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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | El club del odio

    || Críticas | Americana 2023 | ★★☆☆☆ ½
    El club del odio
    Beth de Araújo
    Blanca barbarie


    Juan Velis
    Buenos Aires (Argentina) |

    ficha técnica:
    Estados Unidos, 2022. Título original: Soft & Quiet. Dirección: Beth de Araújo. Guion: Beth de Araújo. Compañías productoras: Blumhouse Productions, Second Grade Teacher. Música: Miles Ross. Fotografía: Greta Zozula. Montaje: Lindsay Armstrong. Reparto: Stefanie Estes, Olivia Luccardi, Eleanore Pienta, Dana Millican, Melissa Paulo, Jon Beavers, Cissy Ly, Nina E. Jordan, Jayden Leavitt, Shannon Mahoney, Jovita Molina, Rebekah Wiggins. Duración: 91 minutos.

    La ópera prima de la realizadora norteamericana Beth de Araújo (de madre de raíces chinas y padre nacido en Brasil) empieza con un primerísimo plano de Emily (Stefanie Estes), una radiante maestra de kindergarden, notoriamente angustiada y frustrada. Está en el baño, desplomada en el inodoro. De pronto, levanta ante sus ojos un test de embarazo. La película introduce un atrayente primer enigma, ante la no evidencia certera del resultado de dicho test: ¿su desazón se debe a la fatalidad de un imprevisto embarazo no deseado o a la recurrente imposibilidad por concretarlo? El misterio no demorará mucho su resolución, acaso demasiado repentina.

    Es que Soft & Quiet presenta rápidamente a sus personajes, a través de una asertiva cámara en mano que articula un plano secuencia sostenido de principio a fin (con sus respectivos trucos de montaje para concretar el efecto), imponiendo un contexto de interrelación tal que no hace otra cosa que derribar cualquier vestigio de enigma y misterio latente. Lejos queda aquella primera acuciante intriga preliminar, punto central de caracterización de personaje que se retomará oportunamente, para dar paso al relato de un grupo de mujeres que se conocen poco, pero que no precisan de la constitución de un vínculo afectivo para afianzar su comunión. Las une la visión político-ideológica del mundo, una no tan sorprendente como podría esperarse. Hay una reunión secreta, clandestina, casi sectaria, en una capilla; y luego una serie de contingencias tan truculentas como descabelladas. Conviene no adelantar mucho más de la trama, salvo advertir que se trata de una película muy ágil y audaz pero a la vez exasperante, tan tajante en su visión crítica como predecible.

    Beth de Araújo decide abordar un tópico habitual en el cine de género actual, tendiente a generar un automático impacto revulsivo y a la vez crítico en las audiencias: el odio acérrimo y resentimiento social de clase, expuesto aquí de manera explícita. La narrativa sitúa el punto de vista en un puñado de fervientes supremacistas blancas pro-Trump, que enfatizan indignadas que las marchas del Black Lives Matter y los enérgicos feminismos del Time’s Up están derrumbando terminantemente el esquema tradicional de la familia como histórica institución simbólica.

    Próxima a abordajes satíricos recientes de tópicos semejantes —la obscena distinción entre ricos y pobres, los republicanos versus demócratas—, Soft & Quiet fuerza el reenvío a populares estrenos como El menú (The Menu, Mark Mylod, 2022), El triángulo de la tristeza (The Triangle of Sadness, Ruben Östlund, 2022), o la menos masiva e independiente La caza (The Hunt, Craig Zobel, 2020). El debut de Araújo comparte con estos títulos —que también abrazan los horizontes estéticos del horror— la característica común de fijar sus propósitos conceptuales de manera bien declamada y pronunciada. Hay lugar, no obstante, para ciertas discordancias internas: las categóricas motivaciones o impulsos de sus protagonistas, conducidas por el odio de clase, parecen anunciar cierto estallido final que se adivina pirotécnico y sanguinario; pero la cámara, tan movediza como furtiva, opta en varios momentos por el fuera de campo, acentuando ciertos gestos o acciones puntuales desde el sonido (un tremendo alarido en el momento de un golpe, por ejemplo) que bloquean así la estilización en forma de violencia gráfica.

    Otro punto acaso problemático es este exceso de afirmación de lo impiadosamente real en la naturaleza patente de sus personajes, que pasan de aparentar ser estrategas intelectuales a salvajes fieras adoctrinadas, blanca barbarie. Esta es ciertamente la representación que la directora quiere ofrecer de este equipo como recorte de un concepto de modelo social global y generalizado. Pero el problema es que, finalmente, no hay subtexto posible, como tampoco hay concatenación de vértigo o persecuciones magníficamente orquestadas.

    Aún sin la necesidad de salpicar sangre y vísceras como búsqueda de una estetización extrema, la película (d)enuncia a modo de reafirmación el horror próximo de lo real: ese implacable desmoronamiento ético-social que nos llevará a la propia destrucción y que podríamos encuadrar bajo la concepción de la más descarnada misantropía. ¿Acaso el cine misantrópico es plausible de ser comprendido como una crítica voraz y aguda al sistema? ¿Merece este tipo de arrojos a la sátira política, deudora de rasgos estilísticos del horror, un reconocimiento apropiado? A lo mejor sí, y esta primera aventura de Beth de Araújo podría significar un inicio prometedor. Pero también se admite la duda y la desconfianza ante ciertos tratamientos que exponen tan desmesuradamente estos arquetipos enfrentados en pos de reiterar un panfleto político que muchas veces nos termina haciendo confluir en las contradicciones: más allá de las ideologías y trasfondos de pertenencia de clase, la conclusión común es que la desdichada humanidad merece la urgente extinción. El regodeo en el odio formal hacia el ser humano como un horizonte privilegiado para el cine de horror contemporáneo resulta tan eficaz como polémico y controvertido.

    En Soft & Quiet lo único verdaderamente «suave» y «tranquilo» es la reservada estratagema que Emily introduce con una mueca de indisimulado orgullo al explicarle a sus compañeras que «deben ideologizar a la población de manera suave y solapada…». En definitiva, estamos ante una concatenación de acentuados gestos de crueldad, mordacidad y patetismo en personajes que, de tan salvajes, casi que relativizan la atrocidad de sus discursos. Se trata de un sucio camino de diálogos arteros y racistas que no puede más que desembocar en la efectivización física de esa carga de represión moral: como resultado, tenemos una declaración cinematográfica misantrópica que saca a relucir lo más salvaje e inescrupuloso de la preeminencia del ser humano en el mundo (y la fuerza infranqueable de un pérfido y latente ideario conservador que en amplios sectores sigue más vivo que nunca). Con todo, es una película despojada de artificios y efectismos, en donde la caracterización de personajes constituye el punto más atractivo y, a la vez, el más problemático de la cuestión.


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