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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | La niñera

    || Críticas | Amazon Prime | ★★★☆☆
    La niñera
    Nikyatu Jusu
    La pesadilla del Sueño Americano


    Borja Hernández Máñez
    Los Ángeles |

    Disponible en el catálogo de Amazon Prime

    ficha técnica:
    Estados Unidos, 2022. Dirección: Nikyatu Jusu. Guion: Nikyatu Jusu. Producción: Stay Gold Features, Mouth of a Shark, Topic Studios, Lin Lay Productions, Blumhouse Television. Fotografía: Rina Yang. Montaje: Robert Mead. Música: Tanerélle, Bartek Bliniak. Diseño de producción: Jonathan Guggenheim. Decorados: Caroline B.Scott. Vestuario: Charlese Antoniette Jones. Reparto: Anna Diop, Michelle Monaghan, Sinqua Walls, Morgan Spector, Rose Decker, Leslie Uggams, Olamide Candide-Johnson, Jahleel Kamara. Duración: 99 minutos.

    Si existe algo más doloroso que abandonar el hogar a marchas forzadas, es hacerlo por voluntad propia. Puede sonar paradójico, pues el exilio voluntario es fruto de una decisión, y no de un berrido a punta de pistola. Sin embargo, esa decisión es la que divide la realidad del exiliado, la que la parte en dos mitades irreconciliables: el lugar de origen y el adoptivo. El que se marcha queda atrapado en mitad de esa grieta, donde no existe otro culpable al que responsabilizar; donde no hay causa política o intelectual que aliviane la añoranza. Ni siquiera hallar la fortuna soñada borra la culpa de haberse ido, y mucho menos la rabia hacia un sistema que nunca da lo que promete. Sobre esta dualidad invisible del inmigrante, la directora Nikyatu Jusu construye un thriller psicológico –cercano al terror–, en el que dota con nombre propio a estas dos realidades contrapuestas. Por un lado, el folclore africano y, por otro, el Sueño Americano. Partiendo de esta premisa, Jusu riega su ópera prima con esa pugna de contrarios, y dispone a la protagonista en mitad del envite con un único objetivo: aguantar el golpe.

    Aisha es una joven senegalesa que emigra a Estados Unidos para trabajar como niñera. Huye de un pasado tormentoso que encuentra su reflejo especular en la tierra de las oportunidades –sin duda, más retorcido–. Presa entre dos mitades, Aisha agacha la cabeza y aprieta los puños con tal de conseguir el dinero suficiente para traer a su hijo a Nueva York. Jusu construye a un personaje fracturado que se debate entre la culpa por haber emigrado y la rabia contenida ante los abusos de sus jefes: Adam y Amy. El típico matrimonio blanco y pudiente que milita en Black Lives Matter, pero que luego se olvida de pagarle a su niñera. Esta pareja recuerda a los Armitage de Get Out, o incluso a los Park de Parasite. Sin embargo, Jusu va más allá, y retuerce ingeniosamente las dinámicas de poder entre «jefe» y «empleado», exacerbándolas a una relación más parecida a la de «amo» y «esclavo». A la protagonista no le queda más remedio que subyugarse a la voluntad de sus patrones, pues sabe que de lo contrario nunca podrá ver a su hijo. Ella misma dice: «Son mis dueños. No tengo vida». Y a costa de ella, Aisha intenta sobrevivir a una ilusión de prosperidad que nunca llega.

    Si algo consigue La niñera, a diferencia de otras películas que se adscriben al género del thriller, es ofrecer una compleja dinámica entre los personajes; esa pugna de contrarios a la que me refería. La directora norteamericana logra acercarse a un tono más similar al drama social o familiar, pues no prioriza lo escabroso o el mero jump scare. Esta peculiar hibridación ya se pone de manifiesto en el primer día de trabajo de Aisha, cuando conoce a su antítesis más evidente: Amy, una mujer que vive por su carrera, y olvida que es madre al llegar a casa. Al mismo tiempo, no duda en fardar de ser una feminista convencida. Incluso llega a compararse con la situación de la protagonista: «Tú sabes cómo es, ¿verdad? Ser mujer trabajadora» La diferencia es que Amy vive en un apartamento de lujo, y Aisha hace un mes que no recibe su sueldo. Una trabaja por autorealización, y la otra lo hace por necesidad. Mientras que una puede hacer de madre y ni siquiera lo intenta, la otra es lo único que ansía pero se ve obligada a cuidar de la hija de una desconocida. A esta paradoja cabe añadir otro elemento que incrementa aún más la sensación de claustrofobia. No es solamente la explotación, la misma que ya recibía Aisha en Senegal, sino que vuelve a recibir abusos, reminiscencia de los mismos que recibió en su país, y que dieron como fruto a su hijo Lamine. En este caso, es Adam el responsable de esa extralimitación. Él es el rey de la casa, venerado por Amy como un semidiós que responde con coqueteos indiscriminados a las miradas de devoción de su mujer. Después de intentar aprovecharse de Aisha, le dice que lo mantenga en secreto si no quiere pagar las consecuencias. Todo esto no hace más que meter el dedo en la llaga de la culpa, y alimentar una rabia a punto de estallar.

