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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | El cielo rojo

    || Críticas | Berlinale 2023 | ★★★★☆
    El cielo rojo
    Christian Petzold
    La tragedia enmascarada


    Luis Enrique Forero Varela
    73ª Berlinale |

    ficha técnica:
    Alemania, 2023. Título original: «Roter Himmel». Dirección: Christian Petzold. Guion: Christian Petzold. Compañía productoras Schramm Film Koerner Weber Kaiser. Fotografía: Hans Fromm. Intérpretes: Thomas Schubert, Paula Beer, Langston Uibel, Enno Trebs, Matthias Brandt. Duración: 102 minutos.


    anexo| Cobertura de la Berlinale 2023


    El cineasta alemán Christian Petzold (Hilden, 1960), elegido hasta en cinco ocasiones previas para la Sección Oficial de la Berlinale —y merecedor del Oso de Plata al Mejor Director en 2012 con Barbara—, regresó por sexta vez, a competición, con Roter Himmel (2023), traducida al inglés como Afire; un trabajo de apariencia humorístico y ligero, que entreteje bajo sus entrañas la promesa dramática.

    La película comienza con una premisa sencilla: dos amigos deciden alejarse de Berlín durante el verano y pasar unos días en medio de una región rural cerca del Báltico, en la casa vacacional de la familia de uno de ellos. Ambos son artistas, y quieren aprovechar el tiempo tranquilo para ocuparse de sus proyectos. Felix (Langston Uibel) está buscando inspiración para realizar un dosier fotográfico con el cual presentarse a la Universität der Künste; Leon (Thomas Schubert), por su parte, está terminando de revisar el manuscrito de la que será su segunda novela, y debe finalizar las correcciones antes de encontrarse con su editor, Helmut (Matthias Brandt). Tras estropearse su automóvil a mitad de camino, deben internarse en el bosque a pie para conseguir llegar hasta su destino, donde los espera una sorpresa inesperada: la casa está ocupada, pues, debido a un malentendido; una de las dos habitaciones ha sido ya alquilada a una mujer llamada Nadja (Paula Beer). Los tres personajes se encuentran entonces con el reto de crear un entorno agradable de convivencia, junto al cuarto en aparecer, Devid (Enno Trebs), guardacostas local, que pronto traba amistad con el grupo.

    Este planteamiento, a priori poco original y que podría sugerir que estamos ante algo así como una sitcom, funciona como catalizador de la relación entre el neurótico y arrogante Leon y los otros tres personajes, que muy rápidamente entablan una fluida relación de profundo entendimiento afectivo y sexual. Leon se encuentra entre un bloqueo creativo y la angustia de la visita de su editor; y, aunque no consigue el espacio mental que necesita para trabajar el manuscrito, utiliza esta ocupación como excusa para recluirse lejos de los otros ocupantes de la casa, rechazando sus invitaciones a la playa y quejándose, huraño, de no poder concentrarse por culpa del ambiente distendido que ellos generan.

    La película gravita en torno al personaje de Leon, quien da la impresión de estar siempre disconforme con los demás, capaz de humillar y hacer daño en cuanto siente que no se le está tomando con la importancia que merece, desde su supuesta atalaya intelectual —la cual pronto se revela como una mera fachada para proteger sus inseguridades, su constante sospecha de ser en realidad un farsante—. Este tipo de protagonista, que en un filme de, por ejemplo, Woody Allen, se retrataría como un tierno perdedor, aquí se presenta como un simple hombre amargado, enemigo de la alegría ajena, en paz únicamente cuando se le adula, o cuando arrastra a los demás a su gruta de miseria y autocompasión. Su neurosis y tendencia a despreciar a la gente a su alrededor responde, en el fondo, a un desprecio por sí mismo; envidia la clarividencia creativa y la amabilidad de Felix, y a la vez repele toda comunicación, y se queja cada vez que él intenta integrarlo en cualquier actividad distendida. Leon se parapeta en el trabajo sobre su manuscrito para impedir cualquier acceso externo a su intimidad, aislándose progresivamente de todas las tentativas que tiene el mundo para ofrecerle un poco de calidez.

    Poco a poco, la tranquilidad veraniega se va inundando de un aire enrarecido, de la presencia de elementos externos como una promesa de peligro. Los incendios forestales que azotan a la región se encuentran poco a poco más cerca de ellos; y, a pesar de que el viento marítimo debería mantener las llamas a una distancia de seguridad, la posibilidad de tragedia va cerniéndose sobre el grupo con la aparente inocencia de la belleza que emana de la contemplación del distante cielo inflamado de rojo, violento y opulento, pero aún incapaz de hacer daño. Esta tensión, que siempre se encuentra en un segundo plano, casi oculto —los avisos en la radio, las alarmas en el fuego, las banderolas en la playa—, se disipa con las conversaciones del grupo, con la llegada del editor Helmut y los patéticos esfuerzos de Leon para atraer la atención del hombre hacia él, en lugar de hacia la interesante y misteriosa Nadja; sin embargo, al igual que el fuego, este elemento inquietante no se detiene, no mengua.

    Petzold, quien en su sobresaliente carrera ha mostrado un gran interés por el drama como género, se atreve aquí con una comedia envenenada, demostrando su buen conocimiento de los sistemas emocionales, y de cómo integrarlos con eficacia en un marco audiovisual. Tanto el ritmo del contenido humorístico como el desarrollo de las interacciones entre los personajes están llevados con muy buen pulso. La inteligencia del guion del propio director se basa en dos factores: por una parte, y como todo buen relato, nos ofrece desde sus primeros minutos una serie de elementos visuales —el coche, los árboles del bosque, los animales salvajes como jabalíes, el constante ruido de los helicópteros, que nunca se ven— y narrativos —el aislamiento, las noticias acerca de los incendios en poblaciones no muy lejanas de donde se encuentran, incluso la visita cómica del Helmut— que se presentan como premonitorios, y serán recogidos a lo largo del metraje, a su debido tiempo —todos ellos vuelven a aparecer, pero ahora resignificados por un aire catastrófico—; por otra, muy en sintonía con estos, configura pequeños nodos simbólicos —el más obvio, el fuego, pero también el mar como final, como desenlace— que operan por debajo del desarrollo argumental, constantemente presentes, de modo que, al ocurrir un giro intempestivo hacia la fatalidad, reparamos en estos elementos, y la sorpresa se torna entonces perfectamente verosímil, pues aquella semilla siempre estuvo ahí, aguardando, a pesar de nuestra desatención. La catarsis trágica acaba siendo inevitable, y el punto álgido de confrontación emocional se presenta en el regreso a la playa y la contemplación del Báltico nocturno, de hermoso fulgor bioluminiscente, que recuerda, de algún modo —y su uso referencial probablemente sea totalmente premeditado— a El rayo verde (1986), de Éric Rohmer.

    Roter Himmel supone, así, un ejercicio cinematográfico interesante, con múltiples capas de contenido discursivo y carga simbólica, escondidas bajo una apariencia ligera e inofensiva. El talento de Petzold a la hora de plantear esta serie de paisajes emotivos merece una digna mención, al igual que su logrado trabajo compositivo y capacidad para mutar de género de manera natural.


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