|| Críticas | ★★★★☆
Asuntos familiares
Arnaud Desplechin
Bajo los dominios soñadores de una herencia literaria
David Tejero Nogales
ficha técnica:
Francia, 2022. Título original: «Frère et soeur». Director: Arnaud Desplechin. Guion: Arnaud Desplechin, Julie Peyr. Productores: Pascal Caucheteux, Olivier Père. Productoras: Why Not Productions, Arte France Cinema. Distribuida por: VerCine distribución. Fotografía: Irina Lubtchansky. Música: Gregoire Hetzel. Montaje: Laurence Briaud. Diseño de producción: Toma Baqueni. Diseño de Vestuario: Judith de Luze. Reparto: Marion Cotillard, Melvil Poupaud, Golshifteh Farahani, Patrick Timsit, Benjamin Siksou, Francis Leplay, Joël Cudennec.
Francia, 2022. Título original: «Frère et soeur». Director: Arnaud Desplechin. Guion: Arnaud Desplechin, Julie Peyr. Productores: Pascal Caucheteux, Olivier Père. Productoras: Why Not Productions, Arte France Cinema. Distribuida por: VerCine distribución. Fotografía: Irina Lubtchansky. Música: Gregoire Hetzel. Montaje: Laurence Briaud. Diseño de producción: Toma Baqueni. Diseño de Vestuario: Judith de Luze. Reparto: Marion Cotillard, Melvil Poupaud, Golshifteh Farahani, Patrick Timsit, Benjamin Siksou, Francis Leplay, Joël Cudennec.
El espectro, en este caso familiar, habita en la relación entre dos hermanos que llevan años sin hablarse, enquistando un problema que el relato esquiva y elude. La razón de esa enemistad, u odio, no atiende a razones concretas porque al director de Fantasías de un escritor (2021), no le interesan los motivos, lo que le impulsa son los mecanismos que surgen de ello. Alice (Marion Cotillard), es actriz de teatro, Louis (Melvil Poupaud), escritor. Ambos transitan espacios de oscuridad y de aislamiento. El realizador elabora sus habituales teorías de metaficción a través del desdoblamiento de figuras. La actriz, parte de un decorado en donde intercambiar papeles mientras el escritor expone sus intimidades por medio de la palabra o de la literatura. Es condición sine qua non del autor que sus actores hablen repentinamente a la cámara rompiendo la cuarta pared. Una sesión de psicoanálisis frente a los espejos de la ficción. Louis se convierte de ese modo en el dispositivo teatral del filme al interpelar a los espectadores. Sin embargo la actriz, en este caso, Alice, deberá operar en escenarios oscuros, en el cual el contracampo de un hipotético patio de butacas nunca será filmado. Su trabajo se funde en la espesura de un teatro dominado por un doloroso sentido del infinito. La cámara se mueve con pasos circulares alrededor de ese escenario de sombras e inunda con desplazamientos laterales un estadio flotante, de miedo e inseguridad. Por supuesto la tradición de involucrar al espectador con esas cartas leídas en voz alta por los actores entronca con muchos de los argumentos del cine clásico europeo, en especial el cine de François Truffaut, autor con el que Desplechin guarda más de un parecido. Manifiesta dentro del grueso de su filmografía una pasión romántica por las historias novelescas; también su estructura principal se origina en base a sus experiencias personales y familiares, por la cual desarrolla sus obsesiones más notorias e importantes.
