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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | About Dry Grasses [Cannes 2023]

    || Críticas | Cannes 2023 | ★★★★☆
    About Dry Grasses
    Nuri Bilge Ceylan
    La civilización de un solo hombre


    Ignacio Navarro Mejía
    Cannes (Francia)|

    ficha técnica:
    Turquía, Francia, Alemania, Suecia, 2023. Título original: «Kuru Otlar Üstüne». Dirección: Nuri Bilge Ceylan. Guion: Akin Aksu, Ebru Ceylan, Nuri Bilge Ceylan. Compañías productoras: NBC Film, Memento Films Production, Komplizen Film, Atmo Production, arte France Cinéma, Film I Väst, Turkish Radio & Television (TRT). Música: Giuseppe Verdi. Diseño de producción: Meral Aktan. Fotografía: Cevahir Sahin, Kürsat Üresin. Montaje: Nuri Bilge Ceylan. Reparto: Merve Dizdar, Deniz Celiloglu, Musab Ekici. Presentación oficial: Sección Oficial del Festival de Cannes. Duración: 197 minutos.

    Anatolia es un lugar inmenso, pero para muchos ha sido siempre, solo, una zona de tránsito. Esta península al este del Mediterráneo, integrada ahora en Turquía, en cierto modo conecta dos mundos: oriente y occidente, Europa y Asia, a los que la mayoría de la gente dice o siente pertenecer, por lo que pocos se acostumbrarían a una geografía intermedia, si dijeran o sintieran ser de Anatolia. Por consiguiente, esta tiene una baja densidad demográfica, la cubren muchos parajes desiertos o nevados, campos ahora abandonados y montañas por las que, quizá, nadie ha escalado. O lo hicieron hace tanto que ya no queda ninguna huella de su paso por ellas. El título de una película intermedia de Nuri Bilge Ceylan, Érase una vez en Anatolia (2011), aunque sigue una fórmula genérica propia del inicio de cualquier cuento o relato, resulta especialmente afortunada cuando se aplica a esta región, donde alguna vez, remota, pudo suceder algo llamativo, memorable, para que luego, pese a todo, fuera irremediablemente olvidado. Ceylan nació en Estambul, ahí estudió y disfrutó buena parte de su juventud, pero pronto conocería y se enamoraría, al menos cinematográficamente hablando, de Anatolia. Para alguien con una mentalidad cosmopolita, la idea de tránsito en una localización tan vasta le permitiría desgranar los muchos conflictos existenciales derivados de la pura y eterna dualidad entre hombre y naturaleza. El hombre está de paso, la naturaleza permanece. Pero, en Anatolia, ese paso y esa permanencia cobran dimensiones distintas, al albur de un tiempo que parece transcurrir, igualmente, con otro ritmo.

    Se habla mucho de la extensión desmesurada de las películas de este cineasta. La antes citada de 2011 apenas rondaba las dos horas y media, mientras que las dos siguientes, Sueño de invierno (2014) y El peral salvaje (2018), superarían las tres horas, al igual que lo hace esta última. Pero no son películas «lentas», sino «largas», que lógicamente son términos distintos (al margen de que puedan combinarse), aunque tienden a confundirse cuando se aplican a una película. Ninguna de ellas es lenta, pero dejan que la mayoría de sus escenas, sobre todo conversaciones determinadas, se prolonguen más tiempo del habitual: la acción no queda en suspenso, los personajes no se quedan en silencio, sino que todo ese dinamismo, en cada secuencia, ocupa más trecho de metraje. Y es que estas acciones o estos diálogos cobran una mayor trascendencia frente a, quizá, los de otras personas, en otros lugares del mundo, que tienen otro tren de vida. De ahí que cada gesto, cada palabra sea importante… cuando se vive en Anatolia. Sus habitantes quieren aprovechar cada momento en que pueden revelar algo de su humanidad, de lo contrario absorbida entre la inercia y la soledad que los rodean. Valga esta especie de excurso para identificar el meollo de este nuevo trabajo de Ceylan, bien titulado About Dry Grasses, que vendría a completar una suerte de trilogía con sus dos obras anteriores: todas ellas películas largas protagonizadas por hombres aislados en lugares remotos del país, y donde ese aislamiento del protagonista alimenta su egocentrismo, su misantropía y su nihilismo.

    El de esta última película, un profesor destinado en un pequeño pueblo de Anatolia, asegura haber renunciado ya a todo ideal, salvo el de marcharse de allí, preferiblemente a la capital, una vez pueda pedir un nuevo destino. Pero, como decíamos, en un lugar así el tiempo parece detenerse, y nuestro (anti)héroe se verá obligado a hacerse a las costumbres y las personas que lo acompañan, entre los que destacan otros dos docentes: un hombre con el que trabaja en la misma escuela y una mujer empleada en una población algo más extensa. Ambos le harán cuestionarse tanto su concepción de los demás como la de sí mismo, puesto que, por mucho que parezca seguro de sí mismo y de no necesitar a nadie, estas seguridades pronto se tambalean. Lo hacen igualmente tras un conflicto con una joven alumna de la escuela, que pese a su juventud demuestra, sobre todo en una escena clave en que le reclama una carta que ha escrito, más madurez que él. Ceylan muestra esta evolución y estas contradicciones, más que con la propia (y novelesca, como es habitual en él) estructura narrativa, con detalles de su esmerada puesta en escena. En la escena en cuestión, simplemente con el hecho de situar al profesor sentado y a la alumna de pie y ajustar así los respectivos ángulos de sus miradas, queda patente la superioridad de la joven, pese a su turbación y la teórica autoridad del profesor. El rigor de la planificación de este director y su equipo es inigualable, y da pie a algunos hallazgos menos comunes, como la variación de perfiles y escorzos de una escena posterior y climática, la de la cena entre el protagonista y la otra profesora. No se trata de elaborados movimientos de cámara ni de recursos ágiles de montaje, sino de saber situar la cámara, en un momento dado, al margen del constante aunque siempre revelador juego de plano/contraplano. Por ello también es un cineasta que cuida mucho los ejes, teniendo en cuenta que buena parte de sus historias se basan en la interacción entre dos personajes sentados, aunque al respecto sorprende aquí otra escena, con cuatro profesores reunidos, donde la sucesión de planos no es tan ajustada. Frente a sus dos películas anteriores, el lirismo visual es algo inferior y la resolución se apoya, para menor satisfacción del espectador, en un monólogo interno antes que en una imagen culminante que pueda concentrar todo el drama (aun estando esta presente). En cualquier caso, sigue manifiesto el talento de Ceylan para desplegar un discurso tan solemne (con palabras y discusiones sobre los grandes dilemas filosóficos) como cercano (sobre todo en los instantes en que se permite un viraje más romántico o sentimental) envuelto en una técnica depurada, transparente, limpia como la nieve que insistentemente cae aquí en la pantalla.

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