    Sin embargo, Jusu incorpora a Malik, una suerte de alivio romántico en una trama de tensión creciente, que sirve para invocar a esa otra mitad folclórica. No lo hace de forma directa, sino que es Kathleen –la abuela de Malik– la que da un implícito porqué a las pesadillas de Aisha. A partir de este momento, se desdibuja la línea entre lo real y lo mágico u onírico. La protagonista no deja de tener el mismo sueño. Siempre se ve tumbada en la cama, con las sábanas empapadas como si estuviese durmiendo junto al mar. Poco a poco, el agua la va cubriendo hasta ahogarla y, cuando no es el mar el que invade su sueño, es una araña que se mete en su boca mientras duerme. Lo que antes de conocer a Kathleen posee una explicación racional, cobra una entidad que va más allá de lo explicable. «Yo no creo en la magia», le dice Aisha. «Tú eres la magia», responde Kathleen. Este thriller psicológico adquiere un tono cortazariano cuando otra realidad fantástica irrumpe en la de Aisha. Concretamente, el elemento mágico cobra forma en las figuras de Mami Waka –el espíritu del agua– y la araña Anassi –alegoría de la resiliencia–. Ambos motivos se tratan con cierta ambigüedad, y su presencia apunta hacia varias direcciones. En cualquier caso, la incursión de estos espíritus puede interpretarse como una llamada del hogar, una metaforización de la culpa o incluso una señal de locura incipiente. Aunque Jusu no lo deja claro, sendos símbolos ayudan a cargar con una saturada dimensión temática que no ata cabos, sino que los yuxtapone en un fresco difícil de desentrañar.

    Aunque esta sobrecarga pueda resultar pesada, la ambigüedad del tratamiento simbólico contribuye a la generación de tensión; sobre todo en el primer y el tercer acto. Sin embargo, en el segundo Jusu incluye una relación amorosa que no es más que un pretexto para introducir a Kathleen y asegurar un final «feliz» junto a Malik. La subtrama romántica ralentiza la progresión dramática hasta llegar a un desenlace desgarrador, que se salva de resultar confuso gracias a esa dimensión simbólica sembrada desde el comienzo. La omnipresencia del agua, y la aparición de Mami Waka en forma de sirena pasa de ser imagen de la culpa para ser una solución agridulce y redentora. Algo que Rina Yang –directora de fotografía– plasma sobre todo en las decisiones formales. Durante toda la película, los tonos azules inundan la paleta cromática. Sin embargo, en la última escena aparecen los primeros tonos cálidos. Vemos un plano cenital de una Aisha con los ojos cerrados, sumergida en posición fetal bajo el agua de la bañera. Por primera vez, la imagen aparece más saturada: Aisha nace de nuevo. Lo mismo ocurre con la araña Anassi, símbolo de la supervivencia del más pequeño. Cuando su presencia resulta pesadillesca, la composición de los planos relega a la protagonista a los tercios exteriores. Solo en esa última escena Aisha ocupa los tres tercios; es ella la que toma las riendas y renace a ese hogar adoptivo: «Los actos de los espíritus no siempre albergan bondad. Algunos solo quieren ojo por ojo y diente por diente. Otros solo quieren que renazcas para persistir».

    Aunque el precio de su renacer ha sido alto, una vez purgada la culpa y sanados los estigmas de su pasado, Aisha puede hacer las paces con sus dos mitades. Desaparecen los malos sueños, pero no la fractura que provoca abandonar el hogar. Nikyatu cierra La niñera con una realidad más difícil de digerir, algo que ella misma como hija de una inmigrante sierraleonesa no puede obviar. Aunque Aisha ha conseguido establecerse, ese hogar nunca dejará de ser adoptivo. Ahora deberá seguir aguantando el golpe y persistir, como una araña rodeada de gigantes, en la pesadilla del Sueño Americano.


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