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    Festival de Málaga 2023 | Crónica

    || Festivales
    Málaga 2023
     
    Crónica de la 26ª edición del Festival de Málaga


    Adrián Chamizo
    Málaga |

    fechas
    | Del 10 al 19 de marzo de 2023. |

    La panorámica perfecta. Repeticiones, plantillas y alguna sorpresa


    El Festival de Málaga, que ha finalizado su 26ª edición, es celebrado desde hace muchos años como un revelador de la cosecha del cine español del año y la temporada de premios subsiguiente. El que sea algo avispado sabe que el festival presenta una clara radiografía de la situación de nuestro cine a todos los niveles, desde el industrial hasta el creativo. Con una jornada o dos —donde se proyectan tres películas de selección oficial al día— nos hacemos una idea rápida del estado de la cuestión.

    Sin embargo, este año ha habido ligeras variaciones. Porque, esta vez, la sección oficial se ha liberado de sus habituales peajes: películas producidas por cadenas televisivas privadas y plataformas (Movistar, AtresMedia, Netflix), cuyas imágenes en la mayor parte de los casos no justificaban su presencia en competición, y que trasladaban al espectador el tremendamente irregular y muy mejorable estado del cine comercial de nuestro país.

    Por ello, este año la selección ha tenido una carga mayor de ese otro o nuevo cine español en las periferias, es decir, que parte de producciones modestas e independientes y se proyectan en las pequeñas salas de las grandes ciudades; y que ponen en solfa los grandes problemas que tiene España con la exhibición cinematográfica, ya que estas modestas producciones, por diversos motivos, apenas tienen cuota de pantalla y en muchos casos ni llegan a la mayoría de las provincias. El espectador asiduo a todo tipo de cinematografías y que asiste a las salas de cine con regularidad no es imbécil: sabe que gran parte de lo que se proyectará en el Festival de Málaga difícilmente llegará a muchas salas del país. Luego hará su juicio de valor pertinente, pero claro, para ello hay que ver las películas, unos largometrajes de los que en muchos casos nos llegan resonancias publicitarias antes de que nadie las haya visto. Esos títulos que ya nos llegan con la vitola de mejor película española del año u obra maestra del momento, sentencias apresuradas que en numerosas ocasiones hacen un flaco favor a los implicados en estas propuestas. Por lo tanto, el certamen pone de manifiesto la problemática de un cine que se produce sin que el espectador tenga luego la oportunidad de ver. Algo que, por supuesto no es culpa del festival, que tiene la compleja tarea de elaborar una selección.

    ▼ El equipo de 20.000 especies de Abejas, de Estibaliz Urresola
    Biznaga de Oro a la mejor película.
    Este año hemos tenido 22 películas a concurso, catorce españolas y ocho iberoamericanas (una más que el año pasado). Los resultados, al igual que otros años, muestran una tremenda irregularidad en las propuestas, que presentan unas evidentes problemáticas a todos los niveles. Ese otro cine español del que han salido creadores interesantes en estos últimos años muestra manifiestos signos de agotamiento en sus propuestas formales y temáticas. Se va asemejando a cualquier otro tipo de estandarización cuando uno contempla la repetición de varios motivos. El coming of age, la crisis de las generaciones jóvenes, los problemas de la maternidad y la conciliación, la asimilación y superación de los fracasos personales y laborales de la generación más preparada, la inclusión de actores amateurs y niños para articular los relatos (casi siempre autobiográficos)… Todos ellos hablan de la realidad de nuestro país, pero cuando uno ve esas películas es difícil no detectar el artificio. Parece buscarse un naturalismo, un realismo o una introspección bajo un cine contemplativo construido de silencios, montajes ariscos o decisiones caprichosas de puntos de vista que hacen que multitud de propuestas interesantes salten por los aires en sus primeros compases. Es el caso de Sica (Carla Subirana) o Els encantats (Elena Trapé), dos relatos con tintes fantásticos totalmente desaprovechados.