Los símbolos afectivos de unos hermanos egoístas se infiltran en Asuntos familiares a cuentagotas dejando latir el carácter egoísta, todavía infantil de ambos personajes. Hay una sensación de funambulismo en esos encuentros que rehúyen una y otra vez como dos niños jugando al escondite. Alice y Louis se evitan, pese a que cohabitan espacios contiguos. Muy significativa la escena en la cual Louis sentado en el pasillo del hospital siente la presencia de Alice por medio de sus andares. La escena filmada por el director en tonos de suspense o terror, tiene un sentido crepuscular. Incluso Alice acaba desmayándose como si hubiera visto a un fantasma. Dos mundos contrapuestos, el de los vivos y el de los muertos, cuyas presencias físicas doblegan cualquier lógica espacial o de perspectiva. Los hermanos personalizan arquetipos de almas errantes en un mundo tenebroso. Por eso Desplechin nos muestra la vida de Louis como la de un ermitaño en un país alejado de toda la civilización. Un paria. Elige una forma de vida fuera del foco de la sociedad. Tanto él, como Faunia, su mujer (Golshifteh Farahani), deciden aislarse de la terrible realidad que les rodea (la muerte de su único hijo). El difícil acceso al hogar, en el que no hay caminos o carreteras y en la que necesitamos caballos para llegar hasta ellos, se ve como una especie de limbo separado del mundo de los vivos. Reconocemos una codificación de lenguajes antiguos en la forma de entender el misterio de la vida por parte del director francés. Las teorías de Werner Herzog sobre lo telúrico recorren pasadizos subterráneos en la necesidad de hallar signos y respuestas en las pinturas rupestres. Se dan mensajes encriptados en esas cuevas o cavernas olvidadas como parte de unos tiempos prehistóricos ajenos a la intoxicación del mundo moderno. Asuntos familiares incide en esa idea de hombre primitivo que no desea contacto alguno con sus parientes de consanguinidad.
El significado de la ficción, o más bien la diversificación de los géneros dentro del cine, se despliegn en Desplechin como pergaminos en donde escribir los códigos acerca de la condición humana. Sus relatos de ficción adoptan forma de pregunta o interrogante manejando verdades a media o mentiras incompletas. Sabe dotar a sus dramas de una apariencia de intriga, de misterio, o cierto romanticismo. Me viene a la mente Soñadores (Bernardo Bertolucci, 2003), con esa extrañísima relación de hermanos que puede entenderse como metáfora de los tropos que atañen a la ficción o al cine. Los adolescentes de Bertolucci también viven ajenos a la realidad encerrados en su apartamento mientras se miran en los espejos de una revolución exterior, en las calles, que apenas les salpica. Esa imagen troca con los poderes ilusorios de la representación (la figura retorica del héroe literario). En este caso Asuntos familiares lo hace desde el teatro más que desde el cine, pero con las mismas intenciones; sublimar los mitos de un imaginario que pretende encapsularse, cambiando una y otra vez de disfraz o rostro. Por si fuera poco, las facciones suaves, apolíneas de Marion Cotillard sintonizan con otras miradas frágiles y tristes del cine europeo, desde la Ana Karina de Godard, a la misma Eva Green, Dominique Sanda, o Liv Tyler en Bertolucci. Desplechin se recrea en esos movimientos pendulares en el escenario del teatro, encadenando un plano secuencia con otro, discreto y elegante que su escritura visual le da a las imágenes un discurrir soñador, de ultratumba.
Buena muestra de esa doble dimensión o heteronomía queda grabada en la secuencia de arranque de Asuntos familiares: dos niveles, uno el de la habitación interior en el que asistimos al velatorio por la muerte del hijo de Louis, filmado en tonos dorados, cálidos e íntimos, y otro, en contraste, el que vemos en el rellano de entrada a la casa en el que el personaje de Alice se muestra agazapada en las sombras, vestida de negro surgiendo en otro espacio paralelo de estilo mucho más oscuro, frio y distante. En esas primeras imágenes, sometidas a una partición, dimensiones que difícilmente pueden relacionarse, duermen las inquietudes endémicas del cine de Desplechin y por extensión las principales claves de Asuntos familiares. Un melodrama en donde el rencor, el odio sinsentido y la ira son instrumentos de desahogo para elaborar teorías fantasmagóricas de soledad y muerte. Un retorno a los orígenes de su universo que, incomprensiblemente, no está recogiendo las criticas merecidas.