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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Mal Viver

    || Críticas | Berlinale 2023 & Las Palmas 2023 | ★★★☆☆ ½
    Mal Viver
    João Canijo
    La ruina hecha carne


    Luis Enrique Forero Varela
    73ª Berlinale |

    ficha técnica:
    Estados Unidos, Corea del Sur, 2023. Título original: «Past Lives». Dirección: Celine Song. Guion: Celine Song. Compañías productoras: 2AM, A24, CJ Entertainment, Killer Films. Fotografía: Shabier Kirchner. Música: Christopher Bear, Daniel Rossen. Intérpretes: Greta Lee, Yoo Teo, John Magaro, Jonica T. Gibbs, Isaac Cole Powell, Jane Yubin Kim, Kristen Sieh, Nathan Clarkson, Keelia, Federico Rodriguez, Moon Seung-ah, Nadia Ramdass, Emily Cass McDonnell, Skyler Wenger, John-Deric Mitchell, Bob Leszczak. Duración: 106 minutos.


    anexo| Cobertura de la Berlinale 2023


    El director portugués João Canijo (Oporto, 1957) llegó a la 73ª Berlinale con proyecto cinematográfico que no oculta su ambición: por una parte, en la Sección Oficial, presentó Mal viver (2023), un filme opresivo e inmisericorde con los personajes a los que retrata, las cinco mujeres que dirigen y trabajan en un hotel vacacional; por otra, en la sección paralela Encounters estrenó Viver mal, su contraplano, es decir, la segunda parte de este díptico, que retrata a la clientela de dicho hotel. Con respecto a la película que nos ocupa, el primer plano con el que inicia Mal viver es ya una declaración de intenciones formales y discursivas: una terraza con piscina exhibe, bajo un cielo pálido, entre colores opacos, muy poco saturados, un atardecer miserable, sugiriendo que el entorno ha visto días mejores. Mientras la trabajadora, chef, y encargada de todo Ângela (Vera Barreto) arroja cloro sobre la piscina, Piedade (Anabela Moreira), una de las dueñas, descansa sobre una tumbona, con un perro en brazos como si se tratase de un bebé —definiendo una jerarquía socioeconómica—. La sorpresiva visita de su madre, Sara (Rita Blanco), de su prima Raquel (Cleia Almeida), y, sobre todo, de su hija Salomé (Madalena Almeida), lejos de imbuirle de alegría, supone más una invasión, una intromisión no deseada. Piedade se levanta pesadamente de su descanso y, antes del saludo, profiere un ligero reproche a las tres mujeres por haberse aparecido sin aviso previo.

    Durante la única cena que vemos compartir a las cinco mujeres, se presentan varios conflictos como embriones, algunos de los cuales se desarrollan a lo largo del metraje, y otros, sencillamente, se difuminan o se les resta importancia —principalmente, los abusos sexuales sufridos por Raquel de la mano de su marido o su relación con Ângela—. La reciente muerte del ex marido de Piedade y padre de Salomé no parece haber contribuido mucho al evidente deterioro de su salud mental. Su hija, casi aún en estado de shock, arde en inquina hacia Piedade por haberla enviado a vivir con el padre a los doce años, por haberla, de algún modo, abandonado a su suerte, y no haber sido capaz de ir a buscarla ni siquiera tras aquella tragedia.

    Y es que en el mundo que habita Piedade no hay espacio para otra cosa que el padecimiento, la autoflagelación y el rencor. El hotel que lleva junto a su familia, en franca decadencia, parece un reflejo de su propio interior. Pronto habrá que realizar renovaciones para las que no tienen dinero, y es posible que tengan que cerrarlo o venderlo. Todo da la impresión de depender de Sara, la insensible madre de Piedade, por lo visto incapaz para con su hija de otras palabras que no sean abyectas y dañinas; a la vez echándole en cara todo cuanto ha hecho por ella, todo lo que le ha dado, y ella ha malgastado, exigiendo siempre más, como un parásito. Poco a poco, la colisión emocional entre la hija (Salomé) y la madre (Piedade), así como entre la madre (Piedade) y la abuela (Sara) va despojando a las palabras de artificios tangenciales, transformándose en puñales de rabia y resentimiento, cuya acumulación únicamente puede tener —y tendrá— efectos destructivos.

    Todos los elementos en la película de Canijo resultan opresivos y asfixiantes. No hay ninguna vía de escape ni punto de fuga por el que trepar para encontrar sosiego, ni en la excelente dirección de fotografía de Leonor Teles, que en algunos planos honra, en mi opinión, a la maestría del pintor Edward Hopper en retratar la soledad y la incomunicación —la influencia de cuadros como Hotel room (1931) u Hotel Lobby (1943) parece apreciarse aquí— y, sin embargo, en las antípodas de aquel en la atmósfera que fabrica. En la inmensa mayoría de los planos interiores, cargados de una luz ambarina que recuerda al color de la bilis, las paredes y el techo se encogen y aprietan contra los personajes, arrebatándoles cualquier posibilidad de huida; un recurso que se recrea especialmente en el malestar constante de Piedade, casi siempre encajonada, encerrada entre el los planos de la cámara —sin ninguna duda, el aspecto más destacable de Mal viver—.

    Y es que este malestar visual, perfectamente premeditado, no es más que una rima, una traducción lingüística del estado anímico de las cinco mujeres del hotel. La amabilidad, la empatía o la comprensión brillan por su ausencia, pues no hay intención alguna de exhibir más que el dolor. Un sufrimiento transmitido de madre a hija como un cáncer hereditario, que se alza como lenguaje y única manera de interacción, de comunicación, especialmente entre Piedade y su madre. En esta atmósfera opresiva tan bien lograda, ni siquiera los planos generales, que enfocan a los residentes del hotel como presos en cubículos, ni la llegada de un reducido grupo de clientes —desde un aspecto de lo narrativo— alivia la tensión. Las conversaciones y dinámicas que tienen los huéspedes entre sí basculan entre la frivolidad y la crueldad. El hotel, como personaje, por momentos se acerca, en calidad de germen de esta podredumbre, esa maldad que se arrojan unos a otros, a una casa encantada; sin ir más lejos, al hotel Overlook de El resplandor (The Shining, Stanley Kubrick, 1980).

    Mal viver consigue un equilibrio sin fisuras entre su ética y su estética, y esta relación salva, por poco, a la película de caer en la categoría de melodrama. Las palabras de desprecio dignas de villana de telenovela de Sara, que asiladas, no podrían ocultar su mediocridad —lo que asimismo ocurre con el más que previsible desenlace argumental del guion, escrito por el propio Canijo—, adquieren, sin embargo, un cierto aire de refinamiento al ser observadas en su conjunto. De modo que, tomándola como un todo, la película maquilla sabia o accidentalmente sus carencias narrativas. Unas taras que no encontrarán espacio para ocultarse con la segunda parte de este oscuro díptico sobre la familia devenido cita experiencial (y poco digestiva) que presenta a una nueva e interesante firma en el panorama autoral.


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