    Para ser justos, estos contratiempos también se producen en el cine iberoamericano de manera más notoria en esta edición que en anteriores, con los casos de Desperté con un sueño (Pablo Solarz), El castigo (Matías Bize) o La pecera (Glorimar Marrero Sánchez). Todas ellas propuestas que no superan los 90 minutos y cuyo impacto somnífero se veía notoriamente en los rostros de los asistentes a la salida de las proyecciones, algo que no figurará en las crónicas oficiales y mucho menos en las oficialistas.

    No obstante, en la sección oficial hubo propuestas bastante destacables. Hay que seguir la pista a películas como La desconocida (Pablo Maqueda) y Matria (Alvaro Gago), totalmente opuestas en sus formas y temáticas; la mexicana Zapatos rojos (Carlos Eichelmann Kaiser), la que considero mejor película del certamen y que fue galardonada tibiamente solo con mejor fotografía, un hermoso y duro viaje filmado y montado con férreo rigor y con tintes de Una historia verdadera (David Lynch, 1999) o Cry Macho (Clint Eastwood, 2021); o propuestas pequeñas e intimistas como la panameña Las Hijas (Kattia G. Zuñiga), galardonada como mejor película iberoamericana.

    También hubo otras apreciables que no renunciaban a cierta condición comercial como Las buenas compañías (Silvia Munt), Upon Entry (La Llegada) (Alejandro Rojas, Juan Sebastián Vásquez), Unicorns (Unicornios) (Alex Lora), la agridulce comedia Una vida no tan simple (Félix Viscarret) o el atrevido y fragmentado biopic Rebelión (Jose Luis Rugeles Gracia), una de las películas más peculiares de la selección oficial.
    Dicho esto pasamos a comentar las películas visionadas a lo largo del certamen, buscando que hablen las imágenes entre veintiséis películas y nueve días.

    El festival dio el pistoletazo de salida con Alguien que cuide de mí (Daniela Féjerman, Elvira Lindo, 2023), película fuera de concurso con problemas de tono y ritmo bastante notorios como los intertítulos entre diferentes pasajes del film. Una película dramática escrita con tacto sobre el arte, el paso del tiempo y los secretos familiares, que mejor no desvelaré para la curiosidad del potencial espectador interesado. Sus buenas interpretaciones —notables Emma Suarez y Aura Garrido— se combinan con tediosos flashbacks que subrayan elementos argumentales y emborronan una puesta en escena sin complicaciones. Entre sus virtudes hay diferentes logros temáticos como el huir de estereotipos y plasmar con cierta sencillez los problemas de una familia con dinámicas alteradas y desplazadas. Otro de sus aciertos es la reflexión sobre la iconicidad de figuras como Emma Suárez y Pedro Mari Sánchez, artistas de la popular movida madrileña, un elemento de metalenguaje que insufla fuerza y verdad al relato, y también que refuerza los aspectos dramáticos de la película, que bajo cierta modestia repiensa el paso del tiempo en el mundo artístico nacional.

    La selección oficial a concurso arrancó con Matria (Álvaro Gago), que fue una agradable sorpresa. Sobre todo porque el cortometraje homónimo dirigido por Gago en 2017, que gozó de relativa popularidad proyectándose en festivales como Sundance, abría diferentes problemáticas que aquí Gago solventa con soltura. El largometraje expone la tesis de aquel corto, pero la diferencia reside en que este presenta un acabado mucho más pulido en todos los sentidos: una puesta en escena más compacta, un montaje más vigoroso, una interpretación mucho más solida y una mayor tensión de lo visible. Lo que entrega Gago aquí es un cine social creíble compuesto por una firme puesta en escena de planos largos y transparentes donde capta las vivencias y gestos de Ramona, una heroína indomable interpretada por una genial María Vázquez que se deja la piel en cada escena y se muestra carismática en su gestualidad (algo que le valió el galardón de mejor actriz principal). Entre algunos de sus aciertos refleja muchas asperezas del siglo XXI, complejidades del mundo globalizado donde la soledad, la incomunicación familiar o multitud de detalles como la ausencia de la solidaridad laboral en un mundo cada vez más precarizado. Sus imágenes montadas con ritmo apuntan a reconocibles e incómodas verdades, sin renunciar a toques de humor.

