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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Oppenheimer

    || Críticas | ★★★★☆
    Oppenheimer
    Christopher Nolan
    JRO


    Ignacio Navarro Mejía
    Madrid |

    ficha técnica:
    Estados Unidos y Reino Unido, 2023. Dirección: Christopher Nolan. Guion: Christopher Nolan (basado en el libro de Kai Bird y Martin J. Sherwin). Producción: Universal Pictures / Atlas Entertainment / Gadget Films / Syncopy. Fotografía: Hoyte Van Hoytema. Montaje: Jennifer Lame. Música: Ludwig Göransson. Diseño de producción: Ruth De Jong. Vestuario: Ellen Mirojnick. Reparto: Cillian Murphy, Robert Downey Jr., Matt Damon, Emily Blunt, Florence Pugh, Jason Clarke, Josh Hartnett, Benny Safdie, Alden Ehrenreich, Kenneth Branagh, David Krumholtz, Dane DeHaan, Macon Blair, Tom Conti, Rami Malek, Casey Affleck, Gary Oldman. Duración: 180 minutos.

    El nombre de Julius Robert Oppenheimer ha pasado a la historia por ser el responsable de la creación de la bomba atómica, desarrollada durante años y finalmente lanzada sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945. El nombre de Lewis Lichtenstein Strauss, en cambio, es desconocido para el gran público, y solo lo recordarán hoy en día quienes estén familiarizados con el funcionamiento de la administración norteamericana en los años 40 y 50 del pasado siglo. Sin embargo, ambos hombres estuvieron más conectados de lo que parece, sobre todo cuando Strauss pasó a presidir la Comisión de Energía Atómica de Estados Unidos. Antes de cualquier vínculo profesional, ambos compartían religión, pues eran judíos de nacimiento, aunque no ideología, pues la de Oppenheimer era de afinidad comunista, mientras que Strauss se declaraba republicano. En esa época, pertenecer a uno u otro bando no solo condicionaba la trayectoria política, sino la personal y familiar, sobre todo una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial e iniciada la Guerra Fría, cuando la rivalidad de esta potencia con la soviética tuvo como triste repercusión interna la caza de brujas contra los presuntos comunistas, el llamado macartismo. Las audiencias a las que Oppenheimer fue sometido en 1954 para renovar su credencial de seguridad, otorgada por la mentada Comisión de Energía Atómica, eran un ejemplo de esta caza de brujas, pues la principal justificación para denegarle dicha autorización era la sospecha de que, incluso, fuera un espía de Moscú. Tales acusaciones eran absurdas para un hombre que, al margen de sus convicciones, se había limitado a formarse como físico cuántico, primero en Europa y luego en su país natal, al que demostró su mayor lealtad, precisamente, cuando pasó a liderar al equipo de científicos, en el llamado Proyecto Manhattan ubicado en el desierto de Nuevo México, que desembocó en el lanzamiento de la bomba atómica.

    Estos y otros muchos detalles de su biografía se recogen en el prolijo libro American Prometheus: The Triumph and Tragedy of J. Robert Oppenheimer, escrito por Kai Bird y Martin J. Sherwin, que Christopher Nolan ha adaptado fielmente en su última película. Titulada más sintéticamente Oppenheimer, en realidad, la misma no se limita a contarnos parte de la vida de su protagonista (encarnado con absoluta entrega por Cillian Murphy), sino que la narración se desplaza durante trechos del metraje a la perspectiva de Strauss (memorable Robert Downey Jr.). De hecho, visualmente se distinguen ambas visiones por el color de la primera, dominante, y el blanco y negro de la segunda, menos extensa. Strauss, en todo caso, es un personaje que la cinta de Nolan recrea como dependiente de Oppenheimer, al igual que los demás inspirados en personajes reales, como el general Groves (Matt Damon), a cargo del mencionado Proyecto Manhattan, y los científicos que lo acompañaron, hasta el mismísimo Albert Einstein (Tom Conti). Estamos, en suma, ante un estudio de personaje, pues todo gira en torno a Oppenheimer, aunque sean muchos los otros sujetos relevantes que aparezcan a su alrededor. Estos quedan entonces reducidos, hasta cierto punto y como es habitual en la filmografía de Nolan, a entes instrumentales, introducidos para explicar determinadas cuestiones o simplemente para apoyar u obstaculizar las acciones y motivaciones del protagonista. En este caso, sin embargo, tal estructura narrativa funciona con impresionante rigor, pues es tal la cantidad de información que se ofrece, en los planos de la física, la política, la seguridad, simplemente en lo personal o en relación con las dudas y repercusiones morales y éticas que plantea toda esta investigación, que la incidencia en los diálogos expositivos no quiebra sino que impulsa toda la fascinación del metraje.

