus padres Joanne y Jimmie, a los que encarnan Adèle Exarchopoulos y Moustapha Mbengue. Vicky descubre que en el pasado hubo un evento muy traumático que pudo haber jugado un papel importante en el hecho de que Joanne y Jimmie acabaran juntos. Sin acabar de entender de lo que se trata (al fin y al cabo, aunque una de muy atenta y perspicaz, es solamente una criatura), la protagonista irá ordenando, pieza por pieza, el rompecabezas. A pesar de que se trate de algo que, claramente, la supera, de forma intuitiva sabe que se trata de algo grave y siente que tiene que actuar al respecto. En definitiva, si sus padres no se hubieran juntado, la propia Vicky no existiría. Eso ella lo tiene muy claro, y es una idea que la aterra. La llegada —o el regreso, como averiguaremos más adelante— de Julia (Swala Emati), su tía por parte de padre, pondrá en marcha el mecanismo narrativo. La figura desconocida pone en peligro un status quo (lo que la niña conoce) que, en el fondo, ya está totalmente desequilibrado pero que, con Julia presente en el hogar, acaba de mostrar las costuras de toda aquella infelicidad.

    Léa Mysius, que además firma el guion junto al también director de fotografía Paul Guilhaume, va desgranando la información, como soltando migajas de historia a medida que transitamos la película. Al estilo de Proust con la magdalena de la que escribía en En busca del tiempo perdido, tanto los personajes como los espectadores llegamos al recuerdo a través de los sentidos. En este caso, el del olfato le sirve a Vicky para hechizarse a sí misma y a los demás. Estos encantamientos funcionan como una forma de acercarse al conocimiento, a procesar este pasado que la supera, pero también pueden usarse como escarmiento hacia los demás cuando se ve sobrepasada. El modo en que funcionan es un aspecto que Mysius deja deliberadamente ambiguo, con espacio para que cada cual se cree sus suposiciones. Pero este no será el único sentido con peso en la película. La música diegética jugará un papel muy importante, especialmente para Joanne. A través del oído hará su viaje a esa juventud medio perdida, explorando su historia de forma paralela a su hija. Destacan dos escenas preciosas con «Total Eclipse of the Heart», el hit clásico de Bonnie Tyler, como protagonista absoluto, en el que de repente la letra de la canción toma un sentido más fuerte y profundo.

    A partir de la mitad, a medida que nos acercamos al final de Los cinco diablos, cuando casi todas las cartas están sobre la mesa quizás nos demos cuenta de que el trayecto ha sido algo más previsible de lo esperado. La forma en la que todos los cabos sueltos van siendo ligados, sin espacio para la duda, puede resultar algo sofocante. Se llega hasta el punto que Vicky deja de actuar como niña (curiosa, confundida, contrariada) y pasa a funcionar como broche a medida para que la historia contenga algo de moralina. Pero, ¿por qué es necesario llegar a buen puerto? ¿Darle un final? Y, mucho menos, un final feliz. La percepción de quien escribe estas líneas es que la película acaba cayendo en trampas que solemos encontrar en el género del drama. Quién sabe si quizás podría haberse librado de ellas si se hubiera apoyado más en lo fantástico de su relato.


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