    Matria, de Álvaro Gago
    Tregua(s) (Mario Hernández, 2023) es una narración sobrecargada de diálogos con estructura teatral, tan solo dos actores y enormes tintes de metalenguaje sobre el cine, examinando la figura de una pareja que se cita cada año en el Festival de Cine de Málaga: un guionista (Salva Reina) y una actriz (Bruna Cusí). Sus buenas interpretaciones mantienen cierto interés en la variedad tonal entre lo dramático y lo cómico en un relato sobre secretos de pareja, los mecanismos del mundo artístico, infidelidades o las insatisfacciones de la generación encarnada por ambos actores. El problema es que lo dialogado estructura todo el metraje, por lo que gran parte de sus 90 minutos se convierten en algo tedioso e incluso pretencioso. Pese a ello, hay algún momento de lucidez donde la imagen posee cierta potencia captada a través de la mirada de los actores al eludir la palabra y el contraplano.

    Muy distinta fue Rebelión (José Luis Rugeles, 2022); biopic errático, peculiar, oscuro y un tanto indigesto por su montaje y estructura de relato fragmentado pero reiterativo sobre el músico e icono Joe Arroyo. El artista queda reflejado en un complejo ambiente, confinado en habitaciones de hospitales, burdeles y hoteles, explorándose su psicología e inquietudes. El film encuentra su tono cuando las imágenes y la música muestran el genio creativo del artista. Lo consigue mediante las interpretaciones —las diferentes etapas son interpretadas por distintos actores— y su contundente diseño de sonido que le valió el galardón a la mejor música.

    Els encantats (Elena Trapé, 2023) resultó ser una notable nadería, repleta de diálogos y lugares comunes de la cinematografía española reciente: la maternidad, soledad, reflexión interior, metáforas con la naturaleza tratadas con un tratamiento visual estanco, diálogos y silencios profundos filmados sin ninguna fuerza. La falta de elipsis en su puesta en escena ahoga sus posibilidades narrativas. En sus 90 minutos es incapaz de describir con claridad a su personaje protagonista. Plantea lo rural como escape y también como excusa para mostrar las bondades de una España vaciada donde casi nadie puede irse a vivir y tampoco hay intención de ello. Lo más valioso de reside en sus intérpretes, que dan credibilidad a sus roles y transmiten la necesidad de relacionarnos con la naturaleza, aunque sea un fin de semana. El problema no reside en lo que cuenta, sino en la forma. Fue galardonada al mejor guión.

    Bajo terapia (Gerardo Herrero, 2023), basada en un obra de teatro, padece muchas taras del audiovisual contemporáneo. Cine dialogado, en ella sus imágenes desechan cualquier esfuerzo por mostrar expresividad o potencia alguna. Por lo tanto, deposita todo en su entregado reparto bajo un desaprovechado entorno cerrado y en un guión con mensaje aleccionador, que tiene como objetivo servir como golpe de efecto. Probablemente por ello se llevó el premio especial del jurado. Uno de los más incomprensibles, viendo las propuestas con las que competía.

    Bajo terapia, de Gerardo Herrero
    Saudade fez morada aquí dentro (Haroldo Borges, 2022) es una película compleja, una especie de coming of age a la inversa, ya que el protagonista está sufriendo una ceguera irreversible. Su toque documental la dota de un verismo tangible pero la propuesta fracasa por su puesta en escena a base de bandazos donde la tragedia se difumina por momentos y su metraje se estira. A pesar de ello recibió el galardón al mejor montaje —otra de las decisiones discutibles—. El relato solo cobra vida en su último acto, cuando examina con fuerza lo que supone perder la mirada en un momento vital de estar en proceso de encontrarla. Interesante por su verismo cercano y la credibilidad de su actor protagonista.

