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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Robot Dreams

    || Críticas | Cannes 2023 | ★★★★☆
    Robot Dreams
    Pablo Berger
    Los androides apenas tienen pesadillas


    Ignacio Navarro Mejía
    Cannes (Francia)|

    ficha técnica:
    España, Francia, 2023. Título original: «Robot Dreams». Dirección: Pablo Berger. Guion: Pablo Berger, basado en la novela gráfica de Sara Varon. Compañías productoras: Arcadia Motion Pictures, Noodles Production, Les Films du Worso, RTVE, Movistar Plus+. Música: Yuko Harami. Montaje: Fernando Franco. Presentación oficial: Sección Oficial del Festival de Cannes. Duración: 90 minutos.

    Poeta en Nueva York es el título de la conocida obra de Federico García Lorca, pero también podría servir para designar la estancia en esa ciudad de Pablo Berger, en los años 90. Y es que extender el calificativo de poeta al cineasta bilbaíno está más que justificado a la vista de su propia obra. Integrada por cuatro largometrajes, desde Torremolinos 73 hasta, ahora, Robot Dreams, al margen de otros proyectos en el mundo del cortometraje, del videoclip o de la publicidad, todos ellos tienen en común la síntesis de la escritura. Si, en la literatura, el género (en sentido amplio) de la poesía se caracteriza por reducir a versos y metáforas la carga narrativa de lo que correspondería a una novela u otro relato más largo, en el séptimo arte el equivalente de esta conversión sería el cine guionizado al mínimo, con el extremo del cine mudo. No se trata de que no haya una historia desarrollada, sino de que esta se narre con los elementos justos, que cada imagen o escena vaya a la esencia de lo que en ese momento se quiere transmitir. Precisamente, con el cine mudo ya experimentó Berger, en su fantástica versión de Blancanieves. Y ahora redobla la apuesta, excluyendo toda clase de diálogo o rótulo, con su primera incursión en el cine de animación, aunque el resultado no sea tan innovador, pues recuerda mucho (para bien, en cualquier caso) a La oveja Shaun: La película (2015).

    Robot Dreams cuenta una sencilla historia a través de las imágenes, aunque no es plenamente muda porque incorpora sonido directo y banda sonora, de la cual es clave la utilización de un par de hits de la discográfica USA más popular. Basada en una novela gráfica (lo que habrá facilitado el trabajo del storyboard, minucioso para lograr que las imágenes, por sí solas, basten para seguir el relato), se ambienta en el Nueva York de los años 80, época algo anterior a cuando allí habitó Berger. Empero se nota que la recreación de la ciudad y sus alrededores es fiel y detallista, y de hecho toda la película funciona como si nos fuera narrada por alguien familiarizado con su entorno. Con todo, ahí acaba el afán de verosimilitud pues, por lo demás, estamos ante una historia de ciencia ficción. Sin ir más lejos, todos los habitantes de la ciudad son animales, llamados simplemente según su especie. El protagonista es un perro (aunque ande sobre dos patas), por consiguiente llamado Dog, que habita un solitario apartamento de la Gran Manzana. Envidia la suerte de sus vecinos u otras personas que llevan una vida en pareja o al menos compartida, por lo que, para hacerse compañía, decide adquirir un robot inteligente y casi autosuficiente. Este pronto pasa a comportarse como sustituto humano (o animal, en este caso), en verdad como un auténtico amigo, hasta que la mala suerte los separa y sobrevienen varias peripecias y vicisitudes (algunas oníricas), dejando al espectador en vilo, pendiente de si los dos protagonistas volverán o no a reunirse.

    El protagonismo animal, la falta de diálogos y el sentido de humor de toda la cinta, basada en una sucesión de gags (muchos provocarán la carcajada de cualquier espectador, hasta algunos muy breves para más entendidos como el del libro que lee Dog por la noche o el del homenaje a El mago de Oz), apoyan la comparación que hemos hecho con el filme de 2015 de la factoría Aardman. Sin embargo, Robot Dreams es más melancólica, menos irreverente. Es una película claramente destinada a un público infantil, pues cualquier menor de edad la podrá disfrutar sin problema, pero tiene también una dimensión que solo se podrá apreciar por espectadores más adultos. Y es precisamente esa nota de melancolía, que concuerda con la mirada de alguien que evoca una experiencia pasada, la que permite que la emoción tome la delantera. Estamos ante una comedia mucho más que ante un drama, pero lo que hasta el desenlace parece reducirse a una bonita e imaginaria historia de amistad, que incide en todos sus momentos de diversión y descubrimiento, al final se revela como algo más sentido, y por ende más emotivo. Entretanto, el innegable atractivo de Robot Dreams reside en su pureza, en su equilibrio, donde no falta ni sobra ningún aspecto inherente a lo que debe ser una película de animación, a priori para niños como decíamos (sin perjuicio de que esta atribución por defecto del cine de animación se ha superado hace tiempo), de hora y media de duración, como mandan los cánones, y con esa imaginación maravillosa que permite el trazo del dibujo creado, más allá de los referentes de realidad, desde la total libertad de su autor/poeta.



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