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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Viaje hacia el desierto

    || Críticas | Berlinale 2023 | ★★☆☆☆ ½
    Viaje hacia el desierto​
    Margarethe von Trotta
    La vía de la sanación


    Luis Enrique Forero Varela
    73ª Berlinale |

    ficha técnica:
    Suiza, Austria, Alemania, Luxemburgo, 2023. Título original: «Ingeborg Bachmann - Reise in die Wüste». Dirección: Margarethe von Trotta. Guion: Margarethe von Trotta. Compañías productoras: Tellfilm, Amour Fou Vienna, Heimatfilm, Amour Fou Filmproduktion. Fotografía: Martin Gschlacht. Música: André Mergenthaler. Intérpretes: Vicky Krieps, Ronald Zehrfeld, Tobias Samuel Resch, Basil Eidenbenz. Duración: 110 minutos.


    anexo| Cobertura de la Berlinale 2023


    Resulta hipnótico contemplar el ejercicio de la experiencia en todos los oficios. Unas manos acostumbradas a trabajar se mueven prácticamente mediante la memoria muscular, y cualquier fallo —si lo hubiere— no necesariamente ha de tomarse como tal, pues, no es más que un estado divergente de la propia obra y pasa a integrar parte del conjunto. Por lo tanto, el filme más reciente de una directora como la alemana Margarette Von Trotta (Berlín, 1942) no debería pasar desapercibido, sea cual sea el resultado, pues, como profesional del oficio, sabe muy bien lo que está haciendo. De vuelta a la categoría del biopic nueve años después de su Hanna Arendt (2014), retornó a la Berlinale con Ingeborg Bachmann: Reise in die Wüste. Filme que supone una aproximación a la célebre figura de la premiada poeta y narradora austriaca homónima (Klagenfurt, 1926 - Roma, 1973). Representante destacable de las letras del siglo pasado, Bachman fue además un símbolo del emergente la búsqueda de un espacio para las mujeres dentro del panorama literario —con textos de marcado carácter feminista como la novela Malina (1971)— y siendo sujeto de ensayos y análisis posteriores en el círculo académico. Tratándose de un personaje de esta importancia para la cultura europea, no causa sorpresa reparar en el carácter ambicioso de este proyecto, y el nombre de su directora no solamente obedece a su prestigio y probado talento, sino también a su predilección, como mencionábamos, por los retratos biográficos en su cine reciente. Además de contar con actores con solvencia, Vicky Krieps, Ronald Zehrfeld o Tobias Resch, la cinta goza de un —más que perceptible— relativamente holgado presupuesto, lo que le ha permitido un diseño de producción logrado.

    El filme abre con la protagonista, internada en un hospital tras una serie de embates a su salud mental. Ingeborg narra a su psiquiatra un sueño de la noche anterior —parafraseado, por cierto, los diarios reales de la autora—, en el que un perro asesino, una especie de bulldog, la perseguía lentamente. Ante la pregunta del psiquiatra por el nombre de este animal, contesta «Max», como Max Frisch, dramaturgo con el que vivió y, sobre todo, padeció durante cinco largos años. Y es que la inicial atracción irrefrenable de Frisch por Bachmann, a quien conoció tras un evento literario en París —en una secuencia que incluye tabernas a medialuz y con acordeonista, así como paseos por unas calles de postal y recitales de versos en francés de El puente mirabeau de Apollinaire—, solo pudo ser superada en magnitud por sus celos. Asistimos entonces, salvada la estructura desordenada que detallaremos brevemente un poco más adelante, al cénit y el inevitable colapso posterior de la relación entre ambas personalidades literarias (ampliamente conocidas en 1958, año en que comenzaron su relación sentimental).

    Frisch arde de furia cada vez que su amada Ingeborg recibe flores de desconocidos, o cuando no contesta al teléfono de la vivienda alquilada en Roma, donde la escritora consigue respirar y abrazar su impulso creativo, en equilibrio y paz consigo misma. El deseo de control y dominación del dramaturgo va destruyendo a la mujer, la artista y la luchadora por la liberación feminista a la misma velocidad, siendo incapaz de escribir poesía —o negándose como síntoma de desesperación— y palideciendo en sus facetas humana e intelectual. Las más que notables interpretaciones de Krieps en la piel de Bachmann y, sobre todo, de Zehrfeld en la interpretación de un taimado y adusto Frisch, consiguen destacar por encima de las propias limitaciones del material sobre el que trabajan, llevados en una progresión previsible y plana, que quizás genera como consecuencia inesperadamente efectiva la sencillez a la hora de facilitar la comprensión del relato y la brújula moral de sus personajes. Los gritos, reproches y sollozos cumplen exactamente la función sospechada: explicitar un fenómeno casi de vampirismo afectivo-literario dentro de una relación tumultuosa.

    El guion, el cual también ha escrito la veterana directora, estructura la obra en varios tiempos distintos, partiendo de un in media res desde el cual la acción narrativa se desplazará alternativamente al pasado, centrándose en el sufrimiento de la relación con Frisch, así como sus ocasionales momentos de respiro fuera del control de su pareja y al futuro desde el cual recordará lo peor y lo mejor de aquellos años vividos. Pasado su punto emocional más bajo, consumida por la depresión de la ruptura y los tranquilizantes, Ingeborg decide, no sin gran esfuerzo, embarcarse en una aventura al «exótico» Egipto, donde se encontrará con Adolf Opel (Tobias Resch), director de cine y, más que amante ocasional, una suerte de guía afectivo, de apoyo en su búsqueda de la liberación total —afectiva, sexual, creativa— de su pasada relación tóxica. A pesar del efecto disparador que este viaje provoca en su memoria —o quizás precisamente por ello— Bachmann atravesará un proceso de transformación, llevando a cabo el duelo y posterior inicio de su sanación, entre las dunas vírgenes y los bulliciosos mercados del país africano. Esta decisión de montaje, pasando del flashback a flashforward pero manteniendo la linealidad en cada compartimento temporal, no resulta en absoluto innovador y, mucho menos, sorprendente. Pese a todo, consigue vertebrar de manera amena el discurrir del filme.

    De esta forma, esta obra menor de la directora, enmarcada en la sección oficial de un certamen de categoría A, ofrece una experiencia menos exigente de lo habitual en una competición del circuito festivales, buscando agradar al público más generalista. Este afán aperturista en ningún caso ha de verse como un defecto per se, ya que lo que es indiscutible es la profesionalidad de Von Trotta. Una extensa carrera a lo largo de casi cinco décadas atestigua su mano experta en la arquitectura cinematográfica. No es de extrañar que este último largometraje exhiba un acabado técnico sólido, gracias, entre otros, a la fotografía de Martin Gschlacht y el diseño de vestuario de Uli Simon, imprescindibles junto al diseño de producción Su Erdt, para conseguir retratar épocas muy específicas de la segunda mitad del siglo XX. Ingeborg Bachmann: Journey into the Desert puede que sea una película discreta en su planteamiento y ejecución. La ambición la reserva, como casi todos los biopics, para divulgar y dar a conocer a la autora, su vida y su obra. Lo cual, sin ninguna duda, logra con holgura.


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