    Las buenas compañías (Silvia Munt, 2023) es otra especie de coming of age de evidente compromiso político-social y de cierto tono intimista. Relata una microhistoria de descubrimiento sexual adolescente ambientada en el País Vasco, con la lucha a favor de la legalización del aborto durante la España de la Transición. Posee cierto rigor estético consecuente, ya que no se avergüenza de una pátina de cine comercial e industrial y tics televisivos. Lo que hace que pague su peaje correspondiente, ya que sufre de ciertos pasajes musicales que ponen en cuestión su capacidad para emocionar. Por otro lado, hay que decir que los temas tratados están reflejados con firmeza y dignidad, y tiene muy pensado el punto de vista principal.

    Más satisfactoria fue Una vida no tan simple (Felix Viscarret, 2023), aun cuando acusa cierta sensiblería y reiteración en su último acto, empañando el acabado general de esta comedida comedia agridulce y a la vez amable que explora con acierto las complejidades a las que se afrontan las nuevas generaciones: precariedad, monotonía conyugal, la conciliación y el fracaso laboral. Su reparto defiende con soltura las posibilidades cómicas del guión sin forzar las situaciones.

    Una de las mayores sorpresas fue la película mexicana Zapatos rojos (Carlos Eichelmann Kaiser, 2022), que bajo sus imágenes rectas y montaje seco hay una historia pequeña, una road movie de redención cargada de enormes tramos silentes. Es notoria por la capacidad de su director para construir, mediante un tono dramático y sincero, una historia casi tangible y reconocible con total solemnidad y respeto. Su director, en la rueda de prensa, reconoció la inspiración de títulos como Una historia verdadera (David Lynch, 1999), Paris, Texas (Wim Wenders, 1984), cuyas imágenes pueden venir a la mente de cualquier espectador porque los paralelismos y conexiones son evidentes. También recuerda a la reciente e injustamente infravalorada Cry Macho (Clint Eastwood, 2021). Refleja ciertas temáticas —la soledad, la pobreza, el dolor o lo inhumano y absurdo de lo burocrático— con una solidez ejemplar en su puesta en escena. Incomprensiblemente fue premiada con tibieza y solo obtuvo el premio a mejor fotografía.

    Zapatos rojos, de Carlos Eichelmann Kaiser
    Sica (Carla Subirana, 2023) tiene puntos de conexión con otros títulos comentados. Es otra especie de coming of age, con la peculiaridad de que explora la geografía gallega mediante un relato sobre la pérdida, un drama con tintes de fabula con férreo punto de vista y una actriz amateur. Está rodado en 16 mm y posee un notable diseño de sonido, pero está lleno de lugares comunes del nuevo cine español, y la propuesta se agota rápidamente a pesar de tener buenas ideas plásticas. De hecho, sus tintes fantásticos, desaprovechados, tienen una notoria reminiscencia de Lúa Vermella (Lois Patiño, 2020), proyectada en la sección Zonazine en la edición de 2020.

    Empieza el baile (Marina Seresesky, 2023) resultó ser una película más que agradable, tierna road-movie de reencuentros, muy equilibrada en su sólido y equilibrado guión entre la comedia y lo dramático. Protagonizada por dos veteranos, Dario Grandinetti y Mercedes Morán, que sostienen con soltura un metraje lleno de ritmo, insuflan el aire fresco del que carecían varias propuestas del certamen, y que por ello no es casualidad que obtuviese el premio del público a la mejor película.