    De hecho, este está casi estructurado, más allá de las tres líneas temporales mayoritarias (el desarrollo del proyecto, las audiencias de la Comisión y la parte en blanco y negro posterior), al margen de otros excursos, como una continua secuencia de montaje, alternando múltiples y breves escenas que van hacia atrás y hacia delante, en ocasiones separadas por meras transiciones y en otras por amplias elipsis. En cualquier caso, todo este montaje avanza con un ritmo sostenido, sin apenas dar respiro al espectador, por lo que los cambios de época o localización no traen consigo pausa o reajuste alguno, ya que la ausencia de linealidad narrativa provoca que cualquier variante de tiempo o espacio parezca conectada con una anterior o posterior. En suma, lo más llamativo de Oppenheimer es, como ya resulta también habitual con este guionista y director, la estructura formal, a gran escala, con la dificultad añadida, en este caso, de que se apoya en hechos y personajes reales, por lo que no debe tanto estructurarlos a partir de la nada sino reestructurarlos a merced de su intención última y reveladora. Para ello, al margen de la citada biografía que adapta, da la impresión de que Nolan ha contado con referentes cinematográficos consolidados, y en particular destaca la influencia de J.F.K.: Caso abierto, de Oliver Stone. Observamos cierta analogía con esta película, en efecto, desde la naturaleza primigenia del montaje, a modo de intriga acumulativa tanto para el protagonista como para el espectador, hasta su duración y efecto globales. En Oppenheimer, con todo, más allá de esta comparativa general, al nivel de cada secuencia la aceleración puede llegar a ser excesiva, pues a menudo se limita a encadenar una puesta en escena de plano/contraplano donde cada escueto diálogo es pronunciado por el referente en campo. De esta planificación se exceptúan, eso sí, los numerosos insertos, imaginados o directamente visualizados por el protagonista, de fenómenos como fisiones nucleares o explosiones astronómicas, que se plasman en pantalla con una estética asombrosa. Por tanto, Nolan incide en todo el componente de descubrimiento de esta historia, tanto el narrativo como el visual y con la espectacularidad que este conlleva. Estamos así ante una película que merece ser vista en el cine más grande posible (si está disponible, ya que en muchas ciudades no lo está), con la mejor calidad de imagen y sonido para poder disfrutar plenamente de las condiciones óptimas, a este respecto, en las que Nolan y su equipo la han rodado y editado. Sin perjuicio de ello, con su desenlace, quizá lo que el espectador más recuerde sea la manera en que se ha desarrollado la radiografía de un individuo extraordinario, hacia el final de su vida portada en la revista Time, influyente en la cúpula del poder, condecorado y admirado, aunque siempre atormentado y antes enfrentado a grandes conflictos, algunos de los cuales tuvieron como responsable en la sombra a Strauss… Lo cierto es que este también podría haber sido alguien más reconocido, en especial cuando estuvo a punto de ser elevado a Secretario de Comercio, pero en 1959 el Senado norteamericano tumbó su propuesta de nombramiento con el voto en contra de, entre otros, alguien que pronto llegaría a ser otra figura clave de la administración de este país: nada menos que John Fitzgerald Kennedy, conocido por sus siglas JFK.


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