|| Críticas | ★★☆☆☆
Llaman a la puerta
M. Night Shyamalan
Sabes que va a ser verdad
Raúl Álvarez
ficha técnica:
EE.UU. 2023. Título original: Knock at the Cabin. Director: M. Night Shyamalan. Guion: M. Night Shyamalan, Steve Desmond y Michael Sherman. Productores: Marc Bienstock, Ashley Fox, Christos V. Konstantakopoulos, Ashwin Rajan, Steven Scheneider, M. Night Shyamalan. Productoras: Universal Pictures, Blinding Edge Pictures, FilmNation Entertainment, Perfect World Pictures, Wishmore. Fotografía: Jarin Blaschke y Lowell A. Meyer. Música: Herdis Stefánsdóttir. Montaje: Noemi Katharina Preiswerk. Reparto: Dave Bautista, Jonathan Groff, Ben Aldridge, Rupert Grint, Nikki Amuka-Bird, Abby Quinn, Kristen Chu.
EE.UU. 2023. Título original: Knock at the Cabin. Director: M. Night Shyamalan. Guion: M. Night Shyamalan, Steve Desmond y Michael Sherman. Productores: Marc Bienstock, Ashley Fox, Christos V. Konstantakopoulos, Ashwin Rajan, Steven Scheneider, M. Night Shyamalan. Productoras: Universal Pictures, Blinding Edge Pictures, FilmNation Entertainment, Perfect World Pictures, Wishmore. Fotografía: Jarin Blaschke y Lowell A. Meyer. Música: Herdis Stefánsdóttir. Montaje: Noemi Katharina Preiswerk. Reparto: Dave Bautista, Jonathan Groff, Ben Aldridge, Rupert Grint, Nikki Amuka-Bird, Abby Quinn, Kristen Chu.
Muy fácil: las cosas que pasan en el cine de Shyamalan ya no se explican desde una simultaneidad entre experiencias psíquicas y fenómenos físicos, lo cual abría la puerta a un sugerente fantástico, llamémosle, espiritual, sino que funcionan a partir de la pura y dura fenomenología causa-efecto. Es lo que distingue la narrativa y el efecto subjetivo de El protegido (Unbreakable, 2000) con respecto a Glass (2019), o los de El sexto sentido (The Sixth Sense, 1999) en relación con La visita (The Visit, 2015). Hace diez años, el director nos habría hecho dudar hasta el último momento acerca de las motivaciones que mueven a los intrusos de Llaman a la puerta; hoy la película es tan clara en sus intenciones, que por momentos Shyamalan parece estar cumpliendo una lista de condiciones típicas de una plataforma de streaming. Ha cambiado nieblas por tardes de paseo.
Eric (Jonathan Groff) y Andrew (Ben Aldridge) son un matrimonio de homosexuales que disfrutan junto a su hija Wen (Kristen Chu) de unos días de vacaciones en una idílica cabaña. Mientras la pequeña juega en el campo cazando saltamontes, un grupo de extraños liderados por el imponente Leonard (Dave Bautista) alteran la paz del lugar al hacer una advertencia desconcertante. A menos que Eric, Andrew o Wen, uno de ellos, sea asesinado por sus propios familiares, se producirá el fin del mundo. Tras una presentación bastante eficaz de esta situación, que Shyamalan muestra a partir de una planificación cerrada de primeros planos y planos detalle, y de la composición de un cada vez mejor Dave Bautista –la misma jugada de Múltiple (Split, 2016)–, el cineasta trata de urdir, sin lograrlo del todo, una de sus características tramas de trampantojo. Esta vez, la cuestión consiste en dilucidar si Leonard y sus amigos son quienes dicen ser –ni más ni menos que los cuatro jinetes del Apocalipsis– o si, por el contrario, forman una banda de psicóticos enviados por alguna secta de carácter homófobo para asesinar a Eric y Andrew.
La incertidumbre se disipa exactamente a la media hora de metraje, cuando Eric ve un destello divino detrás de la figura de Leonard justo antes de que éste dirija el primer «sacrificio ritual». Da igual que Eric haya sufrido una conmoción minutos antes. La puesta en escena de ese momento es tan concreta y explícita, porque la visión de la cámara no es subjetiva, que esa luz de dios no puede confundirse con una alucinación fruto del shock que sufre Eric. Pensemos, por ejemplo, en las visiones del personaje interpretado por Joaquin Phoenix en Señales (Signs, 2002) y comparémoslas con esta de Eric. Aquel Shyamalan sabía engañar o, mejor dicho, hacer partícipe al público de la fragilidad mental y las dudas existenciales de sus personajes, para después sumirlo y arrastrarlo hacia un desenlace necesariamente catártico, pero nunca incompatible con sus famosas trampas de guion. Este Shyamalan es incapaz de sostener el suspense de esa manera, por lo que recurre a flashbacks que aportan muy poco o nada al sustrato de la historia. Aunque las detesto, se hace necesaria otra comparación en este sentido: midamos el valor de los flashbacks en El bosque (The Village, 2004) y ahora hagamos lo propio con los de Llaman a la puerta. ¿Pero qué había que aclarar? Si hasta Leonard y sus compañeros se toman la molestia de presentarse ante la familia de Wen para que quede claro qué jinete del Apocalipsis es cada uno.
Es evidente que a Shyamalan no le sienta bien manejar material ajeno. Sus peores películas, sin excepción, parten de ideas de otros, y todas son posteriores a El incidente. Como guionista de revelaciones que es –hay muchos y muy distintos entre sí en la historia de cine, de Murnau a Spielberg–, su escritura es incompatible con tener finales dados, porque le cuesta adaptar y trasladar la historia desde las coordenadas de otro autor hasta las suyas. Esta circunstancia además esquila las formas de un cine tan necesariamente simbólico como el suyo, puesto que le ofrece un escaso margen para crear imágenes propias. Aquí, la lluvia de aviones y poco más, que para colmo viene a ser una variación a gran escala de los suicidios El incidente y, al límite del plagio, de los desastres aéreos de Señales del futuro (Signs of the Future, Alex Proyas, 2009). Queda pendiente para otro texto la analogía/saqueo con respecto a esta película.
Otra consecuencia alarmante de esta falta de tino es que Shyamalan visibiliza de una manera cada vez más torpe sus creencias religiosas, por otro lado absolutamente respetables. Como en su cine ya no hay lugar para la sincronicidad, esto es, lo fantástico o lo espiritual desnudando lo cotidiano, ahora sus asuntos de fe se presentan como sermones para creyentes. La redención de los pecados del hombre y la fe en la providencia –de eso trata Llaman a la puerta, de eso trata siempre el cine de Shyamalan– son ideas que piden sutileza y mimo tanto en las palabras como en las obras. Si la mejor definición es el ejemplo, escribió Sainte-Beuve, Shyamalan hace tiempo que predica mirando al suelo.