    Empieza el baile, de Marina Seresesky
    Desperté con un sueño (Pablo Solarz, 2022) presenta una plantilla de clichés. Se trata de otro coming of age con el oficio del arte de fondo, ya que su protagonista, un adolescente (Pablo Ferro), desea dedicarse a la actuación. La película, de tintes autobiográficos, tiene la curiosidad de que está protagonizada por el propio impulsor de su guión. El artificio de la propuesta, que apenas dura 76 minutos, se destapa en sus primeros instantes, que nos avisa que estamos ante una película de rostros, silencios profundos y bustos parlantes. Una propuesta que no se entiende demasiado que figurase en la sección oficial y ni mucho menos que obtuviese el premio especial de la crítica.

    Unicorns (Unicornios) (Álex Lora, 2023) tenía numerosos apuntes interesantes por su ambicioso guión escrito a cuatro manos (Pilar Palomero, María Mínguez, Álex Lora, Marta Vivet). De puesta en escena fluida, reflexiona sobre la creación de imágenes en redes sociales, su uso, el cinismo y las contradicciones morales que rodea todo ello en los discursos de sus implicados. Pone en solfa cuestiones como el poliamor, el mercadeo de imágenes eróticas, los peligros de la exposición en redes sociales y la monetización o la superioridad de determinados discursos y etiquetas fáciles que el capitalismo explota cómodamente, véanse el feminismo o el ecologismo. En ella la búsqueda de imágenes y de la creatividad reflejan las inquietudes de una generación frustrada que se relaciona con una superficialidad cotidiana y la asume como parte natural de un estado transitorio.

    Unicorns (Unicornios), de Álex Lora
    El Fantástico caso del Golem (Juan González, Burnin Percebes, Nando Martínez, 2023), fue una escasas comedias que poblaron la sección oficial. Resulta esperpéntica y desastrosa en su ejecución, caracterizada por largos planos generales, varios ligeros zooms y gamas cromáticas llamativas. Con todo ello es incapaz de construir fluidez alguna de lo que sucede en lo cómico. Se agradece lo arriesgado de la propuesta, pero se queda en un completo salto al vacío. Y es que el denominado poshumor no siempre funciona ni hace gracia y nos encontramos ante un caso notable. El pase de prensa fue bastante incómodo, con espantadas a ratos según avanzaba el metraje de distintos asistentes —prensa incluida—. Nadie parecía encontrar gracioso lo que ocurría en la pantalla, algo preocupante en una sala casi llena para ver una comedia.

    Otro coming of age, esta vez dual, fue la panameña Las hijas (Kattia G. Zuñiga), que expone con altura una historia mínima, también autobiográfica. De puesta en escena rigurosa y cuidada fotografía que realza la belleza de lo cotidiano con colores vivos, las imágenes contrastan con la tristeza interior de sus protagonistas, unas jóvenes que realizan un viaje para conocer a su padre, al que no han visto desde hace años. Es una acertada propuesta consciente de sus posibilidades: una historia pequeña con los puntos de vista muy claros y cuya mirada es muy recta a la hora de narrar el material. Sus valiosos y modestos recursos cinematográficos fueron de lo mejor de la sección oficial. Se llevó el galardón de mejor película iberoamericana.

    Las hijas, de Kattia G. Zúñiga
    La puertorriqueña La pecera (Glorimar Marrero Sánchez, 2023), bastante fallida, es un duro drama sobre el cáncer, pero inoperante por su acabado formal repleto de momentos contemplativos y tiempos muertos estirados en su componente trágico, elementos que ahogan todas las posibilidades de su potente guión ya que de forma documental expone las problemáticas que sufren diversas zonas de Puerto Rico fruto de la herencia colonial que ha desembocado en una situación de inasumible contaminación de sus playas.

