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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Kubi (首) [Cannes 2023]

    || Críticas | Cannes 2023 | ★★★☆☆
    Kubi
    Takeshi Kitano
    Siete samuráis rebozados pierden la cabeza


    Mariona Borrull Zapata
    Cannes (Francia)|

    ficha técnica:
    Japón, 2023. Título original: «Kubi / 首 ». Dirección: Takeshi Kitano. Guion: Takeshi Kitano. Compañías productoras: Asmik Ace, Toho. Productores: Takeshi Kitano. Montaje: Yoshinori Ota. Dirección de arte: Yukiharu Seshimo. Sonido: Kenji Shibasaki. Reparto: Hidetoshi Nishijima, Ken Watanabe, Takeshi Kitano, Tadanobu Asano, Ryo Kase. Presentación oficial: Cannes Premières del Festival de Cannes. Duración: 131 minutos.

    Cuando a la cartela de título de la nueva película del maestro Kitano (Kubi, «pescuezo») una animación como de hoja de katana le cercena, literalmente, el pedacito superior de carácter –es decir, cuando ni el título se salva de que le corten el cuello– sabremos que: uno, que hemos venido por un festín de humor deliberadamente malo; y dos, que si la sangre va a caer sin fin ni excepciones, lo mejor es recibirla con los brazos abiertos. Takeshi Kitano lleva haciéndolo desde Boiling Point hasta las matanzas de Outrage 3, replicando una y otra vez la sequedad moral del cine de yakuza y con el punto de humor destripado que le da su historial como estrella del manzai. Su cine sesga la épica con la eficacia de una guillotina… Para cortar mortadela.

    Kitano ya desmontó los armatostes épicos del género chambara a ritmo de claqué con el Zatoichi de 2003 y, de hecho, Kubi puede leerse un paso más allá de la simple parodia o la referencia. Sintoniza mejor, en todo caso, con el gesto de depuración en clave existencialista que el maestro aplicó sobre el mundo yakuza con la trilogía Outrage (2010-2017). Habiendo torcido y desmenuzado a tantos hombres tatuados, el japonés escribiría una saga muy clásica pero destripada por un sentido de la fatalidad tremendo y con un humor agrio, casi imposible. Para Kubi, nos lleva al corazón de las intrigas palaciegas que llevaron al «incidente de Honno-ji», en 1582, una tentativa de asesinato de Oda Nobunaga, quien por aquel entonces era daimyo y gobernaba sobre todo el país (el mismo Kitano ya había adaptado el caso a novela). Ryo Kase abandona su larga carrera de papeles de víctima (de Cartas desde Iwo Jima a El fotógrafo de Minamata) y se disfraza de Nobunaga, villano que alterna episodios de locura y maldad pura sin ninguna tentativa de realismo.

    Encargará a su corte de fieles (ejem) samuráis que compitan para aplacar las rebeliones locales y así conseguir su favor, en un «todos contra todos» que hilvana las relaciones entre cabecillas, todos caras conocidas del cine nipón, desde Tadanobu Asano (Mongol) a Hidetoshi Nishijima (Drive My Car) y al ídolo pop Kazunari Ninomiya (Gantz). Nunca destacaríamos, de entre este grupo de secundarios coloridos, la presencia del sénior Hideyoshi Hashiba (‘Beat’ Takeshi), un «abuelo cebolleta» sin escrúpulos y que tiene muy claro que el favor de Nobunaga estará claramente dirigido hacia alguien más joven, aguerrido y sexualmente activo que él. Kitano, perro viejo, no entiende por qué el daimyo y buena parte de sus samuráis insisten en tener sexo entre ellos, pero tampoco se opone (el mundo está lleno de sinsentidos fantásticos, dirá para sus adentros). Kubi dedica una trágica línea secundaria al amor imposible entre los jefes de dos clanes diferentes, aunque la película se reconozca queer como encogiéndose de hombros.

    En el fondo, es el mismo pasotismo que ha regado toda la carrera del maestro japonés. Kubi puede leerse en clave de Yo, Claudio liberado del miedo a la muerte. ¿Cómo iba a tener miedo a morir un clown? Hashiba y sus esbirros maquinan con la ligereza de quien sabe que dispone de segundas oportunidades, a risotada limpia. Kitano abraza el fantasma de la cuarta pared, desaparecido hace tiempo en favor de una autoficción más relajada y duradera: también en armadura ‘Beat’ Takeshi sale de papel. Se ríe y juega, improvisa a ratos (la más maravillosa de las escenas del filme está menos que escrita), termina todas sus escenas con un punch de guion. Un «era bromi» que incorpora deliciosamente en la película como un gag recurrente, acerca de la cantidad de dobles de cuerpo que en el fragor de la guerra sustituían a sus señores. ¿Cuántos Nobunaga falsos habrán muerto en toda la historia?

    Mejor, ¿cuántos bobos habrán creído asesinar a Oda Nobunaga, antes de que les rebanaran el pescuezo? En la época feudal el fotorrealismo aún no se llevaba y, sin embargo, traer la cabeza cortada de un alto mando militar podía distinguir a cualquiera. Entonces, en cercenar la cabeza correcta (y no perderla: ni la propia ni la de la víctima, entre tanto cadáver), ahí, estaba en el quid de la cuestión. Por lo menos será la cuestión de Kubi, un descendiente de altos vuelos y zancadillas bajas de las tremendas lecciones de humildad en el barro de Humor amarillo.


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