|| Críticas | Locarno 2023 | ★★★★☆
La imatge permanent
Laura Ferrés
Pasados no tan lejanos
Miguel Martín Maestro
ficha técnica:
España, 2023. Título original: La imatge permanent. Dirección: Laura Ferrés. Guión: Laura Ferrés, Carlos Vermut, Ulisses Porra. Productoras: Fasten films, Le Bureau, Materia Cinema. Reparto: María Luengo, Rosario Ortega, Saraida Llamas, Claudia Fimia, Milagros Collado, Dolores Martínez. Productores: Adrià Monés, Gabrielle Dumon, Gabriel Kaplan. Producción ejecutiva: Ariadna Rodríguez, Nadine Rothschild. Jefe de producción: Paula Peña. Dirección de fotografía: Agnès Piqué Corbera. Dirección de arte: Marta Collell. Montaje: Aina Calleja. Composición: Fernando Moresi, Sergio Bertran. Diseño de sonido: Alejandro Castillo. Duración: 93 minutos.
España, 2023. Título original: La imatge permanent. Dirección: Laura Ferrés. Guión: Laura Ferrés, Carlos Vermut, Ulisses Porra. Productoras: Fasten films, Le Bureau, Materia Cinema. Reparto: María Luengo, Rosario Ortega, Saraida Llamas, Claudia Fimia, Milagros Collado, Dolores Martínez. Productores: Adrià Monés, Gabrielle Dumon, Gabriel Kaplan. Producción ejecutiva: Ariadna Rodríguez, Nadine Rothschild. Jefe de producción: Paula Peña. Dirección de fotografía: Agnès Piqué Corbera. Dirección de arte: Marta Collell. Montaje: Aina Calleja. Composición: Fernando Moresi, Sergio Bertran. Diseño de sonido: Alejandro Castillo. Duración: 93 minutos.
Hay un momento clave en la película con el que la directora juega a desubicar; un salto al vacío y sin red propio de un trapecista que busca el riesgo, algo bastante más infrecuente de lo que sería deseable en el mundo del arte. Cuando hemos entrado en el relato, nos hemos acostumbrado a un personaje principal interpretado con una frescura y un desparpajo infrecuente por la actriz (Saraida Llamas), el oído se ha acostumbrado al acento andaluz y hemos asumido que nos vamos a quedar en la España oscura y reprimida de una posguerra no muy concretada. Del embarazo y parto no deseado, de ese «yo solo quería follar y tralalá», pasamos a otra España, a un mundo que tampoco podemos decir si es el presente contemporáneo o un pasado reciente pero que sí nos resulta más conocido, un presente en el que la lengua dominante es el catalán y el paisaje rural se ha cambiado por el de la ciudad dormitorio, ese estar y no estar en Barcelona porque El Prat está rodeado de huertas pero predomina un ladrillo de barriada, de aluvión, de emigración y de sacrificio constante para sobrevivir. De un personaje espontáneo e impulsivo como el de Antonia, que de la noche a la mañana desaparece de su pueblo sin explicaciones, abandonando a su hija recién nacida con la abuela y demás familia, pasamos al personaje de Carmen, en las antípodas, tímida, retraída, insegura en lo físico y en lo social pero que, cuando se atreve a decir algo públicamente dice verdades llenas de sentido y que desarman la tontería de la agencia de publicidad para la que trabaja.
Cuando Carmen conoce a Antonia, de manera bastante violenta, evidentemente ocurre lo que estamos intuyendo desde que el tiempo y el escenario cambian, que ambas historias tienen que confluir en algún momento y de alguna manera. La respuesta de la confluencia ya no está tan clara hasta el final pero todo apunta en alguna dirección muy concreta. Por el camino Ferrés tira de ironía, de mala leche, incluso de humor (una de las mejores frases se pronuncian cuando se refiere al partido que encarga una campaña publicitaria como «izquierda no practicante»), algo necesario para que la historia no encalle en la repetición ni en un innecesario estiramiento para proporcionar a la película una duración estandarizada; de suerte ya que la entrada y salida de algún personaje como la abuela de Carmen no es anecdótico sino una búsqueda de los nexos con el tiempo pasado, ese que marca como un fantasma la fotografía de una madre y una hija embarazada, vestidas de riguroso luto y presididas por un muerto cuyo rostro ha salido movido. La puesta en escena ha de ser sobria porque sobria y humilde es la vida de estas mujeres, del trabajo a casa y de casa al trabajo, con escasos alicientes que se ejecutan y se viven como necesidades obligadas más que como placeres.
En esa sobriedad se premia la falta de naturalidad, el parlamento que suena a poco espontáneo y que da a los personajes ese baño de naturalidad del amateur y que nos acerca al barrio, al reducto urbanita de quien ha abandonado su tierra y ha aterrizado donde sus escasos medios se lo permitían sin sentirse nunca de un lugar impersonal y donde la intimidad se convierte en el eje fundamental de la vida diaria, una intimidad individual que siente un alivio inesperado cuando se puede compartir, aunque sea de manera disfuncional, entre personas aparentemente incompatibles como es en el caso de Antonia y Carmen pero que, de manera inesperada, conectan. Hay resonancias de Cavestany en el absurdo de las situaciones o del Aguilera urbano, de la tienda de barrio y la complicidad de vecindario, y en los planos hay el esquematismo y el hieratismo en muchas ocasiones de un Andersson en modo «tableau vivant» o la manera de mirar y expresarse de un Green en personajes que más que hablar con su interlocutor nos miran directamente para que sintamos su vacío y sus miedos. Es un salto al largometraje plenamente acertado y lleno de sentido en su escritura, sin usar giros innecesarios o explicaciones fuera de lugar que terminan transformando en irreal lo que las imágenes ya son capaces de transmitir por sí mismas, es un ejemplo de cine de mujeres que reivindican su esencia sin necesidad de lanzar tesis verbalizadas en cada escena. En todos sus sentidos es una ópera prima notable que merece que su directora siga teniendo oportunidades de filmar en el futuro.