    Tremendamente irregular resultó 20.000 especies de abejas (Estibaliz Urresola, 2023), Biznaga de Oro (el máximo galardón del festival) a mejor película española. Decimos irregular porque fracasa en muchos aspectos, como su disparidad de criterios formales. Véase la cantidad de resoluciones desiguales a lo largo de todo su planificación, el abordar demasiados puntos de vista en un relato que desecha potenciales y numerosos conflictos o su abultado metraje (129 minutos), que agrava defectos, muchos en su resolución, donde la cineasta logra alguna imagen valiosa con la que cerrar la película, pero no puede evitar regodearse para emocionar al espectador y decide estirar lo mostrado e insinuado instantes anteriores. Aunque hay hallazgos en ella, los consigue cuando el relato centra la mirada en su protagonista; aún con ello, en algunas situaciones hasta desperdicia y despacha momentos tremendamente reveladores como el desvelo y encuentro con lo religioso. Lástima que el tema no esté reflejado con el mismo rigor formal durante todo su metraje y encontremos tanta irregularidad visual de idas y venidas en su planificación donde por momentos uno casi espera una marca de agua publicitaria. Como muestra de las problemáticas de 20.000 especies de abejas, la actriz Patricia López Arnaiz —notable en su rol de madre que carga con el sufrimiento de su hija— posee tanta presencia y protagonismo en el metraje como Sofía Otero, verdadera protagonista del film, de forma que el galardón que obtuvo López Arnaiz a mejor actriz de reparto (y no principal) resulta hasta confuso.

    20.000 especies de abejas, de Estibaliz Urresola
    Una sorpresa fue La desconocida (Pablo Maqueda, 2023), turbio y contenido thriller psicológico de imágenes rectas y montaje sintético que aborda incomodidades y no se echa atrás en su valiente propuesta. Por su puesta en escena y por su apuesta temática tiene ciertas reminiscencias del cine de Carlos Vermut. De hecho, en ella participa Santiago Racaj, director de fotografía de Magical Girl (Carlos Vermut, 2015). Manolo Solo y Laia Manzanares interpretan con soltura a sus inquietantes personajes. Su director, Pablo Maqueda, explicó en rueda de prensa que nos hemos acostumbrado a que al público se nos dé la razón cuando vamos a ver una película, y que por eso hace películas que plantean preguntas. Probablemente sea de lo más genuino y mejor de la cosecha de este año 2023. Incomprensiblemente se fue de vacío en el reparto de premios.

    La desconocida, de Pablo Maqueda
    El castigo (Matías Bize, 2022) analiza un matrimonio y la maternidad a partir de una desaparición del hijo de los protagonistas en un bosque. Rodada en plano secuencia, algo que le valió el premio a mejor dirección, y centrada en los diálogos de sus personajes, explora a fondo las entrañas y problemáticas de la maternidad. Su reiteración dialogada y su propuesta visual alargan la propuesta de tal forma que los golpes de efecto resultan inoperantes.

    Un soplo de aire fresco fue Upon Entry (La Llegada) (Juan Sebastián Vásquez, Alejandro Rojas, 2022), thriller de conversaciones sobre las complicaciones burocráticas a las que se enfrenta una pareja para entrar a Estados Unidos. El sueño americano choca con su llegada al país. De tono pesadillesco pero algo tibio en sus imágenes, la puesta en escena quizá requería mayor turbiedad a la hora de narrar los longevos e incómodos interrogatorios a los que se enfrenta la pareja protagonista, unos notables Alberto Ammann —ganador al premio a mejor actor principal— y Bruna Cusí que se desenvuelven con soltura, aportando veracidad y cercanía en sus respectivos roles. Se trata de una película muy lucida para los actores, los cuales incluso aportan cierta brillantez a la hora de transmitir alivio cómico en sus palabras así como inquietud en su gestualidad. Se trata de una película ágil y que no se complica en su efectiva planificación visual y aprovecha la entrega de sus intérpretes, ello lo logra en gran parte por el pulso de su montaje, que condensa en tan solo 74 minutos el agresivo interrogatorio al que es sometida la pareja.

