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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | El amante de Lady Chatterley

    || Críticas | Netflix | ★★★☆☆
    El amante de
    Lady Chatterley
    Laure de Clermont-Tonnerre
    Nueva lectura, pantalla reducida


    Ignacio Navarro Mejía
    Madrid |

    ficha técnica:
    Reino Unido y Estados Unidos, 2022. Título original: «Lady Chatterley’s Lover». Presentación: Festival de Telluride 2022. Dirección: Laure de Clermont-Tonnerre. Guion: David Magee (basado en la novela de D. H. Lawrence). Producción: 3000 Pictures / Blueprint Pictures / Netflix. Dirección de fotografía: Benoît Delhomme. Montaje: Nina Annan y Géraldine Mangenot. Música: Isabella Summers. Diseño de producción: Karen Wakefield. Dirección artística: Chris Stephenson y Andy Watson. Decorados: Liz Ainley. Vestuario: Emma Fryer. Reparto: Emma Corrin, Jack O’Connell, Matthew Duckett, Joely Richardson, Faye Marsay, Elia Hunt, Anthony Brophy. Duración: 126 minutos.

    La novela de D. H. Lawrence de 1928, El amante de Lady Chatterley, tardó décadas en publicarse en su país de origen y casi tuvo que leerse clandestinamente, aunque estos contratiempos no serían luego óbice para su gran difusión. Su primera conversión al cine, de 1955, también se censuró en varios países. Luego vinieron otras adaptaciones a la gran pantalla, hasta que la última, más allá de un estreno limitado en cines, ha llegado a Netflix la semana pasada. Así pues, es interesante resaltar el giro producido desde hace un siglo, cuando en un principio una obra era difícilmente accesible, por su contenido proscrito por las reglas morales de la época, y en cambio ahora está disponible para cualquiera, a través de una plataforma sin filtros de audiencia y destinada a un público global. Con todo, ello hace que pierda parte de esa subversión minoritaria que la caracterizó, en un contexto sociopolítico muy marcado, contexto que ahora se diluye tanto con la mirada de un espectador actual como en el propio contenido de esta película, centrada casi en exclusiva en el romance al que alude su título. Las connotaciones de clase o de transformación económica son simples pinceladas de fondo frente a la aventura pasional de la protagonista, descrita eso sí sin pudor y con autenticidad, pues lo contrario sería una traición mayor del espíritu de la obra original. Ahora bien, como decíamos, ha evolucionado el límite de lo que se puede narrar y mostrar, por lo que casi nadie se escandalizará ya ante esta historia de amor y sexo.

    La misma sigue las peripecias de Connie (Emma Corrin), convertida en Lady Chatterley al casarse con el noble Clifford Chatterley (Matthew Duckett). Las circunstancias que rodean su boda son descritas de forma acelerada y algo confusa, como una especie de prólogo, previo a la llamada a filas del marido (en tiempos de la Primera Guerra Mundial), y a su vuelta es cuando ambos se trasladan a su extensa finca, donde se desarrolla el grueso del metraje. Herido de guerra, con las piernas inutilizadas y el egoísmo acrecentado, Clifford argumenta que tampoco puede ya satisfacer sexualmente a su esposa, si bien desea un heredero para sus amplios dominios, por lo que le propone que se acueste con otro hombre, siempre que este permanezca en el anonimato y tenga suficiente categoría y distinción. El objetivo sería que del mismo se pudiera quedar embarazada, como si fuera algo “mecánico” y sin margen de error, de tal manera que el hijo resultante lleve el apellido del marido y asegure su descendencia. A la vista de esta premisa, habría dos motivos que justificarían el adulterio de la joven protagonista con Oliver Mellors (Jack O’Connell), el guardabosques contratado por el marido (también veterano de guerra pero mucho más apuesto, sensible y con su integridad corporal intacta): por un lado, la invalidez y el aislamiento de Clifford, que irían mermando la fidelidad de Connie; por otro, su descabellada propuesta, que le permitiría a esta no ir contra su voluntad.

    La primera justificación podría llevar a algún espectador a posicionarse del lado del marido, engañado y abandonado, pero en realidad no sería así porque, al margen de su referido plan, su trato hacia Connie ya dejaba mucho que desear. La segunda justificación no hace sino redundar en que haya que tomar partido por ella y contra él. Con todo, esta adaptación de David Magee, dirigida por Laure de Clermont-Tonnerre, como adelantábamos, es bastante intimista, poco interesada en elementos ajenos a las vicisitudes de estos tres personajes principales y la relación que se establece entre ellos. Para que la cinta no discurra por la redundancia y el estereotipo, es entonces necesario dotar de matices a las tres caracterizaciones, esto es, que el marido no sea el típico aristócrata machista y engreído, su mujer la pobre sumisa y luego soliviantada y el guardabosques el embrutecido o celoso amante. El afán de huir de estas reducciones se pone de manifiesto en secuencias más tempranas o tardías: así, por ejemplo, las primeras interacciones de Connie con Clifford, donde ya se intuye una mezcla de generosidad y desapego por parte de ella; aquellas escenas posteriores en que Oliver se encuentra con Connie en presencia de otros, donde deja entrever un contenido pragmatismo; o uno de los momentos del desenlace, con la reacción más dolida que hostil del marido ante el devenir de su desafortunado planteamiento. En suma, los tres personajes están bien compuestos, entendemos sus anhelos y cavilaciones y está claro por quien tenemos que sentir más simpatía.

    A ello contribuyen las interpretaciones de sus tres actores, en especial de Corrin y O’Connell, con una gran química entre ellos. O’Connell ya está más curtido, y es conocida su entrega en papeles exigentes, del tipo que sean. A Corrin se la recordará sobre todo por su rol de Diana de Gales en la serie The Crown, por lo que ahora se presta bien a otro personaje donde la opulencia que la rodea la hace sentirse más cohibida que orgullosa, aunque Lady Chatterley es por definición una mujer rebelde. La puesta en escena es ágil y les permite a todos desenvolverse con ritmo y naturalidad, aunque algunas transiciones son algo bruscas y algunos arranques de la llamativa banda sonora quizá demasiado ostensibles por sí mismas, al no acompañarse siempre de otro elemento sonoro o de un cambio de montaje. De hecho, el último acto peca de cierta precipitación, con unas elipsis que no logran transmitir del todo el paso del tiempo, y a cambio la última escena acaba a destiempo, con dos planos finales que sobran (habría sido mejor que la película concluyera con su antepenúltimo y sugerente plano, aunque esa conclusión postrera concuerda con una narración en todo más explícita que implícita). Al margen de estos desajustes, sin embargo, el metraje es fluido y agradable de ver y oír, con una intención estilística que evita caer en el preciosismo y el academicismo, por lo que recrea una época con una conciencia moderna. Es quizá en estos detalles de imagen y sonido donde mejor se comprende la actualización de un relato que, aunque visto ahora con otro prisma, no ha pasado de moda. El amante de Lady Chatterley es y será siempre un referente del subgénero del romance prohibido.


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