Frédéric Tellier estrena en España Goliath, un thriller político-ecológico con un reparto extraordinario. Hablamos con él a través de videollamada sobre los procesos de su cine.
En tus dos filmes anteriores coescribiste el guion junto a David Oelhoffen. En el tercero lo has hecho con Simon Moutairou. ¿Cómo ha sido la experiencia? ¿Cómo ha sido todo el proceso de escritura?
David es un gran director, y en el momento de abordar este trabajo no estaba libre; estaba trabajando en su nueva película. Por eso hablé con Simon, con el que contacté a través de la distribuidora. Yo ya tenía una primera versión del guion, con sesenta páginas de hecho, cuando él entró en el proyecto. Él principalmente se dedicó a la dramaturgia y al diseño de personajes. Un proceso que duró unos dos años y medio más.
El thriller es un género que permite desenmascarar nuestro presente. Teniendo en cuenta tu filmografía, ¿por qué el thriller?
Justamente por eso (risas), para desenmascarar el presente. Tenía muchas dudas a la hora de abordar la historia. No quería ser demasiado cargante con el tema y por eso busqué una forma más universal. No quería encerrarme en la historia de un agricultor contaminado, no quería encerrarme en una sola historia. Por eso hay tres relatos paralelos. Quería hablar del cinismo, del egocentrismo humano. Pensando en los personajes y en sus acciones, creo que el thriller es el mejor aparato genérico para aguantar la tensión de cada acto. Al final es una cinta de suspense bastante clásica. Con toda su eficacia e impacto.
Pierre Niney (Mathias Rozen) es un actor fantástico, que encabeza un gran reparto. ¿Cómo fue el proceso de casting?
Es un reparto absolutamente fantástico, lleno de nombres de la primera línea del cine francés: Pierre Niney, Emmanuelle Bercot, Gilles Lellouche, que es un dinosaurio, John Paval o Jacques Perrin. Yendo uno a uno: con Niney ya había trabajado antes en Salvar o morir (2018), por lo que fue muy fácil convencerle. Estoy enamorado del trabajo de Bercot desde sus inicios. Es una artista que me gusta mucho y por eso le hice una propuesta que aceptó rápidamente. En el caso de Lellouche, no recuerdo el momento exacto en el que le ofrecí un papel pero lo tuve en cuenta desde el comienzo de la posproducción. Lo había visto en filmes anteriores de género y apreciaba una sensibilidad que era perfecta para su personaje en Goliath. Y qué decir de Jacques Perrin. Fue una emoción increíble tenerlo en el rodaje. Desgraciadamente esta fue su última película. Nos inspiró a todos con su presencia. Cuando le invité a formar parte del filme, me respondió diciendo «veámonos». Comimos en un restaurante de París y él me hablaba de la película pero nunca sobre su participación. Estaba preocupado de que no pudiera ser, por lo que tuve que preguntarle directamente: «¿pero vas a estar?». Y me dijo, rotundamente, que «si no no estaría aquí». Además en esa conversación me subrayó algo que me acompañará toda mi vida: «esta película encarna todos los combates de mi vida». Yo creo que todo el proceso ha sido una mezcla de confianza de todos en el guion y también en una historia que necesitaba ser contada, y que en el universo del cine francés se ha tratado pocas veces. Una concienciación que involucró a todos los actores. Niney pronto dio un paso al frente para afrontar el papel de villano y Lellouche, por otra parte, me comentó que siempre quiso ser abogado. Bercot estuvo ayudando en las reescrituras… Una sincronización fantástica.
¿Y el montaje? Al contar tres historias distintas, la labor de edición es fundamental.
Me gusta mucho esta forma de contar. Ya en mi primera película traté la historia de diferentes perspectivas. Me gustar abordar la narrativa desde varias miradas. En realidad, lo más costoso fue el proceso de escritura, que llevó mucho tiempo tanto en su génesis como en su redefinición. Después el montaje para mí es más sencillo, ya que me baso en el propio guion para llevar a cabo la edición. Entonces para darle al espectador ese vértigo al pasar de una historia a otra, preferí describir los personajes de una manera detallada, hasta viciosa, para que el espectador pudiera sentirse identificado con todos ellos. En ese aspecto, en los saltos del relato, también influye mucho la puesta en escena, la duración de los planos, la profundidad de campo… un poco el trabajo de magia del director. Pero lo principal para mí es que los personajes fueran presentados de forma ambigua, que pudieran ser discriminados por el espectador tanto como héroes como villanos en algún momento de la narración.
Pensando en el futuro, tu próxima película es un biográfico sobre Abbé Pierre. ¿Qué nos puedes contar?
Sí, efectivamente, es un biopic. En España no es muy conocido, sí en Francia. Es una persona que trabajó toda su vida para que todo el mundo pueda tener una vivienda digna. Una persona con una influencia similar a la madre Teresa. Un santo. A pesar de ser un biopic, muy distinto a Goliath, sí que existe una continuidad, al igual que con el resto de mi filmografía. En mi carrera tengo la impresión de continuar un camino. Si tuviera que definir mi línea de trabajo sería observar la capacidad del ser humano de autodestruirse y cómo unos pocos luchan para evitarlo. Este biopic lo rodé justamente después de Goliath. Es una película de época. El personaje nació en 1912 y murió en 2007. Contextualicé, así, en los años 30 y 40, sobre todo en el período de posguerra. Unas épocas que me permiten confrontar las dos visiones comentadas anteriormente. Buscando también una verdad. Algo importante en mi cine. De hecho, no lo he comentado antes, pero todas las cifras que aparecen en Goliath están investigadas y verificadas a nivel científico y periodístico. Algo para mí importante, que le otorga más relevancia al relato, muy en la línea de Todos los hombres del presidente o Aguas oscuras de Todd Haynes. Me gustan las historias verdaderas. Y aunque los personajes de Goliath no existen, como indico al comienzo, esta lo es.