    Upon Entry (La entrada), de Juan Sebastián Velázquez y Alejandro Rojas
    El certamen lo cerró, fuera de competición, la comedia Como Dios manda (Paz Jiménez) producción de AtresMedia de tono amable para cerrar como nos tiene acostumbrados el festival. Lo curioso es que, siendo una comedia de redención familiar muy clásica en su estructura, posee una mezcla de clichés con bastantes resortes de incorrección política, algo que llama la atención por el clima de confort y sensibilidad parte del público contemporáneo, sobre todo el más joven, que en no pocas ocasiones es incapaz de disfrutar y valorar una ficción que no le dé la razón o planteé posturas diferentes a su pensamiento. Y decimos esto porque el guión de Marta Sánchez presenta una amalgama de chistes y gags —algunos de ellos visuales y resueltos con sencillez— que demuestran inteligencia al construir la comedia a partir de caricaturizar personajes y situaciones contrapuestas. Su protagonista, un hombre recto y conservador —interpretado por un Leo Harlem que sorprende—, trabaja en Hacienda. Debido a una sanción es trasladado al Ministerio de Igualdad, y allí su personalidad contrasta con la sensibilidad y las complejidades que plantea esta nueva sociedad globalizada, así como la convivencia laboral con colectivos emergentes progresistas. Como en las buenas comedias, no se juzga a los personajes sino que se les expone y se les sitúa en situaciones de choque para conseguir la efectividad de los gags y el ritmo de la narración. De fondo hay temas complejos e importantes, los mismos que articulan las películas que suelen ser premiadas y valoradas en todos los certámenes, muchas de supuesto prestigio y que suelen ser calificadas como “necesarias”, “conmovedoras” o “bonitas”. Esto es, la empatía con el otro, el ecologismo, el respeto hacia colectivos maltratados o la complejidad familiar que implica para generaciones veteranas el tratar el tema de la transexualidad en los núcleos familiares. Todo ello basado en una historia real, por lo que estamos en el mismo caso de muchas películas “relevantes” por su carácter testimonial. Lo valioso es que el conjunto no se complica, ni la película está para, sino que el tema aperece de fondo, y la forma, aunque sea visualmente un tanto rutinaria —su acabado en la fotografía luce un tanto como el estándar de muchos tipos de producciones similares—, resuelve o introduce de forma sencilla muchos de sus pasajes con elementos tan básicos —parece que olvidados hoy día— como un contraplano para construir un gag. Por todo ello resulta una película bastante sincera y directa que entiende las dinámicas de la comedia y respeta a sus personajes porque en el fondo los sitúa en una situación de igualdad.

    Como Dios manda, de Paz Jiménez
    Como bonus track, en las secciones paralelas se pudieron ver películas interesantes. Es el caso de la sección Zonazine donde hubo una agradable sorpresa, Matar Cangrejos (Omar A. Razzak, 2023), que ganó la biznaga de plata a mejor película española. Otro coming of age con tintes autobiográficos y trasladado a imágenes de forma dual, como Las hijas. Su director pone en imagen un escenario olvidado por la cinematografía de nuestro país, las Islas Canarias, para narrar este relato ambientado durante los años noventa. Concretamente en 1993, fecha en la que el territorio insular sufría un paro galopante pero los medios de comunicación estaban volcados con la llegada de Michael Jackson a Tenerife. El film transita con mucha inteligencia y leves tics del documental un firme relato de crecimiento y búsqueda donde las miradas infantil y adolescente —extraordinariamente interpretadas por Paula Campos (Paula) y Agustín Díaz (Rayco)— observan la realidad que les rodea: su mundo gira en torno al trabajo de su madre soltera, que trabaja en un zoológico, y una abuela a la que le espera una tragedia ya que se encuentra en trámites legales para no ser expulsada de su hogar, algo que Omar A. Razzak muestra pero no subraya, mostrando así la amenaza de las futuras infraestructuras hoteleras que se instalarán a lo largo de la isla en los años venideros. De hecho, la película se atreve a mostrar diferentes tiempos muertos de estos niños que pasan el verano y vemos cómo su mirada crece mientras juegan en los cimientos de un gran complejo hotelero en construcción o establecen curiosas relaciones como la de Rayco con un indigente, una tierna y extraña amistad un tanto peculiar que recuerda a algunos films de Takeshi Kitano como Boiling Point (1990) o El verano de Kikujiro (1999). La película, en su sencillez, expone el mestizaje autóctono y global de la cultura de los noventa utilizando potentes peculiaridades como el boom de la música electrónica en España, la llegada de Michael Jackson a la isla como metáfora o la futura invasión turística.

