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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Indiana Jones y el dial del destino

    || Críticas | ★★☆☆☆
    Indiana Jones
    y el dial del destino
    James Mangold
    Me duele todo


    Raúl Álvarez
    Madrid |

    ficha técnica:
    EE.UU. 2023. Título original: Indiana Jones and the Dial of Destiny. Director: James Mangold. Guion: Jez Butterworth, John-Henry Butterworth, David Koepp, James Mangold. Productores: Candice Campos, Anthony Dixon, Simon Emanuel, Kathleen Kennedy, George Lucas, Frank Marshall, Blake Simon, Steven Spielberg, Nathan Woods. Productoras: Walt Disney Pictures, Lucasfilm, Paramount Pictures. Fotografía: Phedon Papamichael. Música: John Williams. Montaje: Andrew Buckland, Michael McCusker, Dirk Westervelt. Reparto: Harrison Ford, Phoebe Waller-Bridge, Mads Mikkelsen, Boy Holbrook, Ethan Isidore, Antonio Banderas, Toby Jones, John Rhys-Davies, Karen Allen.

    Esto se acabó en 1989, con la imagen de cuatro amigos cabalgando hacia el crepúsculo, en el que es probablemente uno de los mejores finales de siempre. Cuatro amigos que hoy, visto a posteriori, también podrían haber sido George Lucas, Steven Spielberg, Harrison Ford y John Williams, despidiéndose del último gran icono del cine de aventuras y también de una forma de entender y hacer cine que inauguró y cerró la década de los ochenta, de En busca del arca perdida (Raiders of the Lost Ark, 1981) a La última cruzada (Indiana Jones and the Last Crusade, 1989). Lo que ha venido después, con sus aciertos y sus errores, no es sino un mal remedo que pone de manifiesto los peores vicios del blockbuster contemporáneo; en particular, cuando la película en cuestión continúa o retoma una vieja saga. A saber: localizaciones magras y/o mal aprovechadas, excesos digitales para encubrir la orfandad de ideas, nostalgia mal entendida, reescrituras de guion con el rodaje ya en marcha, reshoots para tapar agujeros ¬–o aún peor, para satisfacer las impresiones de los primeros screen test con público–, dirección de fotografía plana, trabajo artístico sin atención a los detalles y confianza ciega en que el montaje solucione una dirección torpe y errática.

    Indiana Jones y el dial de destino se esmera en lucir cada uno de estos defectos, hasta el punto de que La calavera de cristal (Indiana Jones and the Kingdom of the Crystal Skull, 2008) ya no parece tan mala. Veamos ejemplos concretos. Primero: el prólogo es una variación pobrísima del que abre La última cruzada mezclada con la secuencia en el castillo de Brunewald, también de esta película. Con una trampa además de mal jugador, ya que Mangold se arropa en la lluvia y en la noche para disimular unos VFX impropios de los casi 300 millones que ha costado la película. La tecnología deage que se aplica sobre el rostro de Ford es otro asunto para tratar. Puede funcionar, y funciona, en planos fijos. Pero en cuanto el rostro se vuelve expresivo a través de la gesticulación, el truco no da de sí. Ese no es Harrison Ford, es un avatar con ojos sin vida. Segundo: la acción está desligada de sus teóricos lugares de rodaje. ¿De qué sirve desplazarse a Escocia y a Sicilia si después no se presenta de manera conveniente cada escenario, la acción se fotografía con planos cerrados y se recurre al CGI para dotar de dinamismo unas escenas sin ritmo interno? ¿Y dónde está la perspectiva y la profundidad de campo? Es sangrante lo de Nueva York –que no es Nueva York, claro–, donde el desfile de los héroes del Apolo 11 se queda en un ejercicio de estudio lleno de cromas sobre los que después se han aplicado salvapantallas.

    Tercero: ¿qué pasa con la luz?, ¿de dónde sale?, ¿por qué cambia de intensidad cada dos minutos? ¿Es que nadie ha supervisado la escena de los tuk tuk en Tánger –que no es Tánger, claro–, donde hay al menos tres cambios de incidencia de la luz, de un amanecer despejado a un ocaso con nubes? ¿Y a quién se le ha ocurrido que la excusa para tal persecución sea un novio despechado de Helena (Phoebe Waller-Bridge)? Hablando de Helena. Cuarto: ¿a qué guionista o pareja de guionistas, porque hay cuatro, se debe la mala idea de transformar un personaje al principio tan interesante en una versión descafeinada de Marion? A partir de la llegada a Sicilia, la visten y la peinan igual que a Karen Allen en El arca perdida, y también la ponen a gesticular con los mismos mohínes. Eso sí, la corrección de Disney motiva que ni fume ni beba ni, desde luego, sea una mentirosa compulsiva. En esto también hemos retrocedido. Quinto y último, aunque podríamos contar hasta diez: se sabía que el primer final de la película contemplaba la «muerte» de Indy. El cambio de opinión se soluciona, literalmente, con un puñetazo ridículo que liquida cualquier buena intención que tuviera la arriesgada media hora final; una suerte de Age of Empires concebido, de nuevo, con una sobresaturación de VFX mal terminados y al servicio de una planificación atroz. Este Indy no brinda una sola imagen perenne… Pero esto ya deberían haberlo intuido quienes decidieron contratar a Mangold. La escena final subsiguiente, a mi juicio sonrojante por cuanto culmina tanto la desnaturalización como la domesticación del personaje y la saga, deja herido de muerte, ahora sí, un icono que merecía un final más digno. Lo tuvo, pero la maldita nostalgia lo ha devorado todo. No deja de resultar paradójico que una película que habla en esencia del paso del tiempo no haya tenido en cuenta que la nostalgia es el peor de los tiempos. Nunca podemos volver satisfactoriamente al pasado. Mucho menos, reproducirlo.

    Porque aún está vigente como héroe y porque es capaz de aguantar con aplomo cada (mal) plano que le regala Mangold, duele ver a Harrison Ford corriendo de un lado para otro en esta película que se presenta, en último término, como un pastiche mal disimulado de escenas, personajes y temas ya tratados con mejor fortuna (y gloria) en la franquicia. No, no es cierto que todo esté inventado y no haya margen para la innovación o la creatividad. Cada una de las películas de la trilogía original se constituía a partir de un «más difícil todavía» que cuajaba en secuencias excelentemente concebidas y ejecutadas dentro de un marco narrativo in crescendo. En otras palabras: coreografiadas como un baile con sentido narrativo. La vibración, el vértigo y la inmersión empezaban y terminaban a partir de una confianza ciega en las imágenes. En el cine.

    Con sus deudas y homenajes al cine clásico de aventuras y a las señas de identidad de James Bond y Tintín, sin duda, pero siempre con la voluntad y el empeño de ofrecer una experiencia memorable; esa segunda vida de cine, de la que suele hablar José Luis Garci, o eso tan difícil de definir pero tan fácil de entender, cuando lo vemos en una pantalla, denominado «sentido de la maravilla». De paso, Spielberg y su equipo técnico y artístico hacían Historia del cine –sí, hay que decirlo sin miedo– adaptando con inteligencia al lenguaje cinematográfico los resortes narrativos de los juegos de rol, los cómics, los videojuegos y las atracciones de parque temático, referentes estos tan caros a su memoria sentimental como a la cultura popular de los años ochenta. La imagen avanza siempre de la mano de otras imágenes. Ahora, en cambio, quieren convencernos de que la imagen debe ser el eco de un dial.


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