    Matar cangrejos, de Omar A. Razzak
    En la sección documental, fuera de concurso vi propuestas tan dispares e interesantes como TransUniversal (Rafael Robles, Rafatal) y La importancia de llamarse Ernesto y la gilipollez de llamarse Eric (César Martínez Herrada). El primero una compleja radiografía y recopilación de los logros y dificultades que ha tenido el movimiento trans en España, que traza una cronología del movimiento mediante imágenes de archivo y testimonios de importantes figuras de distintas generaciones del colectivo; el segundo es un completo retrato artístico y personal de Eric Jiménez, donde el carismático músico se sincera y desnuda a través de imágenes de archivo, testimonios y diferentes perfomances: un documento ágil, que aprovecha la vis cómica del artista y recorre una parte fundamental de la escena musical granadina.

    Fuera de concurso se pudo ver Asedio (Miguel Ángel Vivas), intenso y nervioso thriller de aparato técnico admirable en la dirección, montaje, fotografía y diseño de sonido, que supuso todo un soplo de aire fresco. Un buen y notable ejercicio de género de geografía asfixiante —rodada en formato 4:3— y percusiones galopantes. Entre sus virtudes reside la inteligente determinación de centrar las imágenes en el rostro de Natalia de Molina. Por otro lado, lástima de algunas decisiones de guión en su tramo final. En cualquier caso, ello no hace de menos todo el gran trabajo realizado en su puesta en escena.

    Asedio, de Miguel Ángel Vivas
    Coda final: necesidades de renovación (industria, producción, creatividad, exhibición)

    Esta edición ha presentado las mismas problemáticas de otras recientes ediciones, y es que entre tanta cantidad de películas seguimos encontrando una evidente irregularidad en su calidad. Películas que proponen premisas y puntos de partida interesantes y que no siempre están a la altura de lo que ponen sobre la mesa, o cuyas imágenes no están al nivel de lo representado, habiendo en algunas de ellas la intención de ello y en otras directamente una apuesta por sobreponer la palabra a la imagen. Algo preocupante, ya que algunos de estos trabajos duran 90 minutos y dan la sensación de ser cortometrajes alargados, cuando no un cine dialogado que se entiende sin prestar atención a las imágenes. Aunque siempre hay excepciones, y el certamen tuvo propuestas muy estimables, como el caso de Matria, cuya idea parte de un cortometraje y su creador Álvaro Gago evidencia un más que evidente salto hacia adelante. Al igual que el año pasado, se refleja de que el cine iberoamericano está un paso por delante en cuanto a decisiones formales, y ello se refleja en el conjunto y acabado de sus películas. También hay que señalar que, como dije al inicio, en otras ediciones esto ha sido mucho más notorio.

    El certamen plantea otras cuestiones, como que este nuevo cine español empieza a dar graves señales de agotamiento en sus propuestas visuales y temáticas o que la selección y las películas exhibidas ponen en el candelero la grave situación de la exhibición cinematográfica de nuestro país, donde por desgracia muchas de las películas presentadas no llegarán como deberían a muchas de las salas de todo el territorio español, quedando así la gran mayoría relegadas a el esfuerzo de las distribuidoras que imaginamos que harán todo lo que puedan para tener un mayor alcance, a las cosechas de premios y al destino de los eslóganes intercambiables de una parte del periodismo cinematográfico que en numerosas ocasiones hace un flaco favor a las películas creando unas expectativas que luego pueden no verse cumplidas.


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